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Yasuo Kuniyoshi. Maine Family, 1921 |
Cuando se me pregunta por mis
escritores favoritos, por mis libros de cabecera, aquellos a los que recurro
con asiduidad, aquellos que integrarían esa lista imaginaria que alguna vez a
todos nos han propuesto a modo de juego, esas cinco o diez cosas que
llevaríamos a una isla desierta, no dudo en responder: allí están Las aventuras perdidas de Pizarnik,
Thomas Pynchon y su Arco iris de
gravedad, Cortázar y sus cronopios y La historia de la Eternidad de Borges como representantes de
la poesía y de la literatura más colorida y oscura, más demencialmente cuerda
que he tenido la oportunidad de leer; mientras que Tom Wolfe y Hunter
S. Thompson se acomodan plácidamente entre mis preferidos del llamado Nuevo
Periodismo, aquella ola surgida en los Estados Unidos en la década del ’60
y con la cual empecé a familiarizarme (entiéndase como sinónimo de fanatizarme)
tras algún que otro encuentro fortuito en artículos perdidos de revistas y
periódicos.
escritores favoritos, por mis libros de cabecera, aquellos a los que recurro
con asiduidad, aquellos que integrarían esa lista imaginaria que alguna vez a
todos nos han propuesto a modo de juego, esas cinco o diez cosas que
llevaríamos a una isla desierta, no dudo en responder: allí están Las aventuras perdidas de Pizarnik,
Thomas Pynchon y su Arco iris de
gravedad, Cortázar y sus cronopios y La historia de la Eternidad de Borges como representantes de
la poesía y de la literatura más colorida y oscura, más demencialmente cuerda
que he tenido la oportunidad de leer; mientras que Tom Wolfe y Hunter
S. Thompson se acomodan plácidamente entre mis preferidos del llamado Nuevo
Periodismo, aquella ola surgida en los Estados Unidos en la década del ’60
y con la cual empecé a familiarizarme (entiéndase como sinónimo de fanatizarme)
tras algún que otro encuentro fortuito en artículos perdidos de revistas y
periódicos.
La cruza (es decir, la manera en
que esas obras se relacionan, se fusionan, se aparean en mi cabeza), a mi
entender, no es pretenciosa; más bien y volviendo al tema de la cópula, es
degenerada. Aquí no hay mestizos o mulatos, sino, al igual que en el relato
bíblico de los ángeles que bajan a la Tierra para tener coito con las mujeres,
el producto final es un hibrido, un Néfilim. De esa alquimia, todo
lector es conocedor: todos hemos pasado de Corin Tellado a Vargas
Llosa, de Rimbaud a Lamborghini, del Fausto de Goethe a Fogwill, de La Biblia al Corán,
sin que mediaran entre ellos puente visible o cualidad que los comulgara, más
que la simple atracción de un buen título o atractiva cubierta (aquí no talla
eso de que no hay que juzgar a un libro por su tapa) o una crítica
afable. Sin duda, la buena literatura siempre tendrá un efecto transformador en
el lector -por qué no revolucionario-, aunque en la mayoría de los casos esa
experiencia sea predominantemente interna y cuando ni siquiera el mismo huésped
sepa qué ha sucedido consigo mismo sino hasta muchos años después.
que esas obras se relacionan, se fusionan, se aparean en mi cabeza), a mi
entender, no es pretenciosa; más bien y volviendo al tema de la cópula, es
degenerada. Aquí no hay mestizos o mulatos, sino, al igual que en el relato
bíblico de los ángeles que bajan a la Tierra para tener coito con las mujeres,
el producto final es un hibrido, un Néfilim. De esa alquimia, todo
lector es conocedor: todos hemos pasado de Corin Tellado a Vargas
Llosa, de Rimbaud a Lamborghini, del Fausto de Goethe a Fogwill, de La Biblia al Corán,
sin que mediaran entre ellos puente visible o cualidad que los comulgara, más
que la simple atracción de un buen título o atractiva cubierta (aquí no talla
eso de que no hay que juzgar a un libro por su tapa) o una crítica
afable. Sin duda, la buena literatura siempre tendrá un efecto transformador en
el lector -por qué no revolucionario-, aunque en la mayoría de los casos esa
experiencia sea predominantemente interna y cuando ni siquiera el mismo huésped
sepa qué ha sucedido consigo mismo sino hasta muchos años después.
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Walt Kuhn. Plumes, 1931 |
Pero remontarme a mis primeros
años, para saber o más bien adivinar, conjeturar, cuáles fueron mis primeras
percepciones como lector, trato de realizar un viaje por el tiempo que reposa
en mi inconsciente y cuya tarea se asemeja más a una catarsis que debería
realizar en el diván de una psicóloga que a la práctica misma del recuerdo.
