John Singer Sargent. Madame X
Ciudad de Nueva
York
, diciembre del fatídico año 2001, el horror del atentado y la
demolición de las Torres Gemelas que se había (…)

producido en septiembre,
el terror que fue para esta urbe, para la nación, para todo el mundo. La
tristeza del horror de un Manhattan que todavía observaba el fúnebre
polvo del derrumbe de los edificios, sumándose a ello la nieve sucia, negra y
gris invadiéndolo todo. Cierta sicosis ciudadana y un silencio inhabitual en
muchos lugares.

Volaba a Denver
después de haber tenido que llegar a los States
por Boston, no recuerdo ahora por qué motivo. En Boston ya habíamos
tenido un control exhaustivo, el normal dada la situación amenazada del país.
Me dirigía a Aspen, donde pasaría las navidades con una familia muy
querida; juntos volaríamos desde Denver, donde nos reuniríamos. Tengo que decir
que Denver tiene uno de los aeropuertos más inteligentes que conozco. Una larga
cinta, un inmenso pasillo recto; a un lado salidas, al otro… llegadas. Todos
los servicios a tu disposición, hasta el de fumar, al final del inmenso
pasillo.
El caso es que antes
de dirigirme a las Rocosas, a Colorado, tenía que ocupar algunos
días previos en ese Nueva York tan poco animado. ¿Qué hacer? Lo de siempre:
visitar barrios y calles, museos y bares, observar la trepidante actividad y la
marcha que la ciudad tiene, un trepidar relativo en  aquellas frías fechas, gélidas en el ambiente
y el alma de sus ciudadanos por lo ocurrido, un vaho fúnebre en los rostros.
Charles M. Russell
Pero esta desolación
urbana se compensaría con un beneficio particular. El asunto que me trae ahora
es singular, pues no sé si en algún otro país a un simple turista aficionado le
hubieran favorecido como conmigo se hizo de forma tan eficaz. Vaya por delante
todo mi agradecimiento al Metropolitan Museum of Art de la ciudad de Nueva York, que, por cierto, es un museo que no me
gusta nada. La abundancia me agobia, como en el British.
Era la tercera vez
que lo visitaba, que subía su amplia plataforma de escaleras con la ilusión de
ver su colección americana. En esta ocasión con mi mujer y nuestra muy querida
amiga CR. Tenía la alegría, después de dos frustrados intentos de visitar las salas
de arte norteamericano
, del que pintaron artistas de aquella nacionalidad
desde el siglo XVIII, en el que ya aparecieron creadores originales y de gran
calidad, muchos de ellos especialmente interesantes. Hablaré al lector de
pintores casi todos desconocidos para nuestro común conocimiento, artistas
eclipsados durante largo tiempo por la pintura europea, pero ahí están, con su
particular gloria y recorrido en la Historia del Arte.
Retratistas como John
Singleton Copley
o Gilbert Stuart (que pintó a seis presidentes
fundadores de la nación); el etnicista George Catlin, pintor de indios; Frederic
Remington
, el puro Oeste; el pionero Charles M. Russell, influyente
como ninguno en el Nuevo
Tradicionalismo
actual; los “europeos” Singer Sargent, con su
elegancia, James McNeill Whistler, amigo de Oscar Wilde, del
sobresaliente William Merritt Chase; el pintor del mar, vientos y faros Winslow
Homer
. Unos muy muy americanos, otros absolutamente europeos. Ya sabemos,
el Gran Tour, las mecas romana y parisina, nuestro Museo del Prado también.
La Toscana, la Provenza, Londres, París, Florencia Venecia, los muchos artistas
internacionales que concurrieron en estos lugares por amor al arte.
Leutze. Washington cruzando el Delaware
Las dos veces
anteriores que había visitado el inmenso museo estas salas de arte aborigen
estaban cerradas por distintos motivos. Una vez más, la American Wing
estaba clausurada al público por remodelación. En esta tercera visita que me
disponía a hacer, tenía que ser la vencida. Ya era obligado ver maravillas como
“Madame X”, de Sargent, a la sazón retrato más de moda que nunca de un
pintor que, americano y europeo, se ha redescubierto y valorado finalmente omo
merece, siendo uno de los más grandes retratistas de la gran escuela. Un
impresionista superior a muchos franceses. Sargent es un genio, para mí, uno de
los grandes. Pero tras él, hay una espléndida pléyade de artistas
norteamericanos, de mayor o menor reconocimiento, hay grandes pintores que,
bien en la propia historia del arte de su país, bien en sus recorridos
europeos, tienen una extraordinaria muestra en la American Wing, que era
nuestro objetivo y que de nuevo parecía frustrarse.
William Merritt Chase
Media mañana y gran
disgusto: el ala de pintura americana seguía cerrada a los visitantes.
Finalmente, (…) 

