Juan de Echevarría
Hay gente verdaderamente buena. La
hay excepcionalmente buena y quien es superior. Hoy pretendo que sea un día
estupendo, por lo que voy a recordar a un individuo magnífico, un artista
soberbio y un personaje que en otro país sería leyenda y que resulta,
desafortunadamente, otro desconocido del gran público.

Como el otro día, en otro artículo,
hablaba de Francisco Iturrino, el gran pintor fauve que trato de
reivindicar, y del que próximamente culminaré la semblanza que de él estoy
escribiendo junto a mi buen amigo Alberto Robles, nieto del artista, hoy
quiero contaros muy someramente cómo era Juan de Echevarría, artista
pintor nacido con alegría en Bilbao, en 1875, y muerto en Madrid
cincuenta y seis años después, sumiendo a su familia y amigos en una profunda
tristeza, pues se perdió a un santo y a una seña, una inmejorable seña de
identidad de lo más granado de nuestra cultura.
Nieto de chatarrero e hijo de
industrial, nació rico, muy rico, y su padre, Federico de Echevarría y
Rotaeche
, se preocupó por la excelencia de su educación. Siendo un
emprendedor con ínfulas de magnate -que lo fue-, dio a su hijo la mejor
educación científica en el ámbito propio de la siderurgia, sin despreocuparse
de darle, también, una esmerada formación humanística que incluyó el
aprendizaje de distintas artes, pues desde niño fue un magnífico intérprete y
compuso bonitas piezas musicales que sus amigos disfrutaron. Su madre, Felipa
de Zuricalday y Eguidazu
, era una divina mujer, cantante lírica, que
colmaba los deseos artísticos de su marido y era una diosa para el mayor de los
trece hijos que el matrimonio tuvo.
Así que Juanón, el primogénito,
nació feliz y contento. Con tales condiciones familiares, su vida no podía
prometerse mejor, pues, además, Juan era listo, trabajador, serio y
comprometido. Adolescente se va a estudiar a Angulema (Francia), luego a
Eton y a la universidad de Cambridge (Inglaterra), a la de Mittweida
(Sajonia, Alemania) y a Bruselas (Bélgica). ¿Curriculum estudiantil?
Todo. Idiomas, todos. Mundo, entero; negocios, inmensos; arte, el que vendría,
a manos llenas.
Juan de Echevarría. Retrato de don Miguel de Unamuno
Juan de Echevarría se viene
preparando como ingeniero y directivo para las empresas de su padre, todas
ellas potentísimas, pero su interés por las artes no se acaba de colmar. A la
vez que estudia y viaja empezando a llevar negociaciones con otras empresas
multinacionales como emisario de su padre, frecuenta academias de pintura, que
como no podía ser de otra manera, son las mejores: en Bruselas, en París,
donde vaya.
Cuando más enredado empezaba a estar
en el mundo de los negocios familiares, falleció la madre de una apoplejía que
sufrió estando en el Teatro Arriaga (Bilbao). Fue un duro golpe para
nuestro protagonista, que entró en una fuerte depresión que culminó con una
especial conmoción mística, una conmoción artística que le hizo tomar la
importante decisión de dejarlo todo y dedicarse a pintar, a tocar el piano, a
cantar, a viajar sin parar, y convertirse en la leyenda del más generoso de los
artistas que nuestro país ha dado, generoso y espléndido hasta la comicidad.
Trabajando en la fundación de unos
nuevos altos hornos y otras empresas que él dirigiría, una tarde, al
crepúsculo, tuvo que asistir al incendio de una de las fábricas en compañía de
su padre. Con el fuego, vio la luz y el color. La gran luz, el color inmenso.
La experiencia surgió mística y, respirando las cenizas, al día siguiente le
dijo a su padre que lo dejaba todo por amor al Arte. Que adiós a las
empresas y negocios, que o bien se metía cura (espíritu levítico que le vino a
la muerte de su madre), o bien se iba a París a estudiar pintura, a vivir la
bohemia y a disfrutar de la capital del mundo, animadísimo concilio de artistas
de todas las naciones. Su padre tuvo que aceptar la elección de su hijo por más
que no era la que él prefiriese, pero no por ello lo desfavorecería siendo tan
artista y tan buena persona.
