Portada
de la exposición Iturrino, poeta del color, con la pintura Un español
en París (retrato de Francisco Iturrino),
de Henri Evenepoel
    

Tengo el verde y el azul, los celestes, los índigos y
los turquís, el azul aguamarina y el
ultramarino. Tengo esmeraldas, el verde veronés y el viridián, el verde oliva
que adoré. Los ocres, el color carne y el dorado. El rojo. Todos los rojos que
quiero, el rojo almagre y los bermellones de la China y de Holanda, el Burdeos
y el carmesí; el Siena tostado y el veneciano, el escarlata, los granates y el
rojo persa. Tengo los marrones de la tierra, el ante, el arena, el pardo y el
canela. Los amarillos también, ámbar y oro. Los violetas, zafiros y púrpuras. Y
los rosas y fucsias. Y los blancos que quiera, blancos y grises nublados, que
los quiero todos.
Tengo los colores en mi cabeza, los tengo en el alma, en el
espíritu, como se quiera; los tengo dentro de mí. Estallan en mi corazón,
explotan en mis pinceles, saltan en mi paleta. Los colores son vida y los
tengo, los tengo todos. Son mi latido, recorren mis venas hasta mis manos.

(Extracto de “Momento
sentimental en días finales”, texto incluido en el catálogo de la Exposición
conmemorativa del 150º aniversario, Iturrino, poeta del color, editado
por Galerías Rembrandt, Juan de Ajuriaguerra, 20,  Bilbao.)

