LUCAS DAMIÁN CORTIANA
Me da vergüenza que los vecinos sepan que en casa hay
quien mira Gran Hermano. Pido que bajen el volumen para que nadie se entere. Ya
naturalicé que es un programa donde se grita mucho, donde las disputas nunca
son diplomáticas sino frenéticas, histéricas e ininterrumpidas, donde las
sonrisas son siempre carcajadas de hiena y donde las posibilidades de consenso
son tan escasas como un bajo rating.
Pido que disminuyan el volumen incluso antes
de que comience el programa. Quiero que sigan suponiendo que en casa se leen
libros todo el día. La molestia es, lógicamente, subjetiva; por cada molesto
como yo o desinteresado como yo hay miles que siguen apasionados los conflictos
que movilizan a los participantes del juego y que, como todo truco de venta,
intenta activar e integrar al público también.
Pero si es tan sólo una distracción televisada, un
mero pasatiempo para relajar las neuronas después de una estresante jornada, ¿cuál
es el motivo por el que algunas personas lo consideran poco menos que una
infamia? ¿Será que no comprenden los conceptos básicos de este territorio en el
que transita la evolución del show bussiness? ¿Es real molestia o un rechazo
inconsciente a lo que no consideramos cultura? Para el opositor de Gran Hermano
(que es el mismo que detesta la cumbia y el reggaetón), el fastidio es
provocado con cada conversación, con cada intercambio verbal de lo que él suele
llamar diálogo y a lo que los “hermanitos” reducen a una estrecha manifestación
de sus broncas. El programa que presta el escenario para que estas
conversaciones tengan un carácter de legalidad, dignidad y con frecuencia hasta
plausible aprobación se llama “el debate”, ceremonia que al opositor de Gran
Hermano colma de incordio escuchando en ella sólo una deformada discusión que
torna con frecuencia a violencia verbal, una colección de argumentos que se
desmoronan a insultos y mentiras concebidas como mentiras por los televidentes
que conocen lo que sucede entre las cuatro paredes de la casa, pero al que
cualquier comportamiento que en la “vida real” pudiera ser rechazado por
razones que van desde lo amoral hasta lo carente de empatía, seduce bajo las
reglas de un juego de habilidades sociales pseudo ajedrecístico. El defensor de
la “cultura” –el ser argentino que no mira Gran Hermano- prefiere mirar debates
futboleros, alguna película en I-sat o sentarse a escuchar a su banda de rock
favorita, para no ser partícipe de ese arrebato mediático y vacío, lleno de
personas que buscan la fama a fuerza de escándalos, improperios,
irrespetuosidad e imposición de sus criterios; eligiendo olvidar que lo que a
él le divierte y le llena el alma de erudición ha sabido hacerse camino con los
mismos retorcidos métodos. ¿Acaso no hay vocabulario soez en la música popular?
¿No existe el amarillismo en el periodismo deportivo y la falta de cortesía
dentro del campo de juego? ¿Cuál es la deferencia o el concepto de individuo
ejemplar que se pretende exhibir en los guiones de cine que no poseen las
conversaciones –guionadas o repentinas- de los competidores? ¿Y de dónde
proviene la parcialidad en los criterios? ¿No es, como en cada tesitura que
merezca análisis o sinceramientos, la sencilla afinidad de una cuestión por
sobre otra y el prejuicio instalado desde nuestras construcciones, sociales o
individuales, amén de lo que los medios de comunicación proponen como la
legitimización de una verdad que se reconoce bella y agradable?
