A mí de muchacho no me gustaba jugar
a ser marciano ni nada de los asuntos que estaban tan en boga entonces (…), 

como
los relacionados con el Espacio, fuera sideral o planetario. Nada
cósmico me ha interesado mucho nunca. Todo lo que nos contaban de la NASA
y de los Sputniks, de cohetes
y misiles, del Apolo y el Soyuz, de la Carrera Espacial
entre los nuevos tártaros y los yanquis, me importaba poco, y los comics sobre
ello, verdadera cadena de transmisión informativa para los chicos de la época,
nunca me han gustado y mucho menos los de temas siderales.

No soy yo muy de andar por
firmamentos a pesar de tener buenos amigos pilotos que refutan sobradamente mis
argumentos. Ellos dicen que estar allá arriba es un placer; yo les digo que
prefiero tener los pies en la Tierra, que lo de orbitar no es lo mío.
Hoy vuelvo a escribir sobre
indumentaria, ya que estoy un poco asustado con algunas de las nuevas modas,
especialmente con la que te disfrazan de extraterrestre. Ver a un muchacho
vestido de astronauta en algún cumpleaños infantil debió de horrorizarme en su
día, puedo estar algo traumatizado desde entonces: no soporto los adefesios
de los estilos posmodernos siderales
.

Siendo chavales los asuntos
galácticos tuvieron mucho predicamento. Se había llegado a la Luna y parecía
que lo de Marte estaba a la vuelta de la esquina. El futuro estaba a la orden
del día; películas, tebeos, noticias permanentes y las discutidas visitas de
extraterrestres ambientaban todos estos asuntos del firmamento estelar.
El tema de los ovnis, que
causó especial inquietud durante una larga temporada, se ha diluido un poco,
pues somos nosotros los humanos los que actualmente fabricamos estos
aeroespaciales vehículos, y la existencia de seres extraplanetarios casi la
damos por hecha viendo lo que se ve en las calles, calculando la inmensidad del
Universo universal, y con la evolución que estamos viviendo, disfrutando o
sufriendo. En el súper espacial mundo que vivimos, el fenómeno UFO, que
tanto dio que hablar, es nada comparado con lo que construimos nosotros, homo
sapientísimos y evolucionadísimos, que hasta generamos basura sideral que
dejamos colgada sobre nuestras cabezas me dicen, algo que me da un asco
inimaginable. Como los plásticos en las playas. Una cosa es que una fuerte
lluvia vaya a caer, como cantaba nuestro querido Dylan, que caigan
chuzos de punta, como reza la expresión popular, pero que te caiga un tornillo
de carbono o una llave inglesa de fabricación rusa no tiene ninguna gracia.
También nos cae, de vez en cuando, algún asteroide, que unas veces se agradece
y otras no.
La indumentaria que se nos
presentaba para estos personajes y protagonistas del futuro era de monos
integrales de materiales sofisticadísimos, con cascos y antenas en la cabeza.
En la ficción setentera perfilaban a tipos vestidos de plexiglás, tejidos de
carbono con colores metálicos, con ribetes y calzados iluminados, con gafas
poliédricas, pelados, de cabezas rapadas, todos con la correspondiente
uniformidad. Hasta llegó a la alta costura: André Courrèges, Paco
Rabanne
En los setenta, la idea de una posible
presencia de marcianos entre nosotros los terrícolas se iba introduciendo como
lo hacían los fenómenos derivados de la llamada Contracultura, los hippies,
las variopintas tendencias y revuelto de religiones y liturgias que aparecieron
en todos los extremos del planeta. Uno sabía que los Hare Krishna eran unos alucinados vestidos de amarillo y
naranja a los que era fácil identificar; a los punkies, ni qué decir tiene con sus aspectos de cactus de
alcantarilla; a los hip hoperos de
visera en la nuca con sus andares de chimpancés. Ahora no hablaremos de los panamajacks, los coronelestapiocas y los
cameltrophy,
que abundaron y perviven, una moda que pretendía hacernos a
todos descubridores de solares extremos. Pero a los extraterrestres, tal como
nos estábamos empezando a vestir los humanos, pues no; la posibilidad de
reconocerlos, si su presencia fuese efectiva, se complicaba, se ha complicado.
El presunto extraterrestre puede ser un chico normal saliendo de un gimnasio o
una sauna con su camiseta púrpura y unos pantis negro asfalto.
Primero fue el uso y abuso del
