ENRIQUE
LÓPEZ VIEJO

Canícula,
estío, tórrido verano, el calor, la calor, el sol, la solana, los cielos
planos… no es muy agradable todo esto. ¿A cuántos les gusta sufrir más de
treinta grados de temperatura? No se siente uno más pesado, más lento, menos
vivo.
LAS
BRISAS.
El
agua fría de un manantial o de la jarrita que te preparas junto a la cama.

Un
chocolate caliente o frio, un helado que revuelves con tu lengua y tu boca.

Un
vodka helado después de un arroz de marisco y pescado. Tras un café fuerte,
corto. Luego, tras el aguardiente, más café, café frappé, a la griega.

Un
libro, dos mejor, uno para la mañana y otro para hacer lentas las tardes, más
lentas de lo que generalmente son en verano. Para las noches insomnes un poco de
religión o de filosofía. Leer filosofía en la noche te permite una calladísima
reflexión.

Los
paseos son buenos si estás en el norte, divinos en el norte. El paseo burgués
en una ciudad del norte, el desnudo en las bellísimas playas cantábricas. En el
Mediterráneo, particularmente, no lo recomiendo.

La
piel de una joven tumbada, de una señora, de la mujer mayor con la que puedes
disfrutar tanto de sus silencios como de su locuacidad. Un cuerpo femenino es
casi siempre motivo de regocijo.

Tomar
una pluma y un papel, escribir unos versos o el recuerdo de alguna aventura.

Quitarse
el reloj, apagar la pantalla o encenderla y navegar sin rumbo.
Navegar,
preferentemente a vela. El motor es placer de juventud en las lanchas, en los
yates de motor son otros conceptos del placer los que operan, muy diferentes a
los que aquí se sugieren.  

Estar
fondeado en una isla adriática, griega o balear, es estar muy cerca del cielo. 
         
Estar
tumbado en una arena atlántica recibiendo las brisas del mar y de los bosques
inmediatos. El olor a mar, el olor a vaca.     
      
O
en la montaña. Ese café con leche saliendo de la habitación para contemplar
cumbre y valle. Los prados, las rocas allá arriba, con suerte y según donde,
nevados sus picos. 

Escuchar
a Townes van Zandt con un whisky en el crepúsculo. 

Escuchar
galantes por la mañana, escuchar a menores y desconocidos. Gragnani, Gallupi,
Veracini, Pergolesi o Zelenka, los domingos. 

No
escuchar inglés de la clase baja. Los alemanes, excepto borrachos, son
silenciosos. 

No
acercase a las calles so pena de tener que acercarse a nabos y escandinavos con
tangas, flotadores, sombrillas y mucho plástico. Alejarse de ensimismados de la
pantalla. De los que ya solo llevan ipod, ipad, pendrives y esas cosas. 

En
las playas ir solo a chiringuitos pequeños y crepusculares. 

Más
champán, a cualquier hora del día resulta conveniente. 

Pensar
que el tiempo pasa y que el verano es una estación, tres meses de cada año de
una vida. De niños son estupendos, de jóvenes lo más, de maduros complicaditos,
y en la ancianidad, duros, como si estás gravemente enfermo. Maravillosos
veranos y veranos malditos, en los que se acentúan los dolores y uno quisiera
desprenderse de su cuerpo.
Ver
reportajes de descubrimientos árticos. No hay nada como un oso polar en la
pantalla del televisor en una tarde de agosto. Los osos polares son lo mejor,
pues los pingüinos agobian un poco. Yo he visto muchos pingüinos, pero ningún
oso polar en libertad. Es mi animal favorito, el oso, verdadero gourmet, animal
grande, libre, valiente.

Ver
una película china de Yang Zimou.

Si
se ve necesario, tomar morfina y observar el recorrido de las aspas del
ventilador.

Meter
los pies en el agua de una orilla limpia y cristalina.

Arpas
por la mañana, violas por la tarde.

Observar
el tic tac de un reloj de pared y poderlo parar.

Encender
un cigarro si se fuma.

A
mediodía, unas anchoas en aceite, sal, una ensalada, el olor de la albahaca,
del pesto. Olores italianos, muy mediterráneos. El olor y el sabor del  marisco, unas cigalas, unos percebes, unas
gambas de Huelva si está al sur.

Saciado,
lavarse las manos con limón y tomar con ellas la copa de Alvariño para nublar
un poco el espíritu, con ligereza que es vino fuerte. Después, ¿una filloa
antes de la siesta?

Siesta,
baño y paseo crepuscular.
Enrique
López Viejo (
Valladolid, 1958-Madrid 2016). Es el autor de  Tres rusos muy rusos.
Herzen, Bakunin y Kropotkin (Melusina, 2008) Pierre Drieu la
Rochelle. El aciago seductor
 (Melusina, 2009) y La Vida crápula
de Maurice Sachs
 (Melusina, 2012), Francisco Iturrino, memoria y semblanza
y La culpa fue de Baudelaire (El Desvelo, 2015).