Os escribo desde Hamburgo. Aquí muchos visten de negro, más que en ningún otro país occidental (…)
y, tras observar la calle desde la ventana del hotel, me
dan ganas de salir a comprar una camisa de este
color, que no es, y
vestirme de luto por la España de camisa blanca de mi esperanza, no por el vuelco que se ha producido, tan esperado por lo demás, sino por el verdadero lío surgido en un momento tan frágil socioeconómicamente.
Buenos días al despertar, buenos días para todos. No sé si estos son buenos para muchos, terribles para la mitad del país, y sí que son eufóricos los otros a los que felicito celebren su complicado triunfo político. En cualquier caso, sean buenos o malos, necesarios o lógicos, vienen días turbios como los cielos de esta ciudad entre los mares del Norte y Báltico.
No voy a decir obviedades: el desastre era inevitable con una verdadera banda de gánsteres dirigiendo las ilusiones conservadoras, liberales o centristas de la mitad de mis conciudadanos, o el follón seudobolchevique estilo tropicana que nos prometen los nuevos conjurados, los nuevos rostros de la grosera política que tenemos, unos vestidos de revolucionarios franceses cuando El Terror y otros de “
CaLifornia dreamin» .
Pero no quiero que me tachéis de corrección política, que uno trata de ser sincero. En mi opinión, unos y otros mal, muy mal. Da pena y me da la risa y ¿qué queréis que os diga? Prefiero que me dé la risa y pensar en algo que puede sonar trivial, y elijo escribiros sobre la indumentaria de los políticos. Mis días están contados y no me voy a poner a llorar o a lamentarme inútilmente por un país con una historia donde prevalecen las envidias, los rencores, la peor de la memoria histórica, la de la sangre. Estoy de Goya hasta la susodicha. Por mucho que se nos llene la boca diciendo que nuestras almas, espíritus y corazones quieren la verdad, la justicia, la paz y el bien para todos… ¡qué mentira! ¡Cuánta tontería! Falacias que me tocan el falo. Así empiezo. No me creo nada, y como la canción… y no me importa nada. Casi.
Pero a lo que voy, pensando en qué ponerme tras este desayuno teutón y dispuesto a visitar la maravillosa Michaelkirsche, magnífica iglesia luterana en la que te recibe el mismísimo Martin Lutero con realista talla, y que en competencia “trentina” supera con un espléndido barroco exterior y un teatral rococó blanco y sobrio en su interior a muchas de las iglesias católicas de la región, quiero hablaros de vestimentas, de la indumentaria de los políticos tras la muerte del caqui y pardo FF, nuestro dictador, ampulosamente llamado “El Generalísimo”, calificativo que no me puede resultar más divertido.
Los padres de la nueva patria tras la muerte de este colgaron sus uniformes y los obligados trajes grises. Ya empezaron a verse pantalones granates, ternos azules y algunas camisas de distintos colores con corbatas de rayas; no dejaron sus gabardinas pero amaron el loden austríaco. Eran trajes sobrios, ajustados. Permanecía la contención anterior.
Luego vinieron los de la pana con aroma a tortilla, los del chulo chulísimo FG, casi todos sevillanos en su curia, que instauraron un nuevo régimen en el que se optó por mejores calidades en los paños y la internacionalización de su gusto en la indumentaria; hay que decir que surgieron verdaderos petimetres, pero se mejoró mucho, es la verdad. Empezaron con que la arruga era bella, algunas señoras iniciadas en estos asuntos públicos se olvidaron las fajas sorax para pasarse al ad lib, los vaqueros yanquis los fines de semana se hicieron obligatorios a pesar de nuestra usafobia, y se estimuló el ir bien arreglado y con buen aspecto.