mero pasatiempo para relajar las neuronas después de una estresante jornada, ¿cuál
es el motivo por el que algunas personas lo consideran poco menos que una
infamia? ¿Será que no comprenden los conceptos básicos de este territorio en el
que transita la evolución del show bussiness? ¿Es real molestia o un rechazo
inconsciente a lo que no consideramos cultura? Para el opositor de Gran Hermano
(que es el mismo que detesta la cumbia y el reggaetón), el fastidio es
provocado con cada conversación, con cada intercambio verbal de lo que él suele
llamar diálogo y a lo que los “hermanitos” reducen a una estrecha manifestación
de sus broncas. El programa que presta el escenario para que estas
conversaciones tengan un carácter de legalidad, dignidad y con frecuencia hasta
plausible aprobación se llama “el debate”, ceremonia que al opositor de Gran
Hermano colma de incordio escuchando en ella sólo una deformada discusión que
torna con frecuencia a violencia verbal, una colección de argumentos que se
desmoronan a insultos y mentiras concebidas como mentiras por los televidentes
que conocen lo que sucede entre las cuatro paredes de la casa, pero al que
cualquier comportamiento que en la “vida real” pudiera ser rechazado por
razones que van desde lo amoral hasta lo carente de empatía, seduce bajo las
reglas de un juego de habilidades sociales pseudo ajedrecístico. El defensor de
la “cultura” –el ser argentino que no mira Gran Hermano- prefiere mirar debates
futboleros, alguna película en I-sat o sentarse a escuchar a su banda de rock
favorita, para no ser partícipe de ese arrebato mediático y vacío, lleno de
personas que buscan la fama a fuerza de escándalos, improperios,
irrespetuosidad e imposición de sus criterios; eligiendo olvidar que lo que a
él le divierte y le llena el alma de erudición ha sabido hacerse camino con los
mismos retorcidos métodos. ¿Acaso no hay vocabulario soez en la música popular?
¿No existe el amarillismo en el periodismo deportivo y la falta de cortesía
dentro del campo de juego? ¿Cuál es la deferencia o el concepto de individuo
ejemplar que se pretende exhibir en los guiones de cine que no poseen las
conversaciones –guionadas o repentinas- de los competidores? ¿Y de dónde
proviene la parcialidad en los criterios? ¿No es, como en cada tesitura que
merezca análisis o sinceramientos, la sencilla afinidad de una cuestión por
sobre otra y el prejuicio instalado desde nuestras construcciones, sociales o
individuales, amén de lo que los medios de comunicación proponen como la
legitimización de una verdad que se reconoce bella y agradable?
1984, la novela de George Orwell que concibió
la idea de un ser omnipresente y vigilante y de la manipulación de la
información, arrojaba nociones aplicables a la sociedad occidental de este
tiempo casi como un libro profético. La frase emblema “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es
la fuerza” posiciona la intención de inventar enemigos externos y así
fortalecer el sentido de pertenencia; acotar las posibilidades de autonomía;
crear una sociedad falta de conocimientos que no pueda revelarse al status quo o
a una representación ideal o a una verdad prefabricada. ¿Y no es el antagonismo
la piedra angular y el cuasi fundamentalismo -si se permite el adverbio- lo que
robustece las razones de superioridad de un concepto, incluso en lo banal de un
programa televisivo? O la negativa a un conocimiento inédito, ¿no es esclavitud
a los saberes agotados? Ni qué hablar de la consolidación de un solo modelo, en
apariencia saludable, pero intrínsecamente coercitivo. De más está decir que
todos estamos bajo la influencia del Gran Hermano que vaticinó Orwell, un aire
que respiramos naturalmente y que no asumimos como real, es invisible, siendo
este el principal atributo de poder.
la idea de un ser omnipresente y vigilante y de la manipulación de la
información, arrojaba nociones aplicables a la sociedad occidental de este
tiempo casi como un libro profético. La frase emblema “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es
la fuerza” posiciona la intención de inventar enemigos externos y así
fortalecer el sentido de pertenencia; acotar las posibilidades de autonomía;
crear una sociedad falta de conocimientos que no pueda revelarse al status quo o
a una representación ideal o a una verdad prefabricada. ¿Y no es el antagonismo
la piedra angular y el cuasi fundamentalismo -si se permite el adverbio- lo que
robustece las razones de superioridad de un concepto, incluso en lo banal de un
programa televisivo? O la negativa a un conocimiento inédito, ¿no es esclavitud
a los saberes agotados? Ni qué hablar de la consolidación de un solo modelo, en
apariencia saludable, pero intrínsecamente coercitivo. De más está decir que
todos estamos bajo la influencia del Gran Hermano que vaticinó Orwell, un aire
que respiramos naturalmente y que no asumimos como real, es invisible, siendo
este el principal atributo de poder.
