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José Francisco Borges para el libro «Las palabras andantes» de Eduardo Galeano |
Quien nombra, llama. Y alguien acude, sin cita
previa, sin explicaciones, al lugar donde su nombre, dicho o pensado, lo está
llamando. Cuando eso ocurre, uno tiene el derecho de creer que nadie se va del
todo mientras no muera la palabra que llamando, llameando, lo trae.
previa, sin explicaciones, al lugar donde su nombre, dicho o pensado, lo está
llamando. Cuando eso ocurre, uno tiene el derecho de creer que nadie se va del
todo mientras no muera la palabra que llamando, llameando, lo trae.
(“Ventana sobre la memoria III”. Las palabras
andantes. Eduardo Galeano)
andantes. Eduardo Galeano)
¿Qué tal
si nos encontramos el viernes 3, a la tres y media, en el Café Brasilero? Está
en la calle Ituzaingó, casi 25 de mayo, cerquita de la catedral. Bienvenida
seas, Eduardo. Por supuesto, yo ya conocía desde hacía unos años
el Brasilero, sabía perfectamente dónde estaba. En mi mapa personal de la Ciudad
Vieja montevideana, ese rinconcito añejo de madera y grandes ventanales,
atestado de retratos tangueros y momentos pasados, estaba marcado en color
rojo. A él también lo conocía. Solo que él no me recordaba.
si nos encontramos el viernes 3, a la tres y media, en el Café Brasilero? Está
en la calle Ituzaingó, casi 25 de mayo, cerquita de la catedral. Bienvenida
seas, Eduardo. Por supuesto, yo ya conocía desde hacía unos años
el Brasilero, sabía perfectamente dónde estaba. En mi mapa personal de la Ciudad
Vieja montevideana, ese rinconcito añejo de madera y grandes ventanales,
atestado de retratos tangueros y momentos pasados, estaba marcado en color
rojo. A él también lo conocía. Solo que él no me recordaba.
Corría el
año 2012 y yo había decidido ir a festejar, por primera vez, el
cumpleaños con mi famiglia (esa familia que uno elige, la compuesta de
amigos que van acompañando el camino de la vida) del sur y uno de mis jefes,
amigo del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, me sugirió que
le hiciese una visita. Como si fuese lo más normal. Como si fuese lo habitual.
Como si aquella entrevista que le hice en Madrid en 2009 fuese la
excusa perfecta para presentarse en Montevideo como amiga suya.
año 2012 y yo había decidido ir a festejar, por primera vez, el
cumpleaños con mi famiglia (esa familia que uno elige, la compuesta de
amigos que van acompañando el camino de la vida) del sur y uno de mis jefes,
amigo del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, me sugirió que
le hiciese una visita. Como si fuese lo más normal. Como si fuese lo habitual.
Como si aquella entrevista que le hice en Madrid en 2009 fuese la
excusa perfecta para presentarse en Montevideo como amiga suya.
Y, según
el mensaje ya mencionado, a él sí debió de parecerle normal. Tanto que me citó
en “su despacho”, el café más antiguo de la capital uruguaya, el lugar donde, a
lo largo de su carrera (excepto los años de régimen dictatorial en Uruguay
y Argentina, en los que se exilió en España), ha escrito tantas y tantas
páginas.
el mensaje ya mencionado, a él sí debió de parecerle normal. Tanto que me citó
en “su despacho”, el café más antiguo de la capital uruguaya, el lugar donde, a
lo largo de su carrera (excepto los años de régimen dictatorial en Uruguay
y Argentina, en los que se exilió en España), ha escrito tantas y tantas
páginas.
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José Francisco Borges para el libro «Las palabras andantes» de Eduardo Galeano |
Como
digo, le había entrevistado, pese a estar afónica perdida, durante una hora en
2009, en un céntrico hotel madrileño con motivo de un galardón que le concedía
el Círculo de Bellas Artes. No rehuyó una sola pregunta. Hablamos del
paisito, de las elecciones que se venían, de literatura (cómo no) y de otra de
sus grandes pasiones: el fútbol. Nos despedimos, como si durante esa hora
hubiera reconocido a una de esas compatriotas del alma, con un
intenso abrazo.
digo, le había entrevistado, pese a estar afónica perdida, durante una hora en
2009, en un céntrico hotel madrileño con motivo de un galardón que le concedía
el Círculo de Bellas Artes. No rehuyó una sola pregunta. Hablamos del
paisito, de las elecciones que se venían, de literatura (cómo no) y de otra de
sus grandes pasiones: el fútbol. Nos despedimos, como si durante esa hora
hubiera reconocido a una de esas compatriotas del alma, con un
intenso abrazo.
