Graciela Álvarez. El cazador de gaviotas, 1965
Tengo un gato de lomo negro y panza blanca. Lo rescaté de la calle hace unos meses, muerto de hambre y sed y frío, aunque esa noche en particular hacía un calor que rajaba la tierra y, por qué no, también rajaba la luna. Duerme como todos los gatos, unas quince, dieciséis horas diarias; como todos los gatos toma leche, juega con los cordones de los zapatos y, como todos los gatos, tiene esa extraña manera de vigilarnos, que es casi como un acecho, pero carente de sorpresas. Observa a los gorriones por un ventanal, le teme a una estatuilla azteca que adorna una mesa en el living, le gusta que le acaricien la nariz, cuando escucha llover se esconde bajo mi cama.


Lo llamé
con el nombre de un barrio londinense, “Chelsea”, pero él no responde a ningún
nombre, pienso, es un nombre desperdiciado.
Leí
anteanoche un poema que Cortázar le dedicó a su amiga Pizarnik: quisieras
insultarme sin que duela / decir cómo estás vivo, cómo / se puede estar cuando
no hay nada / más que la niebla de los cigarrillos, / como vivís, de qué manera
/ abrís los ojos cada día / No puede ser, decís, no puede ser.

Julio Le Parc. Composición


Hijo de
perra
, dije, ¡qué magia tenés, qué ángel!, ¡la pucha, qué ángel! Intenté
hacer algo parecido, simplemente a modo de ejercicio, ni siquiera movido por la
inspiración o por algún motivo noble, artístico o correcto, solo por envidia,
por celos. Llegaron como sedimentos arrastrados por un río palabras viles y
cálidas (digo “llegaron”, porque es verdad que cuando uno escribe, las palabras
hacen lo que quieren, sin ser llamadas, ni ordenadas. Vienen así como así y de
tanto enroscarse, de encontrarse con otras, de perderse con otras, se dignan en
agraciar un papel de hoja con pareados de versos octosílabos, con redondillas,
con serventesios); prolijas, conocidas y olvidadas, que de tan olvidadas,
parecían inventadas por una imaginación adepta a lenguas que mueren antes de
nacer (resucitaron de pronto tuitivo, paroxismo y demontre;
recuerdos de viajes, rua das pedras, le flamboyant, península
de Macanao
; cursilerías, amor, la brisa, tu piel, ah
tu sonrisa y aquel verano
), pero qué va, el resultado fue catastrófico:
docenas de hojas A2 tiradas a un cesto de basura, un par de horas de sueño
malgastadas y la certeza de que es imposible exhumar viejas musas y es muy
probable que, al invocar a los diosas de la idiotez, estas se apresuren en
llegar a vaciarnos la cabeza.
Bueno,
salgo a caminar con mi cámara de fotos, una bufanda de diversos tonos grises
(si eso es posible, si es que los grises no son todos iguales), música en mis
auriculares y entro a alguna librería de viejos, de esas en que es posible
recorrer las páginas de los libros no solo con la vista y la imaginación, sino
también con el olfato; el polvo en los estantes te hace estornudar y, sin
esperarlo, pero esperándolo realmente (no seamos hipócritas), nos topamos con
una chica de rulos castaños, universitaria, estudia medicina, pero lo que
quiere realmente es viajar y escribir poemas y tocar la guitarra y entonces uno
le dice que también, que ese también es su sueño y, de pronto, la conversación
es un remolino de poetas malditos (ella dice Stéphane Mallarmé, yo digo Igitur; ella dice Baudelaire,
yo digo Las flores del mal),
de canciones (ella dice Lennon, yo digo strawberry fields forever;
ella canta take another little piece of my heart now, baby, yo digo Janis),
de citas geniales, de películas, de vinos y antes de que nos demos cuenta, la
puerta ya se ha abierto, los pasos se doblan en ochavas, un mozo nos sirve otra
tacita de café, y así, de esa manera, mi idea de jugar por la ciudad a ser un
bohemio consumido por la noche se hace real, al tiempo que el sol se desvanece,
o tal vez (porque todo tiene su truco) no se desvanece ni desaparece, sino se
convierte en una maravillosa gema menguante coronando los altos edificios.
John Paul Jones. Mujer en el paisaje. 1960

Sí, estoy
seguro, Dios se divierte conmigo. Se divierte con mi prosa y mis
incongruencias, con mi palabrería y mi desesperación, ¿y cómo no hacerlo, si Él
ha escrito poemas divinos en los astros y ha inventado sonetos en las olas y en
los trinos? Sí, estoy seguro, se divierte con mi gato cuando escucha la lluvia
golpear los techos de zinc y quisiera ladrarle para espantarla, pero (aunque)
su naturaleza lo obliga a meter la cola bajo la cama. Se divierte conmigo
cuando salgo a caminar buscando inspiración (esa que a Él,
imagino, le es sempiterna), se divierte y sus ángeles lo mirar reír. Conmigo y
con usted, sentado al piano envuelto en adagios y allegros con brío; conmigo y
con usted, llenándose de arena los pies, en una playa mansa. Conmigo y con
usted, bajo el paraguas yendo al cine de la mano de esa chica que hace un mes
le dijo que no y ahora le compra medias y calzoncillos largos, que, aunque no
le gusten, los usa igual. Conmigo y con usted, que sabe que hoy ha llegado el
día de renunciar a ese trabajo que lo frustra y lo desarticula y ya ha
preparado la mochila y se va de hippie por ahí, a Marruecos o a Costa
Rica
o a donde sea que se detenga su dedo en el globo terráqueo. Conmigo y
con usted, que cuando le preguntan qué hace, responde nada, aunque hace
días, por no decir meses, ha estado con la cabeza a mil revoluciones, buscando
el adjetivo exacto para denotar a ese accidente que, aunque lo ponga en duda y
lo examine con lupa y lo quiera contradecir, todo le indica que es amor y qué
se le va a hacer…
Pero,
indudablemente, si hay algo que a Dios le hace ponerse colorado de carcajadas,
casi como si le estuvieran haciendo cosquillas en los pies, como si estuviera
festejando una broma exitosa es escucharnos decir a nosotros, simples mortalejos, que tenemos un plan y las
formas y los métodos y las maneras que tenemos de concretarlos. Fue Guillermo
Arriaga Jordán
, escritor, productor y director cinematográfico mexicano
quien dijo una vez la cita que encontrarás al final de este texto.
Porque la
vida, ya deberíamos saberlo, está llena de contrapuntos, contratiempos,
contraídas, contravenidas, contra-pros y contra-contras.

Si
quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes
.
Roberto Matta Echaurren. Composición