A la estandarización de las ideas el Gran Hermano
puede llegar por un método lento pero efectivo: la reescritura de la historia: “quien
controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará
el futuro” dice en 1984 aludiendo al
dominio del tiempo y a su uso conveniente, explicándose a sí mismo, Orwell, en
su póstumo Mi guerra civil española: “vi que la historia se estaba escribiendo no
desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista
de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas líneas de partido. […]
Es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes,
pasen a la historia. […] Es evidente que se escribirá una historia, la que sea,
y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente.
Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en
verdad.” El arquetipo cultural puede ser un vaivén que se redefine a nuestras
espaldas –como la historia de la guerra- y cuyos vacíos son llenados
oportunamente, aun con el peligro de que las columnas de instituciones
milenarias tambaleen, lo que daría lapsos de tiempo alargados o, en casos
excepcionales, explosivos renacimientos.
puede llegar por un método lento pero efectivo: la reescritura de la historia: “quien
controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará
el futuro” dice en 1984 aludiendo al
dominio del tiempo y a su uso conveniente, explicándose a sí mismo, Orwell, en
su póstumo Mi guerra civil española: “vi que la historia se estaba escribiendo no
desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista
de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas líneas de partido. […]
Es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes,
pasen a la historia. […] Es evidente que se escribirá una historia, la que sea,
y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente.
Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en
verdad.” El arquetipo cultural puede ser un vaivén que se redefine a nuestras
espaldas –como la historia de la guerra- y cuyos vacíos son llenados
oportunamente, aun con el peligro de que las columnas de instituciones
milenarias tambaleen, lo que daría lapsos de tiempo alargados o, en casos
excepcionales, explosivos renacimientos.
El Gran Hermano de Orwell sólo quería quebrantar voluntades,
impacientar al intelecto, hacer creer que las mentiras más evidentes podían ser
verdades irrefutables como que dos más dos es igual a cinco. Es el mismo ojo
que postula qué debe ser aprobado y qué no, con frecuencia contaminando lo
“permitido” con lo “espurio” y viceversa. Lo latino que se mezcla con lo anglo,
las drogas de Hendrix que consume también Snoop Dogg, el cholulismo hacia
Marilyn Monroe que se transfigura en personajes de reality shows.
impacientar al intelecto, hacer creer que las mentiras más evidentes podían ser
verdades irrefutables como que dos más dos es igual a cinco. Es el mismo ojo
que postula qué debe ser aprobado y qué no, con frecuencia contaminando lo
“permitido” con lo “espurio” y viceversa. Lo latino que se mezcla con lo anglo,
las drogas de Hendrix que consume también Snoop Dogg, el cholulismo hacia
Marilyn Monroe que se transfigura en personajes de reality shows.
Están los sumisos al sistema, una pata de la mesa tan
necesaria como la de los acólitos. También están los rebeldes, aunque estos
estén en la disyuntiva, tal vez perpetua, de si la forma más real de su
conspiración sea la audacia de un motín o la aceptación.
necesaria como la de los acólitos. También están los rebeldes, aunque estos
estén en la disyuntiva, tal vez perpetua, de si la forma más real de su
conspiración sea la audacia de un motín o la aceptación.
Totalmente de acuerdo
Genio!!! Lucas… gran escritor, grandes visiones, grandes análisis… comparto con Lucas y con Uds. algunas "Verdades" https://www.youtube.com/watch?v=vj0AEGqVP3k