Janet Leigh en la película Psicosis de Alfred Hitchcok
(Advertencia: este texto abunda en
sarcasmo, pretenciosidad, delirios de grandeza, argentinismos, lunfardo y
voseo. Es probable encontrar también algo de intolerancia cultural).
Apenas cumplió veinte años, Jeanette
Helen Morrison
comenzó a pasear su hermosa figura por la pantalla grande.
Estamos hablando de 1947, cuando toda Norteamérica hablaba del “caso Roswell”;
mismo año en que los modernistas llorarían a Manuel Machado, alguien
encontraría a Al Capone muerto en una bañera y Henry Ford dejaría
de ser un nombre y un apellido para convertirse definitivamente en sinónimo de
industria automotriz.

Pero más allá de conspiraciones
gubernamentales, secretos de Pentágono y obituario célebres, aún faltaba mucho
para que entraran en el vocabulario popular palabras como inyecciones de bótox,
liposucción, rinoplastia y lifting facial. Jeanette era pura belleza
natural, ciento por ciento original, sin quirófanos, sin cirujanos metiendo
bisturíes y sacando imperfecciones, sin anestesias ni dolor. Belleza,
simplemente, que no es poco decir.
Un tío mío, el chistoso, uno como el
que todos tenemos, me dijo una vez: «Hay dos palabras que te abrirán
muchas puertas en la vida: TIRE y EMPUJE». A Jeanette, dos palabras con
mucho más poder le abrieron las puertas que su incipiente carrera en psicología
no le hubiesen abierto nunca: RUBIA y HERMOSA. Tanto fue así que la actriz Norma Shearer quedó tan maravillada por el atractivo
físico de la joven después de ver una foto de ella en un centro de esquí, que
inmediatamente pasó el dato ni más ni menos que a la Metro Goldwyn Mayer.
Entonces, allí terminó la vida de Jeanette y comenzó la vida de Janet Leigh,
pues el primer paso a la fama, es sabido, es borrar todo rastro del pasado, y
eso comienza con un buen nombre, vendedor, llamativo, lustroso y principalmente
fácil de recordar -como Marilyn (Monroe) o Yvonne (de Carlo), por
las menos efectivas y mas insulsas Norma y Margaret, los
verdaderos nombres de esas divas-, algo que pocos padres atinan hacer desde un
principio, para ahorrar futuros rebautismos si su hijo resulta ser una estrella
del cine o de TV, y eso es precisamente lo que el sr. Mayer hizo. Sin embargo,
la cima del mundo no se logra solo con tener un nombre que estrenar y cabellos
dorados y un busto legendario para la época, no; se necesita talento y una
rueda de la fortuna que sonría de vez en cuando. Entonces el golpe de suerte
llegó de manera impredecible, porque, claro está, de eso está hecha la materia
del azar, y más impredecible de lo que fue no podría haber sido. La ruleta se
detuvo en la casilla de la muerte.
Anthony Perkins en la película Psicosis
Dicen que, a partir de ese día, ella
nunca más pudo bañarse en una ducha sin primero cerrar absolutamente todas las
puertas de su casa y, si se podía evitar, se bañaba en una tina. Dicen que
algunos admiradores le mandaban cartas en las que fantaseaban con repetir su
muerte… su muerte más famosa, la de Janet Leigh interpretando a Marion Crane
en la ducha del Motel Bates. La ducha de “Psicosis”.