Queridos lectores y
amigos. ¿Los versos anteriores? El pensamiento fauve, salvaje y libre,
el sentir del pintor Francisco Iturrino, nuestro gran artista olvidado
que algunos insistimos en recordar.
Mujeres en el jardín. Francisco Iturrino
Desde finales de
noviembre, una magnífica selección de la obra de este pintor podrá verse en las
salas de la Galería Rembrandt, de Bilbao, en la que se expondrán
la soberbia colección del galerista y gran conocedor Emilio Manrique, y otros cuadros de la familia Iturrino, además de
una miscelánea documental sobre el gran pintor del que celebramos el 150º
aniversario de su nacimiento.
Francisco Iturrino,
introductor de las vanguardias europeas en nuestro solar hispano, pintor al que
los velos y las sombras de la historia relegaron a un injusto olvido del que
algunos renegamos. Fue el hombre que
estando allí, pareció no dejarse ver
(y eso que era altísimo, con un porte
erguido y noble, de fina estampa, con una mirada que magnetizó a los muchos que
lo retrataron, artistas no menores… Derain, Picasso, Giacometti,
Echevarría, entre otros).
Iturrino fue una
figura principal en el surgir del fauve parisino y en las primeras
pinceladas de la vanguardia en España, modelo del artista Fin de Siècle y paradigma del
bohemio español en ese tránsito de siglo que, iniciándose en la Belle Époque, acabaría en los horrores de las trincheras respirando gas
mostaza.
Iturrino fue quien
estrenase a Picasso en París con su exposición mano a mano en la galería de Ambroise
Vollard
; el que trajese a Matisse a España y se lo llevase a Marruecos,
amigos del alma hasta que el español murió, siendo el francés su principal
socorro, y teniendo otro bastión fraterno en el mismísimo Picasso. Iturrino es
un personaje principal que, siendo protagonista, aparece marginal.
Fiesta en el campo. Francisco Iturrino
Un individuo muy
especial con un carácter sobresaliente. Francisco Iturrino vicios los tenía todos; y sin embargo, la simpatía que inspiraba era
fulminante, decía de él quien era el supremo crítico e historiador del arte
(además del cirujano que le amputase una pierna), el prócer francés Élie
Faure
, que consideraba a su amigo pintor como el hombre más elegante que
había conocido.
Sí. En España eran Miguel
de Unamuno
y todos los prominentes del arte y el intelecto sus amigos más
íntimos; en Francia eran la jauría fauve y las estrellas cubistas que
irían bajando de Montmartre a Montparnasse, que subieran al Train Bleu que seguía la línea París-Costa
Azul
, siendo la capital francesa y la galería del famoso marchante Vollard
donde estaba su mercado.
Iturrino era querido
por todos. Su ámbito social, además de la bohemia, fue el de los industriales
vascos de la siderurgia millonaria que lo favorecieron, los califas del toreo
andaluz que lo acogieron en sus fincas, y todas las grandes personalidades del
Montmartre artístico de su época. Tuvo amigos en todas partes, pues, además,
pasaba miles de horas con campesinos y garrochistas, con las mujeres de estos.
En Ledesma (Salamanca) retrató a lápiz a la mayoría de sus habitantes.
Iturrino fue singular
hasta extremos. Fue feliz e infeliz, fue triste y alegre. Lo llamaban el Pobre Iturrino por su semblante, por
determinada disposición suya, por las adversidades que sufrió. Pero lo
consideraban como a nadie, siendo como era un elegante loco preso de un
desafuero nómada que vivió permanentemente en tránsito. Bruselas, París, Bilbao,
Salamanca, Sevilla, Córdoba, París, Madrid. Barcelona, Málaga, París, Bilbao,
Salamanca, Sevilla… él decía: nous
partons
, una vida buscando la mejor luz.
Autorretrato. Francisco Iturrino
Iturrino pintó
desaforadamente, kilómetros de telas que
llevaba enrolladas a París, recorriendo permanentemente el círculo descrito
toda su vida, su corta vida y en mucho triste. A pesar de formarse como artista
en la bohemia del champán y el cancán, sufrió horrores distintos como la
pérdida de dos hijos y el internamiento de por vida de su mujer en un hospital
psiquiátrico, su preciosa mujer belga, Marie Joséphine Delwit, madre de
sus cuatro hijos. Una vida triste económicamente, pues tampoco con los dineros
tuvo demasiada suerte, entregando su obra al famoso Vollard, que las guardaba
en su “sótano mágico”, minusvaloraba su obra y, por ello, no pudo verse
cotizado justamente en vida pese a estar rodeado de las mejores compañías y
condiciones, de ser sus amigos del alma Henri Matisse y Pablo Ruiz Picasso,
nada menos.
Francisco Iturrino,
cántabro y vasco, belga y parisino, emigraría al campo salmantino, a la Tierra
Charra, a la Andalucía fulgente pletórica de luz y sensualidad, a sus ciudades
Córdoba y Sevilla; con los Miura, en el Brillante cordobés, en los jardines
tropicales de La Concepción en Málaga. De La Butte y las riberas del Sena a la
mística de las dehesas y el baile de las romerías.
Iturrino pintaba y
pintaba, lo hizo convulsamente incluso cuando la enfermedad –la gangrena en una
pierna- le entregó a los brazos de la morfina y de una grave minusvalía. Pintó
toros y galgos, gitanos y piqueros, caballos y bañistas, jardines, muchos
jardines, y mujeres miles. Señoras y odaliscas, manolas y majas, vestidas y
desnudas, solas o en compañía, muchas amándose. Una maravilla Iturrino, una
fantasía las miles de mujeres que pintó, mujeres libres y muchas… muy alegres,
lo que nos hace felices también. Iturrino es un pintor del eterno femenino,
algo que rima estupendamente. De él dijo Unamuno que tenía la concupiscencia en
la sangre, lo que es mucho decir, mucho.
Vida en extremo
bohemia la de Iturrino, que en su permanente vaivén pudo disfrutar del peculiar
mundo del Montmartre histórico y observar el inicio del totum revolutum de Montparnasse, como del ambiente intelectual de
la España del 98. A la vez disfrutó de las mejores fincas y escenarios a
los que sus amigos industriales vascos y ganaderos andaluces le invitaron
generosamente, siempre un invitado especial, pues Francisco era un ser adorable
según el testimonio de muchos, de todos; son muy escasos los que señalan
algunos defectos de egoísmo y compulsión, típicos por otra parte del artista
pintor.
Jardín con surtidor. Francisco Iturrino
Francisco Iturrino
fue un gran pintor y un personaje a recordar. Nosotros lo hemos intentado y
estamos encantados por ello.
Particularmente,
puedo decir que Iturrino me ha dado muchas satisfacciones. En primer lugar fue
el placer de conocerlo y cómo lo conocí nadando en el mar conociendo a su nieto
en las aguas. Un personaje y amigo que me atrajo a esta aventura, y con el que
he trabajado estupendamente los últimos meses. Ahora, el placer de darlo a
conocer a otros a través de la publicación de su biografía. Satisfacción por la
belleza compartida y por recordar la existencia de hombre tan singular.
Observar su arte apasionado y al personaje que fue, compulso nómada, artista
absoluto.
Pendientes del
reconocimiento que Iturrino nunca tuvo en su medida a pesar de su indiscutible
grandeza, apasionados como el galerista Emilio Manrique, los nietos y el
bisnieto del pintor, Alberto y David Robles, y el que esto
escribe, insistimos en el personaje, un artista principal en los inicios de
nuestro siglo pasado, siglo XX, y un pintor eterno.
Bien, amigos, quiero
anunciaros la celebración de esta emocionada exposición en la ciudad vasca, y
la publicación de un relato de la vida del artista que se ha titulado Francisco
Iturrino. Memoria y semblanza
, trabajo que con la colaboración de su
nieto como documentalista, firmamos con el orgullo de contar la historia de
este artista olvidado, libro que pronto estará a vuestra disposición en las
librerías (edición realizada por David Robles y Fundición Gráfica, Palma
de Mallorca, y Txemisa, Zamudio, Bizkaia).
La exposición en la
Galería Rembrandt se inaugura el 21 de noviembre y permanecerá hasta el 10 de
enero de 2015.

En esta aventura
biográfica doy las gracias especialmente a los protagonistas Emilio Manrique,
Elvira y Alberto Robles Iturrino, a David Robles Fernández, y a Tomás Moré,
corrector y amable observador.