un parking en el centro de la ciudad, encuentro un reclamo publicitario
cuya leyenda dice “Tú, ¿a qué tribu perteneces?”, presentando el rostro de unos
mendas metrosexuales a los que mi
acompañante define como “gafapastas”, “bocachanclas”, alguno de ellos
“eco-alternativos”. (“En el fondo, unos pagafantas”, me comenta). No me asusto
con el asunto ni con la nomenclatura; ya conozco estos nominativos de lo que
llaman “tribus urbanas”, con las que se identifican los jóvenes. Siempre ha
habido bandas y pandas de “apanderados”.
y tratamiento, ese “Tú, ¿a qué tribu perteneces?”, me ha molestado por dos
razones: primero, porque los rostros de unos figurones en la pared me tuteen de
forma imperativa. Y segundo, porque alguien pueda estar pensando que debo estar
adscrito a una tribu determinada. Ello, sumado al ambiente urbano, con seres de
distintas especies y géneros –que ahora hay de todo-, ambiente controlado por
ondas falaces, chips y bits listísimos y entrometidos, ha
perturbado mi buen ánimo matinal.
se empeñan en ello, en bailar en torno a una hoguera y cercar las lindes de su
aldea. Los clanes, la nacionalidad, la diferencia, todas esas “milongas”
recitadas en torno a rancias tradiciones, cuando no a podridas costumbres. No
entiendo nada. Me educaron en las bondades de la comunidad y del
colectivo, del ecumenismo, que resultó ser en mucho mentira, una
entelequia. Luego, el internacionalismo, perseguir la paz y esperanza
transcontinental, la solidaridad, la fraternidad, la igualdad entre los pueblos
y los seres humanos. En la Ilustrada razón que me convenció. Más tarde,
el humanismo. ¡Qué bien sonaba todo aquello! Sin embargo, casi todo era
un bla bla bla.
En los últimos tiempos
está siendo el fenómeno de la globalización, algo mayúsculo,
superlativo. ¡Y menudo globo tenemos! Estamos al pairo en el terrenal
firmamento. No soy catastrofista, pero por darle forma romántica, nuestro balloon,
con estos turbulentos vientos, puede empalarse en la Torre Eiffel,
trabarse en la Puerta de Brandeburgo, estrellarse en la Plaza de San
Pedro. Cayeron las Torres Gemelas y los Budas que decapitaron
los talibanes allá en Afganistán. Veremos de todo.
¿El Mediterráneo
sumergirá sus islas y costas? ¿Desaparecerán Tonga y Vanuatu? Se
está descongelando el Ártico. El fracking nos hace crujir. Una
dura lluvia va a caer, decían profetas y anunciaba Dylan. Respecto al
problema del número de humanos que somos, no es necesario recordar que los
chinos siguen multiplicándose peligrosamente, y los indios lo mismo, tan
terrenales estos por muy extasiados que parezcan. Los negros africanos también
crecen sedientos y desmesurados. ¿Hipertrofia de la humanidad? ¿Etnolocura del
ser humano? Los problemas actuales tienen enormes dimensiones y nosotros,
además, nos buscamos particulares líos en la acera de enfrente o en la puerta
de la iglesia más próxima, solo porque tú eres de la villa de arriba y yo de la
de abajo, porque tú acentúas esdrújulo cuando yo quiero que sea grave.
por el folclore, en cualquier momento puede llegar el Apocalipsis y el
final de los finales por sobresaturación, porque se nos fundan los plomos. Un The
End que tanto puede ser en Wall Street, en el British Museum,
o en la Puerta del Sol de Madrid, dios no lo quiera, pues sus
comerciantes ya han tenido lo suyo. En el mismísimo Valle de Josafat, en el que
se quedó para celebrar el Juicio Final, en la Tierra Prometida
sometida a los graves juramentos de unos y otros. Un Apocalipsis a ritmo
de hip hop o de una sicótica zarabanda. En Atacama con los New
Age, o en Marte, que por allí tendremos a la avanzada tribu de los
astronautas. A la vuelta de la esquina cualquier día se producirá el fin de los
tiempos, y sin embargo, estamos pendientes y empeñados en cerrar el círculo de
lo mío, lo tuyo, lo nuestro. El tan tan y la tribu. De poner más vallas en el
campo. Cercas, jaulas, cámaras. Nos saltarán los diferenciales por tonterías.