En la última legislatura del régimen socialista ya se vestían nuestros políticos con mayor diversidad en su vestimenta; teniendo la disponibilidad económica que estaban adquiriendo no tuvieron problema en comprarse un buen fondo de armario. Los de la pana empezaron a vestir Armani, incluso algunos enloquecieron con Versace, y el aspecto y el semblante de nuestros políticos fueron mejorando ostensiblemente.
En los ochenta se dijo adiós a los trajes grises o azules, claros u oscuros. Las corbatas se estampan con faunas y lunares, las rayas se hacen multicolores, aparecen algunas pajaritas, y empiezan a aparecer pañuelitos de todo tamaño y percal. A pesar de ello se corteja insistentemente a los descamisados, que es lo que “vestía” ideológicamente. Se impusieron tres estilos básicos: el progre diverso según circunstancia pública (se viste mucha cazadora), el derechista que se depurará con lo inglés y lo italiano, y el izquierdista puro “descamisado”.
En un corte clásico, los que mejor han vestido han sido los vascos; luego, quizá castellanos y catalanes, que estos tienen de todo (con mucha tendencia a los tonos pardos), y sin querer ofender al encomiable diseño gallego y al amor por las camisitas que la política levantina tiene. Los gallegos han hecho lo que han podido por renovar el vestuario político español, los valencianos lo que han querido punto en boca esperando el caviar.
Vinieron luego unos políticos muy listos, pero que muy listos. La verdad es que arreglaron parte del desastre anterior, pero les gustaban las corbatas muy caras, sedas de todos los colores. No dudaron en vestirse con la elegancia que ellos estimaban mejor y que fuéramos nosotros quienes pagásemos su estupendo estilo, para mí muy estirado y en exceso formal y homogéneo, pero que se puede afirmar iban y van ciertamente muy arreglados. (Quizá, había que disfrazar tanta sodomía loquita de faralaes clandestinos). Los nudos de sus corbatas rígidos y sólidos, generalmente al estilo italiano, les contenía el pedo en el culo, utilizando la expresión inglesa. Relojes megarrelojes y manos sueltas y largas; sus pies, en el fango, siempre calzando excelentísimos zapatos milaneses o british, los mejores. A la ndranghetta sindical andaluza, los del entramado bien tramado de los ERES, les da un poco igual, que unos se descamisan a “rayas” en el pub bajo la oficina, otros se ponen la cazadora negra mal que le ase (que para eso tienen dinero para brasear vacas), y otros se ponen el sombrero calabrés y una kufiya palestina y se quedan tan a gusto.
A pocos, a ninguno, ni los “socialistos” del régimen socialista, ni los posteriores “moralinos” de la gaviota rapaz y el azul “cielo azul”, les hemos visto vestidos de lo que son: gánsteres, pero juraría que en la intimidad se ponen trajes mil rayas, tirantes y sombreros oscuros, previo a desnudarse y lucir ligas, encajes y sacar la fusta del armario, que como venimos observando es lo único que han imitado a algunos de los políticos británicos. Lo siento, con todo el respeto para la homosexualidad, pero no me gustan especialmente los sodomitas encriptados, y el sadomasoquismo me resulta una práctica grosera, antipática y frustrante.
Al político español le gusta mucho el burdel convencional, no se las gastan como nuestros vecinos del norte, tan activos los franceses en organizar endemoniadas tramas, tan sibilinos los escandinavos y flamencos en manos de serbios tremebundos, orgiásticos los italianos, hari haris los musulmanes todos. Pero cualquiera que conozca lo que ocurre en los miles de burdeles hispanos, sabe que no son lo más común las prácticas sexuales convencionales. Una mayoría de políticos, cuando les quitas el traje, se queda en bragas.
Y, disgustado con estos comentarios que me han traído a la cabeza qué ponerme en esta ciudad alemana, sobre la horrorosa indumentaria de nuestros políticos, llegó al remate con la estética que nos viene. La corbata obligatoria pasará a ser coleta necesaria y lucirán camisas de saldo sin planchar, sin cinturón en los pantalones. Ya calzan converses cuando no horribles runners fofis. El espanto, un esperpento. En breve, puede que los veamos con ponchos, saris, luciendo cueros heavy, como mongoles, que hay muchos, o disfrazados de peligrosos ciclistas sin pudor estético alguno.