¿Qué tal comenzar este párrafo con
una sentencia? Bueno, podrá parecer un poco frívolo, pero ahí va: lo que no se
inventó antes, se inventó en los 60. ¿Por qué? Vamos a meternos en la ardua y
poco gratificante tarea de desasnar. Si sos de la generación MTV, tal vez creas
que el pop lo inventaron Madonna, Michael Jackson o el artista
antes conocido como Prince. O si sos de la generación “Crepúsculo”,
pensarás que no hay nada más cool que unos pibitos carilindos, léase Jonas
Brothers
, Justin Beaber, One Direction y demás engendros
corporativos, tocando la guitarra. ¡Pobre cretino ignorante! Ni siquiera estás
cerca si pensabas en Elton John vestido de Pato Donald actuando
la canción «Benny and the jets». Los Beatles estaban tocando
«Please, please me» y «I want to hold your hand» con sus
sonrisas esponsoreadas para Ed Sullivan mucho antes que Madonna pudiese decir
«Like a virgin». Ah, ¿creíste que nada se asemeja a Lollapalooza
o Coachella en cuestión de festivales de rock con música de vanguardia,
quilombos de infraestructura y malos servicios sanitarios? Mmm, creíste mal.
Ahí estaban el Monterrey Pop Festival, Woodstock y la isla de
Wight
primero. Claro, pensaste que la guerra en Irak era el conflicto
bélico mas inverosímil, ilógico, sin sentido y escalofriantemente dominado por
la avidez del que se tuviera registro. Sin duda, lo es en este siglo XXI, pero
la huella se dejó en los 60. No sé si escuchaste de algo llamado Vietnam,
Charlie, Nixon o “la batalla de la
Colina de la Hamburguesa”
y si no, realmente estás viviendo adentro de una
burbuja y mereces vivir encerrado en un limbo con soldados llevándote comida y
cartas que tu mamá te escribió hace un mes… o lo que sería más o menos lo
mismo, en Ho Chi Minh escapando de ataques de napalm. Esos fueron
los 60, cuando se inventó todo menos la pólvora y la rueda, Elvis y la rebeldía
sin causa. Porque de estrellas de cine imperecederas también estuvo colmado: Mia
Farrow
, Brigitte Bardot, Virna Lisi; y ni que hablar de
iconografía: las rejillas de ventilación levantando la falda de Marylin Monroe,
Sean Connery pidiendo un Martini en la piel del 007, Hendrix incendiando
su guitarra o, si sos más bien un necromaníaco, tal vez tengas en tu cuarto un póster
de Sharon Tate o de JFK paseando por última vez en su coche por
la Plaza Dealey, junto a algunos pájaros disecados y un cráneo que te regaló un
primo que estudia kinesiología.
Una escena de la película Psicosis
Pero si hablamos de iconos de la
cultura en los 60, el primero fue Janet Leigh gritando como loca bajo la ducha
que le había preparado el maestro Hitchcock. El asunto ahora sería:
¿cómo fue que esta mujer, venida de películas poco memorables como Luces de Broadway” y Scaramouche”, se convirtió en sex symbol y
provocó noches con sueños mojados para toda una generación de jóvenes adictos
al suspense y a las
provocaciones blondas? Digamos que en los 60, si eras mujer, había solo un par
de maneras para alcanzar la gloria en el cine. Para ser más justos, digamos que
tres: ser una chica Fellini, una chica Bond, o una chica Hitchcock.
Janet, ya lo sabemos, se metió desnuda, mojada y a los gritos en el Hitchcock
Athletic Club
(para ponerle un nombre bonito), y tan cierto fue ello
como que jamás pudo salir de allí.
Ella ya no sería ella, nada de lo
que dijese tendría la misma intensidad de su grito, ninguna foto familiar ni
ninguna perpetrada por paparazzi serían tan convincentes como el póster
publicitario; pedirle una nueva gracia hubiese sido pedirle a la Gioconda una
nueva sonrisa, a la Venus de Milo una nueva pose o a María un nuevo Cristo.
Alfred Hitchcock

  Lucas Damián Cortiana (Chivilcoy, Argentina, 1983) es
estudiante de Profesorado de Lengua y Literatura. En 2007 obtuvo una mención de
honor en un certamen nacional organizado por la Editorial de Los Cuatro Vientos
y la publicacion de los siete poemas premiados en una antología titulada El
decir textual
. En la página de Facebook “Rata Carmelito” pueden
encontrarse retales de su poesía y su locura.