¿Cómo se dice? ¿Etnocentrismo? Ego me mei mihi me mecum.
formé al son de baladas como aquella de Leonard Cohen, “Le Partisan”,
una canción triste y hermosísima, que reza en uno de sus versos “las
fronteras son mi prisión”. Yo creí en la internacionalización y en la
libertad mayúscula del individuo, y este asunto de las tribus me provoca un
enorme recelo. Yo no quiero pertenecer a ellas. No me apetece ponerme un hueso
sobre el peinado o un cuerno en el sombrero. Ni vikingo, ni unicornio.
anuncio suburbano que he visto y me aburre todo esto de las tribus, etnias y
nacionalismos. Estoy más que harto de aquellos que me quieren adscribir a una
nación como antes se hacía a una patria. Nos quejábamos de las sectas y ahora
nos vienen con las tribus. ¡Qué ganas! Estas tribus urbanas, por más modernas
que se digan, resultan de lo más rústicas, por no decir groseras. ¡Qué manías
con la entidad y los hechos diferenciales! ¿No será miedo? Meras pamplinas.
Creo que ya lo he dicho en otras ocasiones y por motivos distintos: acabaremos
estudiando un nuevo “neocatetismo”.
que, por distintas razones, volvemos a escuchar mucho. Tribus de urbanitas en
torno a modas, a formales e informales ideologías, a cientos de confesiones y
sectas, que tanto muestran una tediosa homogeneidad de enunciados, como una
extrema complejidad de lo que llaman tendencias. Ahora se dice mucho lo de
tendencias. Un asunto variopinto, muy variopinto.
conviven tribus históricas y tribus histéricas. Tribus de desierto o jungla
(las de toda la vida, que van a menos), y tribus de masas masivas de
aficionados al deporte, al motor, a la música, o a lo que sea, de lo que a un
individuo más o menos influyente se le ocurra para influir a los
influenciables, despistados, ansiosos e idiotas, que acuden al mercado
filosofal y al sociológico (el de las tendencias) o, simplemente, recogen y
aceptan el mensaje que les llegue mejor y les vendan en su pantalla, dando un
OK a su móvil. Tribus y redes sociales. Redes, ¡qué agobio!
de las tribus clásicas urbanas que perviven hoy día nos hace referir primero a
los rockeros y heavys, fans del decibelio, el tupé y el cuero; a los
muchos moteros, leones rugientes y soberbios routiers; los impertinentes
y sudados ciclistas, vestidos de marcianos, que tanta controversia y peligros
provocan; a los que les da por correr calzados con zapatillas de colores
horribles, erguidos o sofocados con cascos en los oídos. Antes se decía que
solo corrían los cobardes y los delincuentes, pero ahora corre todo el mundo,
hasta los hay ponderados “maratonianos”, que son legión, bregados en el olimpo
de las grandes ciudades de todo el mundo. También, muy deportivos y felices de
mimetizarse con el asfalto son los breakdancers, los chavales del skate,
y otros muchos con pantalones por las rodillas, pues están orgullosos de
mostrar su ropa interior a la que dedican lo mejor de sus escasos ahorros.
“antisistema”, que se califican radicales y lo son de distintos tipos y orden
(perdón… desorden). Los “eco-alternativos”, que es tener mucho nombre, que
supone una super-calificación, grupos que se sienten ideológicamente superiores
desde premisas por lo general liliputienses. Los grunges, los indies.
Están los “perroflautas”, categoría dentro de los “eco-alternativos”. Los hay
de plaza y los hay de esquina, estáticos y peripatéticos por calles y jardines.
Estos “perroflautas” son muy peculiares y rústicos. Tanto parecen seres
medievales como extraterrestres de galaxias con problemas de comunicación.
Como los “tecnoflautas”,
otros que andan siempre “enredados” en el táctil mundo digital, que dicen
saberlo todo porque todo está en la red. “Sobradamente preparados”, no hay
quien les pregunte algo, enmudecidos ante la iluminada sapiencia de sus
pantallas. Se venden como “la generación más preparada de la historia”, pero
prefieren un canuto a hacer una simple “o”, pues la ortografía no es lo que
mejor dominan en este futuro de conocimiento ilimitado.
el famélico cánido, son herederos de hippies, de freaks de toda
condición. Los otros, hijos de “el futuro ya está aquí”, de lo que antes era
sorprendente ciencia-ficción y ahora es realidad imperativa: el mundo virtual.
