Quien trabaja en la
industria de las nuevas tecnologías, sobre todo en materia de seguridad, sabe lo
fácil que es acceder a las cuentas de otras personas, rastrear su presencia en redes
sociales (o simplemente en la red) o adoptar falsas identidades para hacer
amistades. Ahora que el “caso Snowden”
y sus consecuencias están en la prensa, conviene mostrar a quienes viajan en
las redes que nosotros somos los primeros que dejamos pistas sobre cómo
pensamos, qué nos gusta o deseamos, algo que resulta muy útil tanto para la NSA, la CIA o las otras agencias de espionaje como para cualquiera que quiera vender algo.
Estamos en la cuarta
era de la computación: la primera fue la de los grandes ordenadores; la segunda,
la del cliente-servidor; la tercera, la de las web; y la cuarta, la de las
redes sociales y la cloud. Gracias al
desarrollo de la nube, los millones
de datos que cruza la gente a través de las redes pueden ser alojados en ella.
Esa información puede ser analizada fácilmente gracias a las nuevas
herramientas de rastreo y monitorización que permiten que podamos conocer lo
que se dice en las redes sociales sobre una persona o compañía… Bien de una
forma abierta o cerrada.
Tenemos una primera
fase, más o menos inocente, en la que puede verse una información abierta sobre
opiniones, gustos o marcas… En una segunda fase, más culpable, podemos acceder
con facilidad a sistemas cerrados y, con un programa específico, descubrir una
contraseña (una máquina de tipo medio puede tardar menos de dos minutos en
averiguarlo), por lo que las grandes máquinas de desencriptación –las que
tienen las agencias de espionaje mundial- no tienen problemas para acceder a
información oculta. Por eso tampoco es difícil seguir el rastro de una llamada
o mensaje sospechoso en cualquier parte del mundo. Y eso es lo que ha sacado a
la luz Edward Snowden, algo sabido
en “el mundillo”, aunque no hasta el nivel de profundidad denunciado por él.
Pero la discusión no
es entre libertad y seguridad, como se pretende hacer
creer: a más seguridad menos libertad por la necesidad de controlar posibles
peligros; sino entre qué digo y comento y qué no, pues si se admite implícitamente
que se hace un uso comercial de mis datos debo saberlo.
Nosotros no somos
terroristas y nuestras llamadas y mensajes no van a ser almacenados mucho
tiempo; pero somos consumidores, y ese es un lado de esta historia que la gente
desconoce. Gracias a los millones de datos que subimos a internet dejamos no solo
un rastro poderoso, sino una tendencia clara que la industria aprovecha para
vestirnos, alimentarnos o entretenernos, pero también para influir en nuestra
opinión y la de nuestros amigos.
No conviene creerse
que esto es el mundo de George Orwell
y que cada mensaje nuestro va a ser espiado. Hace tiempo que se sabe que las
redes se mueven por líderes de opinión, pequeños líderes y que estos tienes sus
seguidores y son ellos quienes atraen la atención para saber qué dicen y
piensan y contrarrestar sus opiniones en caso necesario. Sin ir más lejos, entre
las muchas herramientas que hay en la red, por ejemplo, el Mando Central (Centcom) del Ejército de Estados Unidos dispone de
un software que permite crear
usuarios falsos para chatear online
en idiomas diferentes sin poder ser descubiertos (los conocidos como «marionetas»).
El Ejército estadounidense señalaba hace tiempo al The Washington Times que no se emplearía en redes sociales como Facebook
o Twitter,
algo que no sabemos si se ha respetado. También hay otros programas para fines
similares o parecidos en países como Israel
o China.

¿Qué hacemos entonces? Podemos indignarnos y protestar por el “caso
Snowden” o dejarnos llevar por la paranoia, pero el sentido común dicta una ley
que es universal y que debería aplicar cualquier usuario de una red social.
Primero: evitar amistades cercanas con gente que solo se conoce por la red y de
la que no se sabe demasiado. Segundo: Antes de escribir algo, respira hondo y
deja pasar un minuto, sobre todo si es en caliente o una respuesta a otra
opinión de otro usuario. Luego vuelve a leerlo. Sea lo que sea, una opinión
sobre algo o una información acerca de tu privacidad, piensa si es adecuado a
tus intereses. Hay cosas que no se pueden evitar, pero sí que lo que digas o
cuentes en internet suponga un fallo contra ti hoy o mañana. De la misma manera
que uno no conduce borracho (o al menos no debe hacerlo) y le cuenta sus
debilidades a un compañero de trabajo…    

Malcolm
Larder nació en Los Ángeles en 1963 y estudió en el Department of Design Media
Arts (DMA) de la University of California (UCLA), en Los Angeles. Trabaja como
consultor de seguridad en en una empresa informática en Palo Alto (California).