Entonces, el camino más fácil hacia el fondo de la mente de mi “yo” en una edad
temprana es recurrir a un artificio esperando que así se abran las puertas del
pasado, el punto en común de casi todos los niños de Occidente: alguna versión
de Caperucita Roja de Perrault
o de los hermanos Grimm, El
Principito de Saint-Exupéry, El
príncipe feliz de Oscar Wilde, La
isla del tesoro de Stevenson o los futuristas Julio Verne y Ray
Bradbury. A partir de allí, como si estuviera en el arduo trabajo de cavar
un gran pozo, empiezo a descubrir algunas gemas: mi mamá leyéndome antes de
dormir, las historietas de Batman que me prestaba algún amigo, el dibujo
de Gulliver atado en la playa con grilletes y cadenas por los
liliputienses (¿o acaso era con sogas?), la risa que me provocaban los enanitos
barbudos de Blancanieves.
años, para saber o más bien adivinar, conjeturar, cuáles fueron mis primeras
percepciones como lector, trato de realizar un viaje por el tiempo que reposa
en mi inconsciente y cuya tarea se asemeja más a una catarsis que debería
realizar en el diván de una psicóloga que a la práctica misma del recuerdo.
Entonces, el camino más fácil hacia el fondo de la mente de mi “yo” en una edad
temprana es recurrir a un artificio esperando que así se abran las puertas del
pasado, el punto en común de casi todos los niños de Occidente: alguna versión
de Caperucita Roja de Perrault
o de los hermanos Grimm, El
Principito de Saint-Exupéry, El
príncipe feliz de Oscar Wilde, La
isla del tesoro de Stevenson o los futuristas Julio Verne y Ray
Bradbury. A partir de allí, como si estuviera en el arduo trabajo de cavar
un gran pozo, empiezo a descubrir algunas gemas: mi mamá leyéndome antes de
dormir, las historietas de Batman que me prestaba algún amigo, el dibujo
de Gulliver atado en la playa con grilletes y cadenas por los
liliputienses (¿o acaso era con sogas?), la risa que me provocaban los enanitos
barbudos de Blancanieves.
En este deambular por la infancia
con los zapatos llenos de polvo de ayer y repleto de veladores iluminando
noches de cuentos de príncipes, pociones y castillos, casi como en una
revelación comprendo dos cosas: las páginas de un libro, cuando uno es un niño,
son como patios de juegos (también cuando somos adultos, aunque en esta etapa
el juego se supone como un escape a la realidad, una droga que manipula
nuestros sentidos y nos empuja a límites a los que solo se accede en los sueños
o en la locura), donde somos héroes y heroínas, donde volamos o somos
invisibles, donde el bien siempre vence y donde los villanos son evidentemente
malvados sin la ambivalencia que se da en el mundo real donde todos tienen
(tenemos) dos caras; y en segundo lugar empiezo a sospechar que los autores de
cuentos para niños/adolescentes y sus historias son el paso previo de un
“complot” mucho mayor que incluye música, cine y experiencias de carácter
extrasensorial y de liberación del cuerpo y la mente. Pensémoslo de este modo:
Alicia tomaba píldoras que le permitían acceder a un mundo “maravilloso” y
hablar con criaturas que rozaban el perfil de la demencia, o por lo menos de la
incongruencia; eso, en el rompecabezas del “complot”, encaja perfectamente con
el rock en su fase de hippismo americano en los ’60, con Hendrix
y Janis Joplin a la cabeza. Otro ejemplo (y sé muy bien que estoy
desbaratando el concepto de inocencia) es el de la antes citada Blancanieves y
sus amigos. Si hilamos fino –y esa es la intención, aunque sin hacer una tesis
demasiado extensa, por el temor de que esta empiece a dislocarse-, lo que
tenemos aquí es a una mujer conviviendo con siete hombres dentro de los
confines de un bosque y siendo víctimas y a su vez perpetrando actos de
violencia política. No emito ningún juicio sobre el caso, pero para trazar la
relación con la música popular de nuestros tiempos, a la que los jóvenes
recurren a modo de salvación, me permito invocar a Jim Morrison, cantante
de The Doors, quien conocía a la perfección al personaje mitológico Dionisio
y a quien consideraba fuente de inspiración. Él quería llamar Dionisio a su
banda y para explicar el porqué de su preferencia habla de las bacanales. El
paralelo es el siguiente: las bacanales romanas eran fiestas multitudinarias en
honor a este dios, donde no había pudores sexuales y el liberalismo era la ley
(se hace recurrente citar el tema de estas ocho personas viviendo según sus
normas). Se realizaban en la arboleda de Simila (¿el bosque de Blancanieves?) y
en un determinado momento de la historia fueron prohibidas porque se suponía
que allí se planeaban diversas clases de crímenes y conspiraciones políticas
(¿conspiraciones políticas? ¿Qué les parece un criado que traiciona a su reina
contándole los planes al enemigo y un príncipe que en plena boda ejecuta
castigo?). Lo más probable es que estas hipótesis sean solo eso. Quiero creer
que nuestras infantes mentes jamás decodificaron estas inverosímiles
significaciones. Quiero creer. Pero tal vez, no quiera creer tanto.