chándal, grosera prenda que democratizaba a los uniformes, que confundía el
mono clásico de trabajo con la práctica de un deporte, con la declaración de
jornada de descanso, o un encomiable ánimo deportivo. Pero el chándal fue
evolucionando a prendas mucho más complejas y variadas, vestimenta que llaman
“tecnológica”.
La camiseta de algodón se sustituyó
por otras ajustadísimas de costuras extravagantes y materiales como el kevlar, algo que inventaron los
astronautas por allí arriba. Los pantalones dejaron de ser pantalones para ser
unos pantis de tejidos salidos de telares computerizados. Los modistos se
pusieron “batas blancas”.
Pantalones, chalecos, cazadoras,
todo se confecciona mediante la tecnología, mucho en negro y gris,
abundantemente en colores fofis repelentes, muy ajustados unos, y otros lo
contrario. Ropajes que parecen balizas desinfladas, bombachos informes, o esos lefties pitillo que te ajustan el
tobillo, también los absurdos que se caen si no vas tocándote continuamente las
partes pudendas, los que llaman cagaos,
que ya es suficiente con el nombrecito de la prenda.
La gente fue vistiéndose masivamente
de seres espaciales, de venusinas, de jupiterinos (muchos negros con sus capas
púrpuras), de saturninos (estos con un nombre más castizo). Las calles
empezaron a ver gente de aspecto galáctico de todos los colores, en las
metrópolis y en las aldeas entre Tombuctú y Tamanrasset. Hay
muchos humanos que visten de marcianos, que además complican sus semblantes y
epidermis con especiales afeitados muchos con perilla como signo de mayor
entidad, y ahora, muy de moda, las luengas barbas al estilo talibán (que hay
que tener…), tatuados y retatuados, atravesados por alfileres de todas las
formas y dimensiones. Llevamos hasta cables y antenas por la cabeza, bueno,
ahora no, que todo es inalámbrico. Observar el conjunto que lleva un ciclista
es quedarse estupefacto.
En los noventa se consumó el muy
común uso de estas prendas, y millones de personas empezaron a correr vestidos
de seres de otros planetas por las calles, paseos y riberas de todo el mundo. A
media humanidad le ha dado por correr y pedalear. Hubo un tiempo en que había
que “ir corriendo a todas partes” víctimas del estrés del mundo moderno; ahora
lo que se hace es correr porque sí, algo que a mí no deja de sorprenderme, que
me deja perplejo pues lo supongo agotador y fatal para las rodillas, como me
advierte mi querido doctor UO. Además, ahora los que corren también hablan
entre ellos por sofisticados sistemas, aunque me aseguran que lo que más se
hace es wasapear. ¿Corren y wasapean?
¿Es posible eso? Me parece puro funambulismo.
Globalizados, “visualizados y
canalizados”, vestidos de marcianos, customizados
o no, estamos construyendo un globalizado mundo tan conexo galácticamente que o
te estás calladito y discreto en emitir tus opiniones, o no veas la que puedes
preparar en alguna red social, que son como telas de araña con el arácnido
aparato que utilices para tus comunicaciones.
Concluyendo este breve comentario,
no creo exagerar exponiendo esta realidad de que una gran mayoría viste de
astronautas de pacotilla, como salidos de la máquina de un taller con mil
nombres de marcas pero tremendamente homogéneo, y ¿qué quieren que les diga?,
de forma muy vulgar. A mí no me gusta nada. De lo que nos dibujaban los héroes
de ficción sideral como algo exclusivo, se pasó a esta uniformidad de lo que
ahora llaman la ciudadanía. No sé, a mí me gustan más los algodones y linos, la
seda y el tweed; bien que la gente se afeite la cabeza, hay cráneos
interesantísimos, hermosísimos, pero si el individuo se pone una camiseta
metálica o de un rosa fucsia ajustada, pues no.
Sé que las modas van y vienen, que
no debo exagerar, que el futuro ya está aquí y que yo,precisamente, no caí
enamorado de la moda juvenil
. Pero protesto contra el exceso de esta
vestimenta futurista que nos confunde con seres de otros planetas, con los que
no estaría mal identificarlos y compartir delicias terrenales, como son el amor
físico y sensual o más pobremente, tomar juntos un buen vino y un jamón
delicioso, que es lo que voy a hacer yo ahora despidiéndome de ustedes,
queridos lectores.