No
recordaba (tampoco se lo hice saber) que apenas cinco años atrás me había dicho
no. Tuve la mala suerte de intentar hablar con él en la Feria del
Libro de Madrid después de que un compañero de profesión y de empresa le
hubiese dado plantón. Y me hizo pagar los platos rotos. Yo le espeté que solo
quería hablar con él de fútbol (en aquella época me dedicaba al periodismo
deportivo) y, aunque en aquel momento me sentó como una puñalada, me regaló un
titular que, años después, en esta semana en que nos ha tocado decirle adiós,
me ha permitido homenajearle: (el balompié) es algo tan importante que no
se puede charlar solo unos minutos sobre él, sino que hay que dedicarle horas y
horas. Aquella tarde, y después de ese incidente y de una lectura
pública de sus textos, volví a acercarme a él, ya como el resto de su legión de
seguidores para que me firmara un libro en su caseta; le pedí disculpas por ese
otro colega que le había dejado tirado y le di las gracias por existir.
recordaba (tampoco se lo hice saber) que apenas cinco años atrás me había dicho
no. Tuve la mala suerte de intentar hablar con él en la Feria del
Libro de Madrid después de que un compañero de profesión y de empresa le
hubiese dado plantón. Y me hizo pagar los platos rotos. Yo le espeté que solo
quería hablar con él de fútbol (en aquella época me dedicaba al periodismo
deportivo) y, aunque en aquel momento me sentó como una puñalada, me regaló un
titular que, años después, en esta semana en que nos ha tocado decirle adiós,
me ha permitido homenajearle: (el balompié) es algo tan importante que no
se puede charlar solo unos minutos sobre él, sino que hay que dedicarle horas y
horas. Aquella tarde, y después de ese incidente y de una lectura
pública de sus textos, volví a acercarme a él, ya como el resto de su legión de
seguidores para que me firmara un libro en su caseta; le pedí disculpas por ese
otro colega que le había dejado tirado y le di las gracias por existir.
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Eduardo Galeano. Gonza Rodríguez |
Con estos
antecedentes, y después de una opípara comida con una de mis amigas
montevideanas (regada, por supuesto, con un buen tannat), acudí al café
a la hora señalada. Ni un minuto más ni un minuto menos. Y allí estaba él, en
una mesa al fondo a la derecha, pegado a la barra. No guardo ni una fotografía
de aquel encuentro, pero todas las imágenes se agolpan ahora mismo en mi
cabeza. Él tomaba un café y tenía varios papeles sobre la mesa. Como dicen los
habituales que estaba siempre. Le acompañé con otro café. Charlamos de
terremotos, de estrategias de mercadotecnia para sus libros, de periodismo, de
viajes, de fútbol (otra vez), de Arte…
antecedentes, y después de una opípara comida con una de mis amigas
montevideanas (regada, por supuesto, con un buen tannat), acudí al café
a la hora señalada. Ni un minuto más ni un minuto menos. Y allí estaba él, en
una mesa al fondo a la derecha, pegado a la barra. No guardo ni una fotografía
de aquel encuentro, pero todas las imágenes se agolpan ahora mismo en mi
cabeza. Él tomaba un café y tenía varios papeles sobre la mesa. Como dicen los
habituales que estaba siempre. Le acompañé con otro café. Charlamos de
terremotos, de estrategias de mercadotecnia para sus libros, de periodismo, de
viajes, de fútbol (otra vez), de Arte…
En medio
de nuestra conversación, un joven se acercó porque quería entrevistarle. Según
le explicó, había contactado con él previamente y Eduardo, aunque no se negó a
conversar con él, le explicó con amabilidad que estaba en medio de una cita y
que no podía atenderlo. No obstante, accedió a fotografiarse con él y le
emplazó para otro momento. Nunca guardó silencio o evitó el saludo a quien se
acercó a él en “su oficina”.
de nuestra conversación, un joven se acercó porque quería entrevistarle. Según
le explicó, había contactado con él previamente y Eduardo, aunque no se negó a
conversar con él, le explicó con amabilidad que estaba en medio de una cita y
que no podía atenderlo. No obstante, accedió a fotografiarse con él y le
emplazó para otro momento. Nunca guardó silencio o evitó el saludo a quien se
acercó a él en “su oficina”.
Como
decía, hablamos de Arte. Yo le expliqué que estaba en medio de una
investigación sobre Joaquín Torres-García y entonces él me habló de José
Cuneo. Y de sus lunas. ¿Cómo? ¿No las conocés?
decía, hablamos de Arte. Yo le expliqué que estaba en medio de una
investigación sobre Joaquín Torres-García y entonces él me habló de José
Cuneo. Y de sus lunas. ¿Cómo? ¿No las conocés?