con los zapatos llenos de polvo de ayer y repleto de veladores iluminando
noches de cuentos de príncipes, pociones y castillos, casi como en una
revelación comprendo dos cosas: las páginas de un libro, cuando uno es un niño,
son como patios de juegos (también cuando somos adultos, aunque en esta etapa
el juego se supone como un escape a la realidad, una droga que manipula
nuestros sentidos y nos empuja a límites a los que solo se accede en los sueños
o en la locura), donde somos héroes y heroínas, donde volamos o somos
invisibles, donde el bien siempre vence y donde los villanos son evidentemente
malvados sin la ambivalencia que se da en el mundo real donde todos tienen
(tenemos) dos caras; y en segundo lugar empiezo a sospechar que los autores de
cuentos para niños/adolescentes y sus historias son el paso previo de un
“complot” mucho mayor que incluye música, cine y experiencias de carácter
extrasensorial y de liberación del cuerpo y la mente. Pensémoslo de este modo:
Alicia tomaba píldoras que le permitían acceder a un mundo “maravilloso” y
hablar con criaturas que rozaban el perfil de la demencia, o por lo menos de la
incongruencia; eso, en el rompecabezas del “complot”, encaja perfectamente con
el rock en su fase de hippismo americano en los ’60, con Hendrix
y Janis Joplin a la cabeza. Otro ejemplo (y sé muy bien que estoy
desbaratando el concepto de inocencia) es el de la antes citada Blancanieves y
sus amigos. Si hilamos fino –y esa es la intención, aunque sin hacer una tesis
demasiado extensa, por el temor de que esta empiece a dislocarse-, lo que
tenemos aquí es a una mujer conviviendo con siete hombres dentro de los
confines de un bosque y siendo víctimas y a su vez perpetrando actos de
violencia política. No emito ningún juicio sobre el caso, pero para trazar la
relación con la música popular de nuestros tiempos, a la que los jóvenes
recurren a modo de salvación, me permito invocar a Jim Morrison, cantante
de The Doors, quien conocía a la perfección al personaje mitológico Dionisio
y a quien consideraba fuente de inspiración. Él quería llamar Dionisio a su
banda y para explicar el porqué de su preferencia habla de las bacanales. El
paralelo es el siguiente: las bacanales romanas eran fiestas multitudinarias en
honor a este dios, donde no había pudores sexuales y el liberalismo era la ley
(se hace recurrente citar el tema de estas ocho personas viviendo según sus
normas). Se realizaban en la arboleda de Simila (¿el bosque de Blancanieves?) y
en un determinado momento de la historia fueron prohibidas porque se suponía
que allí se planeaban diversas clases de crímenes y conspiraciones políticas
(¿conspiraciones políticas? ¿Qué les parece un criado que traiciona a su reina
contándole los planes al enemigo y un príncipe que en plena boda ejecuta
castigo?). Lo más probable es que estas hipótesis sean solo eso. Quiero creer
que nuestras infantes mentes jamás decodificaron estas inverosímiles
significaciones. Quiero creer. Pero tal vez, no quiera creer tanto.
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George Luks. Otis Skinner as Col. Philippe Bridau, 1919 |
Lucas Damián Cortiana (Chivilcoy,
Argentina, 1983) es estudiante de Profesorado de Lengua y Literatura. En 2007
obtuvo una mención de honor en un certamen nacional organizado por la Editorial
de Los Cuatro Vientos y la publicacion de los siete poemas premiados en una
antología titulada El decir textual. En la página de Facebook
“Rata Carmelito” pueden encontrarse retales de su poesía y su locura.
Argentina, 1983) es estudiante de Profesorado de Lengua y Literatura. En 2007
obtuvo una mención de honor en un certamen nacional organizado por la Editorial
de Los Cuatro Vientos y la publicacion de los siete poemas premiados en una
antología titulada El decir textual. En la página de Facebook
“Rata Carmelito” pueden encontrarse retales de su poesía y su locura.
Lucas, un texto impecable.Me encantó.Un fuerte abrazo
Hasta la próxima lectura.