se estaba trabajando en la recolocación de los cuadros y últimos
detalles, pero no, no era posible el acceso a sus galerías. Me enfadé. Me
enfadé mucho. ¿Es que nunca iba a poder ver el cuello de “Madame X”, madame
Gautreau? ¿Se habían ocultado pictóricamente sioux, apaches y los
violentos seminolas? ¿No iba a ver un auténtico “Día de acción de gracias” o algún presidente fundador? Mi enfado
se lo trasmití a mi amiga neoyorquina, que tomó inmediata intención de protesta
y resolución del asunto. Sin demora acudimos a los relaciones públicas del
Museo. Uno de ellos nos explicó el problema de no poder visitar estas galerías
por las circunstancias que se daban. Pero le lloramos y se lo pensó. No podía ser
que durante varios intentos me fuera otra vez sin ver aquellos magníficos
cuadros que, le decía al RR.PP., adoraba. Que yo era un pobre enamorado de
la pintura norteamericana.


Frederic Remington

El encantador agente
del museo pensó una solución y su bonhomía (y profesionalidad) solucionó el
tema tras nuestro disgusto expreso con ojos vidriosos y la lógica protesta que
emitíamos. Y se arregló. No hubo trámites extraordinarios ni exceso burocrático
de clase alguna. En media hora tenía un guía en español para visitar, junto a
mi amiga CR y mi mujer B, las distintas salas que recorreríamos como únicos
y excepcionales visitantes
, salas en las que estaban trabajando los
distintos gremios en paredes y cuadros. Un espectáculo para el profano, una
emoción ilimitada observar aquellas labores con joyas del arte en un ambiente
tan espectacular como el museo tiene por sus dimensiones. Pasamos buena parte
de la mañana por las salas con las explicaciones de un educadísimo guía que nos
fue contando todo lo que sabía y pudo. Ciertamente, nos limitaron el tiempo,
pero este fue suficiente para disfrutar al máximo de esos lienzos
norteamericanos. “Madame X” ya estaba colocada y bien erguida en el inmenso
cajón de la escalera principal de acceso. Emocionante.
Agradecidos, muy
agradecidos, salimos a disfrutar del mediodía de la Quinta Avenida, tan
contentos de que nos hubiera ocurrido lo que nos ocurrió, visitar en solitario
y de forma tan especial la American Wing, gloria museística de la pintura al
otro lado del Atlántico.
George Catlin
La pregunta del
principio era esta cuestión. ¿Nos hubieran hecho lo mismo en un museo
español?
En unos sí, en otros no. Ciertamente, no lo sé. Pero la resolución
tan rápida y eficaz de complacer al visitante no piensas pueda ser tan fácil en
un museo como el que tiene la ciudad de Nueva York, que no es el de San
Gregorio
en Valladolid o el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Muy español (no soy nada patriotero), procuro ser crítico con lo que quiero y
me gusta, pero algo me dice que nosotros este asunto lo hubiéramos complicado
un tanto. No hubiera habido la capacidad resolutiva y la disposición tan amable
del encargado del problema suscitado por la exigencia de un pobre aficionado
español entre cientos de miles de visitantes diarios.
No tengo que deciros
que en el Metropolitan Museum of Art de
Nueva York, estas galerías son de obligada visita, que el conocimiento de parte
de esta pintura revela sorpresas verdaderamente simpáticas, pues muchas tratan
el acervo cultural que nos ha marcado la modernidad, el mundo norteamericano, cowboys and indians. En la American
Wing vemos maravillas: “Washington atravesando el Delaware”, los indios de
Catlin, los bordos de Homer…
Y ahora, finalizando,
celebrar como sorpresa casual la muestra que de algunos de estos artistas
norteamericanos presenta estos días el Museo Thyssen, de Madrid, mostrando
su espléndida colección que ya conocemos. 
(Y si pasan por
Denver, observen el inmenso pasillo iluminado por el fulgor de la nieve en las
cumbres de las Rockies que se contemplan a ambos lados, tras las
inmensas cristaleras del aeropuerto en medio de esa gran nación que son los
Estados Unidos de Norteamérica.) 

Un saludo para todos
y gracias a quienes nos ofrecieron su grandísimo arte, incluidos los modelos,
las tribus aborígenes de las que tanto nos gustaría hablar, de cómo se vieron
retratados por pinceles y cámaras fotográficas (el pasmo y el espasmo, el flash
que se llevaron).