Meditabundo,
consultó la hora en su reloj. Naturalmente, después de una hora y pico de
charla en el café, deduje que ese gesto marcaba el fin de la cita. Pero no.
Pidió la cuenta, la pagó y dijo: Vamos, creo que aún llegamos a tiempo.
En aquella soleada media tarde del verano montevideano (recién comenzaba
febrero), salimos caminando hacia la Plaza Matriz, allí tomamos un taxi
y nos dirigimos al Museo de Artes Visuales. Puedo sentir aún en mi cara
el viento del mar dulce que entraba por la ventanilla del vehículo mientras
recorríamos la rambla. Esa misma rambla en la que tantas charlas importantes
había tenido alguna vez. Esa misma rambla en la que tantos mates había
compartido. Esa misma rambla por la que me dirigía paseando todas las mañanas
desde el Parque Rodó hasta la Ciudad Vieja para ir hasta los archivos
del Museo Torres-García.
consultó la hora en su reloj. Naturalmente, después de una hora y pico de
charla en el café, deduje que ese gesto marcaba el fin de la cita. Pero no.
Pidió la cuenta, la pagó y dijo: Vamos, creo que aún llegamos a tiempo.
En aquella soleada media tarde del verano montevideano (recién comenzaba
febrero), salimos caminando hacia la Plaza Matriz, allí tomamos un taxi
y nos dirigimos al Museo de Artes Visuales. Puedo sentir aún en mi cara
el viento del mar dulce que entraba por la ventanilla del vehículo mientras
recorríamos la rambla. Esa misma rambla en la que tantas charlas importantes
había tenido alguna vez. Esa misma rambla en la que tantos mates había
compartido. Esa misma rambla por la que me dirigía paseando todas las mañanas
desde el Parque Rodó hasta la Ciudad Vieja para ir hasta los archivos
del Museo Torres-García.
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José Francisco Borges para el libro «Las palabras andantes» de Eduardo Galeano |
Y no
podía dejar de imaginar la cara que pondrían mis amigos cuando, después, les
describiese ese momento. No podía dejar de alucinar con que compartía el
asiento trasero de un taxi con el autor de Las venas abiertas de América
Latina, El libro de los abrazos o El fútbol a sol y
sombra. Y sonreía.
podía dejar de imaginar la cara que pondrían mis amigos cuando, después, les
describiese ese momento. No podía dejar de alucinar con que compartía el
asiento trasero de un taxi con el autor de Las venas abiertas de América
Latina, El libro de los abrazos o El fútbol a sol y
sombra. Y sonreía.
Cuando
llegamos al museo, curiosidades de pasear con famosos, un muchacho nos obsequió
en la recepción (de parte del director) con un libro-catálogo de una exposición
histórica que exhibían en ese momento. Y, aunque vimos obras de JTG
(como el constructivo del jardín), de Rafael Barradas y de Pedro
Figari -todos ellos artistas admirados por mí-, lo más importante de
aquella visita fue que mi excepcional guía me condujo hasta las famosas lunas
de Cuneo, esos inmensos retratos selenitas del campo uruguayo que inmortalizó
en sus lienzos.
llegamos al museo, curiosidades de pasear con famosos, un muchacho nos obsequió
en la recepción (de parte del director) con un libro-catálogo de una exposición
histórica que exhibían en ese momento. Y, aunque vimos obras de JTG
(como el constructivo del jardín), de Rafael Barradas y de Pedro
Figari -todos ellos artistas admirados por mí-, lo más importante de
aquella visita fue que mi excepcional guía me condujo hasta las famosas lunas
de Cuneo, esos inmensos retratos selenitas del campo uruguayo que inmortalizó
en sus lienzos.
Tuve la
suerte de compartir, meses después, mesa y mantel en Madrid con él y con su
esposa, Helena; atesoro una libreta con su autógrafo y uno de sus
“chanchitos” (esos cerditos que solía dibujar junto a su firma); también alguna
dedicatoria en alguno de sus volúmenes. Pero, sin duda, y después de la triste
noticia de su adiós el pasado 13 de abril, guardo con un inmenso valor
el último correo que recibí de sus manos (también en aquel 2012): Otras
mesas habrá, y las lunas seguirán. Abrazos. Edu.
suerte de compartir, meses después, mesa y mantel en Madrid con él y con su
esposa, Helena; atesoro una libreta con su autógrafo y uno de sus
“chanchitos” (esos cerditos que solía dibujar junto a su firma); también alguna
dedicatoria en alguno de sus volúmenes. Pero, sin duda, y después de la triste
noticia de su adiós el pasado 13 de abril, guardo con un inmenso valor
el último correo que recibí de sus manos (también en aquel 2012): Otras
mesas habrá, y las lunas seguirán. Abrazos. Edu.
RECORDAR: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón. Muy relevante….