Quizá no del todo, pero se nos suele perdonar el desconocimiento de nuestra genealogía relativamente remota. Otro asunto es que también durante el siglo XX se haya silenciado el legado de tantas mujeres en el ámbito artístico, incluido el literario, y que avanzando en el presente no logremos componer un mapa digno de sus aportaciones y nombres. No sin esfuerzo, se entiende. Hoy disponemos de los medios para hacerlo y la necesidad se impone: justicia histórica, admiración y desvelamiento. Así, desde estos presupuestos intelectuales y también vitales, Elvira Lindo publica 30 maneras de quitarse el sombrero (Seix Barral, 2018), un recorrido por los hitos de veintinueve grandes creadoras.
Este gesto, estas 30 maneras de quitarse el sombrero no nacen de un trabajo exhaustivo en los últimos meses, de una fecha de entrega, sino de un trabajo perseverante y muy despierto de Lindo en su intención de difundir lo auténticamente reseñable de estas figuras. Se compone el libro, por tanto, de varias piezas que la autora ha ido publicando en los últimos años en diversas ocasiones y medios: muchas de ellas pertenecen a su columna en el diario El País y otras fueron gestadas con otras finalidades, como algunas conferencias –es el caso, por ejemplo, de «Siempre brava, siempre guerrera», que pronunció acerca de la actriz María Guerrero en el Museo del Prado–. Todos los textos están escritos desde un entusiasmo bien informado y, en las ocasiones en las que ha sido posible, a raíz del encuentro con esas artistas desde entonces muy queridas. Así ocurre con «Música para olvidar», sobre la pianista Marjorie Eliot, a la que visitó en un concierto en su casa de Washington Heights, o con «Nueva York escrito en la cara», pieza en la que reflexiona sobre Vivian Gornick, recientemente célebre autora en nuestro país gracias a la traducción y publicación de Apegos feroces (Sexto Piso, 2017) y a la que conoció hace unos meses en Madrid tras leer ese libro que reconoce haberla marcado.
Por eso, y aunque casi siempre desde un pretendido segundo plano, la primera persona de Elvira Lindo adquiere una significación fundamental en el planteamiento de los capítulos: al nombrar a esas mujeres, aparece ella misma en facetas que podíamos desconocer y que aportan una visión mucho más rica de los temas tratados. Sucede cuando habla deTristana, el personaje de Benito Pérez Galdós en las letras y de Luis Buñuel en las imágenes, que ahora sabemos cómo llegó a la vida de la autora en varias ocasiones, traduciendo en cada una de ellas y a través de su lectura la evolución en la madurez de su carácter. Sucede también al abordar el tema de la maternidad, tan en boga, con motivo de Tú no eres como otras madres, el libro de Angelika Schrobsdorff (Errata Naturae & Periférica, 2016) que le hace rememorar cómo vivía el Día de la Madre en su infancia y cómo lo enfrenta ahora, al tiempo que se pregunta «¿Qué esperan los hijos de nosotras?», en un momento en el que se mitifica el hecho de tener hijos. Y sucede, por poner solamente un ejemplo más, cuando reconoce que «Es difícil hablar de lo solo que se ha estado» y ahonda en esta idea y en su experiencia neoyorquina con motivo de Olivia Laing y su libro La ciudad solitaria. Aventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing, 2017).
Si algo pudiera criticársele a estas páginas sería en relación con su carácter de antología: si bien los textos que las forman muestran temáticamente un todo sin fisuras, en lo formal encontramos varios destellos de actualidad que violentan la coherencia final del libro como artefacto unitario: «Precisamente este año», «Cuando vi la noche del miércoles», «El pasado domingo» y alusiones similares que nos remiten a tiempos sin referencia en el momento de la lectura del libro. Pero todo esto queda subsanado por la carga de aprendizaje que ofrece en los detalles del contenido, así como por su genuino compromiso con la causa de un feminismo lúcido y autocrítico, tan presente en todas las piezas. En este sentido, es paradigmático el relato de cómo Grace Paley, activista además de autora (se definía como «una pacifista provocativa y una anarquista cooperativa»), defendió un urbanismo menos agresivo y logró, junto con otras mujeres, frenar un proyecto que pretendía desgarrar Washington Square para que una autopista cruzara la plaza de norte a sur. También ese otro activismo, el de Mary Beard, o quizás el mismo de todas: evitar que nos silencien. O como sabiamente lo enuncia Elvira Lindo, parece que «no se trata de oponerse a lo que una mujer diga, sino de impedir que hable». A lo que se opuso Beard, y también nuestra autora, fue y es a la recepción pasiva e indulgente de la condescendencia y los malos modos. Al mutismo.
Llegados a este punto, queda pendiente resolver un misterio: la trigésima manera de quitarse el sombrero. El libro se cierra con un autorretrato (pictórico y literario) titulado «Una mujer irreverente», en el que Lindo aparece, curiosamente, con el sombrero puesto. Son estas páginas de ajuste de cuentas con la imagen de una misma, esa identidad que se construye desde la infancia y sobre la que tantas veces carecemos de autoridad. «A mí me tocó en suerte la alegría», dice en un momento dado, y más adelante: «Empecé a ser demasiado consciente de cómo me veían los demás, y así no se puede escribir humor. (…) Dicen que me he vuelto más seria escribiendo. Se equivocan. Me he vuelto más libre. Ya no intento hacer gracia, porque hay cosas que quiero contar en otros tonos». Y eso es lo que ha hecho en este nuevo libro, al que no podemos más que responder: Hats off!