Nos dirán lo de siempre, que viva la libertad, que vivan el color y el desenfado. Ahora todos, muchos, pretenden ir como los bárbaros de Tamerlán, como los de Atila; hablan como curas curitas con perilla bolchevique, menchevique, o da igual, encantados con el son del mambito de la salsita tropical, que es asunto fácil, candonguero y seductor. Ellos –ideológicamente- convendrán que es un signo de libertad y patatín patatán, pero, particularmente, no me gusta nada su aspecto público. Acepto en los tiempos de asueto y diversión las camisas hawaianas, pero lo de la sahariana puro en boca, que como todos los políticos de comité y gabinete pronto fumarán sin quitar la vitola, me horroriza, lo harán con el aval castrista ignominioso. No quiero pensar en verlos con la vulgarísima camisa Mao que ni cuellos tiene. Nada nada, que podremos verlos en bermudas en el Parlamento, con chanclas y a lo loco. Al Senado con crocs y “cagaos”, capaces son. Esta vez el zarcillo dorado ha sido sustituido por el aro de plástico, muchos tatuados para poderse dermo-espiritualmente diferenciarse en algo los unos de las otras y los otros de las unas, recurrirán al piercing como medallas por lo no vivido. Vaya vaya, de campo y playa. Solo falta que por “salvar” la Tierra y combatir la sequía dejen de ducharse y directamente se pase a ir desnudo con torsos sudados y oleaginosos. Y mis queridos amigos… esto no. Eso ya sí que no, con esas me voy a Tombuctú.
Y ¡cuidado! No veo en este ambiente estético que se perfila solo a los nuevos políticos en la escena, los nuevos bárbaros. De ello son capaces todos, los conservadores, las conservatrices, los progres, las miembras, los pijos y los repijos insoportables, los hípsters de barba ISIS, los perriflautas y perripoll…, los cafres y zulúes, los guais y los julay, mayoría en el espectro político español. Puede que a los de la corbata rígida rosa o azul les veamos cubriéndose con estas sus partes pudendas, bailando alrededor de una barra en un table dance ante la ausencia de trabajo tras la debacle, y a los descamisados robespierranos, con sus guayaberas de algodón egipcio.
Y el no va más. Puede que contemplemos el fomento del nudismo, me parece la hecatombe de una civilización. Yo no tengo por qué ver los cojones de la gente, las muchísimas tetas horribles, o que alguien pretenda reírse de mi inevitable barriga. Decoro no es solo un verbo habitacional o una franquicia de muebles narco-zen minimal-horribles; recuerdo que también tiene la acepción de ser una actitud estética y moral muy, pero que muy encomiable.
Es una pena y un poco desgracia pero definitivamente el aspecto estético de nuestros políticos deja mucho que desear. Pero independientemente de estas reflexiones sobre su indumentaria pública, yo lo que verdaderamente deseo es que se vayan a sodomizarse a quienes les guste de ellos, a la cárcel de verdad no del estilo Sálvame o virtuales, a esa legión de ladrones que manejan nuestra libertad, justicia y enturbian la verdadera fraternidad. Que les parta un rayo a quienes venden estuco por mármol a este país tan asqueroso en su cultura política y… tan mal, tan mal vestidos sus espurios gobernantes.
En fin, esto es lo que escribo desayunando a la germana, tras pensar si comprarme una camisa negra, juntando una imposible simbiosis con estos rubios germanos amantes de los tonos pardos, y de cierto luto por el devenir tan complejo que nos espera. En cualquier caso será lo que tenga que ser. Es porque tenía que ser, y será lo que Dios quiera, que no nos debe querer mucho.
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