MIGUEL
MIHURA
Rodaje de Allá en el rancho grande, de Fernando de Fuentes (1936)

En honor a la verdad, y para ser justos, hay que reconocer que, en
la mayor parte de los casos, el verdadero autor de una película es el director.
Esto es indiscutible y se puede comprobar fácilmente viendo la cantidad de películas,
estúpidas y sin personalidad que se proyectan por esas pantallas. 

Existen otros casos en que el director es más modesto, y, no sintiéndose
con fuerzas suficientes para cambiar, ampliar y reducir todo el trabajo del
guionista, pide ayuda y colabora con el productor, con el ayudante, con la
señora del ayudante, con la estrella y con un señor grueso y simpático que pasa
por allí. Claro es que el resultado artístico de todo esto es más difícil de
comprobar, porque las películas, entonces, no hay quien las vea.
También se dan otros casos de películas bastantes asquerosas, y es
cuando el guionista es el que manda y todo se tiene que hacer como él quiere,
sin admitir que a sus diálogo se le quite una “pe” ni una “pa”, y se pone
furioso si Julita, la protagonista, viaja en tren en lugar de viajar en avión,
o toma un emparedado de queso en lugar de ser de mortadela, como él había
escrito.

Hay, sin embargo, unas películas que resultan muy majas. Y es
cuando el director admite que pueda existir en el mundo un escritor que también
entiende de cine, y crea en él, y respete los personajes, los matices, los
caracteres y el clima que ha creado el guionista. Y cuando el guionista, por su
parte no solo respeta al director, sino que, lo mismo que hace guiones a la
medida para que se luzca tal actriz o tal actor, que es el secreto del éxito,
hace guiones a la medida para que se luzca un director determinado, del que ya
conoce su técnica, su sensibilidad, su manera de hacer, sus defectos y sus
virtudes, y lo que le va bien a su temperamento y lo que le va mal.

Sólo con este respeto mutuo, de igual a igual, cada uno en el
puesto que le corresponde, sirviéndose el uno al otro, acoplando sus
movimientos y desplantes como una pareja de baile, las películas llegan a tener
calidad y el conjunto es personal y armónico.

Y en este caso, y ya sin ningún género de dudas, el verdadero
autor de la  película sigue sin saberse quién
es, ni falta que hace, porque a los quince días la quitan del cartel y ponen
otra.

Índice de Artes y letras (1952)

Miguel Miura
MIGUEL MIHURA (1905-1977)
Miguel Mihura Santos nació en
Madrid (España) el 21 de julio del año 1905. Historietista cómico en diversas
publicaciones, como “Muchas Gracias”, “Buen Humor” y “Gutiérrez”.
En esta etapa compartió viñetas y
artículos con autores (todos ellos influenciados por Ramón Gómez de la Serna)
como Antonio Lara “Tono”, Edgar Neville o Enrique Jardiel Poncela.
Su humor absurdo se manifiesta en
su primera obra teatral, “Tres sombreros de copa” (1932), un texto que
revoluciona el teatro español. Tanta es su audacia que no consigue estrenarla
hasta los años 50.
A mediados de los años 30, Mihura
comenzó a trabajar en el cine como guionista y dialoguista, debutando con el
cortometraje “Una de fieras” (1934). Su labor más importante en el cine fue la
escritura de los diálogos en “Bienvenido Mr. Marshall” (1953) de Luis G.
Berlanga.  En los años 30 y hasta 1939
dirigió la revista “La Ametralladora”. Unos años después, en 1941, creó y
también dirigió “La Codorniz”. Junto a Joaquín Calvo Sotelo redactó la obra
teatral “¡Viva lo imposible!” (1939), con Tono estrenó “Ni pobre ni rico, sino
todo lo contrario” (1943), y al lado de Álvaro de la Iglesia escribió “El caso
de la mujer asesinadita” (1946). En 1952 estrenó “Tres sombreros de copa”.
Luego publicó, entre otros, títulos, “El caso de la señora estupenda” (1953),
“Una mujer cualquiera” (1953), “A media luz los tres” (1953),  “Maribel y la extraña familia” (1959), obra
por la que vuelve a lograr el Premio Nacional de Teatro, “El chalet de madame
Renard” (1961), “Las entretenidas” (1962), “La bella Dorotea” (1963), “Milagro
en casa de los López” (1964), “Ninette y un señor de Murcia” (1964), que ganó
el premio Calderón de la Barca, “Ninette, Modas de París” (1966), “La decente”
(1967) y “Sólo el amor y la luna traen fortuna” (1968). Murió  28 de octubre de 1977 a los 72 años.
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