ENRIQUE
LÓPEZ VIEJO
LÓPEZ VIEJO
El
calor de la noche pasada ha sido un horror y ésta es una breve historia aciaga,
un poema amargo. La mañana fue nerviosa, tensa muy tensa, el maldito impulso
del ansia. Pasado el mediodía, el mismo sol de castigo, el que llamamos sol de
justicia.
calor de la noche pasada ha sido un horror y ésta es una breve historia aciaga,
un poema amargo. La mañana fue nerviosa, tensa muy tensa, el maldito impulso
del ansia. Pasado el mediodía, el mismo sol de castigo, el que llamamos sol de
justicia.
Un
sol antiguo que ciega y anega, que funde el pensar y los sentimientos, libando
un amargo sopor, un hediondo sopor. Sudan las horas en este aciago día de
verano. Tórrido pánico a la soledad. Canícula. Canícula del estío.
sol antiguo que ciega y anega, que funde el pensar y los sentimientos, libando
un amargo sopor, un hediondo sopor. Sudan las horas en este aciago día de
verano. Tórrido pánico a la soledad. Canícula. Canícula del estío.
La
mirada en el techo de escayola que luce una araña de cristal, con sus bombillas
de vela apagadas. Luz blanca y mortecina por la ventana, tras unos visillos beige
y unas persianas viejas desplegadas por encima de la forja del balcón. ¿Fija la
mirada? Fija. ¿Perdida? Perdida. Es como si alrededor no hubiera nada. Una
butaca con ropa, una mesita con un par de botellas y un plato sin comida. A los
pies, un pequeño ventilador que no sirve de nada, incluso una de las aspas
chirría al rozar con su guarda. Guardia de ausencias. Se inicia una nueva
vigilia. Adiós al último amor. Otra vez, el desamor y sus consecuencias. Qué
aburrimiento, que desazón primero. Futuro. Que desastre. Paisaje tras la
batalla.
mirada en el techo de escayola que luce una araña de cristal, con sus bombillas
de vela apagadas. Luz blanca y mortecina por la ventana, tras unos visillos beige
y unas persianas viejas desplegadas por encima de la forja del balcón. ¿Fija la
mirada? Fija. ¿Perdida? Perdida. Es como si alrededor no hubiera nada. Una
butaca con ropa, una mesita con un par de botellas y un plato sin comida. A los
pies, un pequeño ventilador que no sirve de nada, incluso una de las aspas
chirría al rozar con su guarda. Guardia de ausencias. Se inicia una nueva
vigilia. Adiós al último amor. Otra vez, el desamor y sus consecuencias. Qué
aburrimiento, que desazón primero. Futuro. Que desastre. Paisaje tras la
batalla.
En
el exterior, en la calle, tras la ventana abierta e impávida, pasa la tarde
arrasada por ese sol que envejece y que resulta implacable, marmóreo. El calor
se suma a sí mismo y desvanece el aire que apenas se puede respirar. Asfixia
sobre las sábanas húmedas, sin tener nada que hacer, sin poder hacer nada, sin
querer hacerlo. Angustia por estar solo de nuevo.
el exterior, en la calle, tras la ventana abierta e impávida, pasa la tarde
arrasada por ese sol que envejece y que resulta implacable, marmóreo. El calor
se suma a sí mismo y desvanece el aire que apenas se puede respirar. Asfixia
sobre las sábanas húmedas, sin tener nada que hacer, sin poder hacer nada, sin
querer hacerlo. Angustia por estar solo de nuevo.
Tumbado
en la cama de esta habitación a oscuras, de una oscuridad densa, movida por las
sombras amarillas de la luz que quiere entrar. Un día difícil, en el que
todavía ni te planteas el tener que olvidar. Que quizás tengas que odiar. Mirando
al techo, al suelo, qué más da. Las agujas del reloj. Inevitables. Las horas,
una detrás de otra recordándote la ausencia, que estás solo y amargado. Es el
hastío, o son los nervios. Dicen que la soledad es fría. No es cierto, la
soledad son estas gotas de sudor. El sudor es amargo y salado. Los brazos
extendidos en cruz, la frente mojada, los ojos cerrados.
en la cama de esta habitación a oscuras, de una oscuridad densa, movida por las
sombras amarillas de la luz que quiere entrar. Un día difícil, en el que
todavía ni te planteas el tener que olvidar. Que quizás tengas que odiar. Mirando
al techo, al suelo, qué más da. Las agujas del reloj. Inevitables. Las horas,
una detrás de otra recordándote la ausencia, que estás solo y amargado. Es el
hastío, o son los nervios. Dicen que la soledad es fría. No es cierto, la
soledad son estas gotas de sudor. El sudor es amargo y salado. Los brazos
extendidos en cruz, la frente mojada, los ojos cerrados.
Pasa
igualmente lenta la tarde. Llega el ocaso, el crepúsculo, la noche, la noche
profunda. Sigue el calor. Más calor. Más ausencia. Están abiertas todas las
puertas y ventanas, pero no veo el cielo ni sus estrellas. ¿Tristeza? Horror. Eso
siento en cada latido. Es difícil pensar que otra vez vas a volver a estar
solo, que otra vez será el maldito silencio y lo fatal del desamor.
igualmente lenta la tarde. Llega el ocaso, el crepúsculo, la noche, la noche
profunda. Sigue el calor. Más calor. Más ausencia. Están abiertas todas las
puertas y ventanas, pero no veo el cielo ni sus estrellas. ¿Tristeza? Horror. Eso
siento en cada latido. Es difícil pensar que otra vez vas a volver a estar
solo, que otra vez será el maldito silencio y lo fatal del desamor.
Enrique López Viejo
(Valladolid, 1958-Madrid 2016). Es el autor de Tres rusos muy rusos.
Herzen, Bakunin y Kropotkin (Melusina, 2008) Pierre Drieu la
Rochelle. El aciago seductor (Melusina, 2009) y La Vida crápula
de Maurice Sachs (Melusina, 2012), Francisco Iturrino, memoria y semblanza
y La culpa fue de Baudelaire (El Desvelo, 2015).
(Valladolid, 1958-Madrid 2016). Es el autor de Tres rusos muy rusos.
Herzen, Bakunin y Kropotkin (Melusina, 2008) Pierre Drieu la
Rochelle. El aciago seductor (Melusina, 2009) y La Vida crápula
de Maurice Sachs (Melusina, 2012), Francisco Iturrino, memoria y semblanza
y La culpa fue de Baudelaire (El Desvelo, 2015).