Todo es muy virtual, aunque la miseria material y la intelectual vuelven a ser
grandes, enormes. Lo virtual y la virtud tienen poco en común, ya lo saben
ustedes.
pijos, de los citados “gafapastas”; de los hipster que se dicen muy
independientes (antes los hipsters eran los muy colocados); de los floggers,
los otakus del manga. Los frikis, los emos, los góticos, los residuos
del punk, que los hay. Los violentos energúmenos con cabezas rapadas,
los del fascio o los del futbol. Los skinheads, las salvajes
maras latinas, muchachos que no deben beber ni una copa de más. Hasta hace
poco, estaban los alucinados de las sectas, los hare krisna, los maharaji,
los maharishi y los “majarones” del Oriente, con o sin pendiente.
Ahora son tribus que hacen tai chi, o tienen un rollo zen, los
que no pueden dormir sin feng shui. Los muchos y diversos de la New
age, trastornados que tanto habitan desiertos volcánicos como “lo flipan”
en chill outs de minimalista decoración y escaso gusto. Los “rastafaris”
y los “rascayús”; unos le dan al tan tan, muchos al fun fun, y otros van
al tun tun. Hay lo que se quiera globalmente, un universo. Para todos los
gustos y sustos.
El espectro tribal
contemporáneo es amplísimo. Con tanto satélite de comunicación bipolar y
paranoide, además del infinito de las redes sociales y la espectral aceleración
de todo, la atomización sectorial de este mundo resulta desorbitada, podría
parecer magnífica, aunque, contrariamente, se esté produciendo una triste y
desoladora masificación.
sospechará que me interesan más los mamelucos, jenízaros y cosacos, que me
gustaría más hablar de escitas y sármatas euroasiáticos. Efectivamente. No me
gustan mucho las nuevas tribus de adoradores de pantallas táctiles, ya tengan
la mirada fija o retorcida, ya sean del rollo místico-floro o satánicos, lleven
el pelo de color fosforescente, anillos en las napias o rastas enmohecidas.
Estén indignados, flipados o patidifusos. Yo sí que estoy estupefacto y
preocupado con mucho de lo que veo y del trato que pretenden darme algunos.
tribu; tampoco la nación. No. Lo siento, estas cosas no me agradan, me
disgustan. Me enfada que me tutee un anuncio agresor, y mucho más que me
aburran con las nacionalidades, la patria, el Estado, la república o el rey.
Que me hablen de los “hechos diferenciales” y “lo nuestro”, de lo suyo. Es un
horror. Que me dejen en paz, que me dejen solo, solito, y en normal comunión
con la comunidad con la que comulgaré o no, libremente… libremente.com.
mayoría de las nuevas tribus que me rodean, unos por pelanas, y otros tan pelaos.
No me gustan las tribus ni que se me considere un aborigen antiguo o moderno.
No me gustan las fronteras ni las aduanas, ni las históricas, ni las de nueva
creación. Las señas de identidad me importan poquito, lo justo y necesario. Las
nacionalidades son una pesadez. Prefiero escuchar violines y violas con las
ventanas abiertas, sentado en un canapé con un libro en la mano, que bailar
alrededor de la hoguera al compás de flautas, gaitas y tambores. No me gustan
las nieblas de las selvas, ni los altos muros de cemento armado, y tampoco tengo
intención de viajar a Marte e ir tan deprisa por sitios que no conozco, por más
que la tribu allí avanzada sea fenomenal, una inmejorable
muestra del progreso del ser humano.
(Valladolid, 1958) es el autor de Tres rusos muy rusos. Herzen, Bakunin y Kropotkin (Melusina,
2008) Pierre Drieu la Rochelle. El aciago seductor (Melusina,
2009) y La Vida crápula de
Maurice Sachs (Melusina, 2012).
Me encantó tu publicación Enrique tan excelente como siempre. Ahora también están los guachiturros con la cabeza semí rapada y una cresta larga de pelo, es una mezcla de look Punk pero son usar gel, estos usan piercing en la boca y resto de la cara, y zapatillas raras.