Juan tiene dinero, mucho dinero, lo
que le permite vivir de la mejor manera y ser el espléndido amigo que sufraga
los gastos de todos los que le rodean, que serán muchos. Viaja por toda Europa
y en Rumanía conoce a su futura mujer, la francesa Enriqueta Normand
Boër
, con la que se casará en la Abadía de Westminster (Londres).
Juan de Echevarría. Retrato de Valle-Inclán
Sus relaciones sociales en el París
de 1900 le llevan a conocer a lo mejor de las artes y de la pintura. Pronto
establece amistad con los maestros vigentes, con los impresionistas, con los Nabis que encuentra en la academia de Rodolphe
Julian
. Igualmente intima con los pintores catalanes residentes en París y,
por supuesto, con los artistas vascos que pululan por las riberas del Sena; con
su amigo Francisco Iturrino, con el exitoso Ignacio Zuloaga, y con sus
guías y maestros Manuel Losada, adalid del movimiento artístico vasco,
movimiento en el que Juan de Echevarría se involucró siempre, y el singular
anfitrión que era el escultor Paco Durrio, amigo personal de Gauguin
y animador de las tertulias Vercingetorix en las que se
encontraban todos estos artistas efervescentes. Afortunadamente, Juan de
Echevarría no se había metido cura, sino que se fue a Montmartre y se
puso a pintar, a pintar y a invitar. A pagarlo todo donde estuviese y con quien
estuviera.
Toda cuenta pendiente la arreglaba
Juan de Echevarría. No permitía que lo hiciese nadie, siempre convidaba él.
Cualquier solicitud que otro artista le hiciera trataba de cumplimentarla.
Ayudaba a todos. Parece mentira, pero si otro amigo lo recriminaba por su
exceso de generosidad, él reivindicaba su obligación moral que resumía en que
teniendo tanto como tenía, no podía hacer otra cosa que favorecer a quienes le
rodeaban. (Cómico fue que un coche, un lujo que su familia le regaló
impositivamente, lo puso a disposición de sus vecinos, campesinos abulenses,
para que disfrutasen todos del automóvil, sin que él llegara a subirse al
mismo). Compraba la obra de sus amigos necesitados de vender y pagaba todo lo
que los demás no pudieran pagar.
¿Hemos conocido a alguien del que se
digan todas estas cosas? No es fácil. Son muchas las bondades del personaje:
familia, formación, periplo vital, bonhomía. Es un placer recordar a alguien
así, saber que ha habido alguien con esta personalidad y maneras. Un verdadero
ángel que además pintaba tan bien como dicen que los ángeles lo hacen en su
conjunto.
Y –cómo no- Juan de Echevarría era
educado y elegante, discreto y responsable, con una vena mística que le permitía
permanecer ajeno a las fatuas vanidades, reforzada por su nulo interés
crematístico o social. Estando en la cumbre misma, su labor fue relativamente
callada, pues no era hombre interesado en frivolidades. No expuso mucho, no
quiso vender, le gustaba escribir y lo hizo para el periódico El Sol,
la revista España y otras publicaciones, excelencias críticas que
están en las hemerotecas.
Juan de Echevarría. Florero con plátanos, limones y libros
Siguiendo el trazado residencial que
se estilaba entre los artistas de su generación, vivió en París, viajó intensamente
por Italia, por la Castilla espiritual de sus amigos
noventayochistas de los que, junto con su también amigo Zuloaga, dejase la
mejor galería de retratos que imaginar pudiéramos, los retratos de sus íntimos
don Miguel de Unamuno, Pío Baroja, don Ramón María del
Valle-Inclán
. Vivió en Ávila, en Granada, en Burgos,
en distintas localidades vascongadas, y en Madrid. Vivió la sociedad
regeneracionista española, una vida cuya ocupación soberana fue el arte, y la
música que no dejó de interpretar entre amigos y en la intimidad.
De su pintura nada diremos. Paséese
el lector por la red y observará estos magníficos retratos de los protagonistas
de nuestro último Siglo de Oro literario. Disfrútese de sus coloridos
bodegones, de sus vivas naturalezas muertas, también sus gitanos granadinos y
sus queridos paisajes vascos. Un genio exquisito. De verdad, todo un personaje.
De su personalidad, todo lo dicho. Es una maravilla que haya gente así, lástima
que muriese tan joven, lástima que no conozcamos a muchos más, que la Historia
olvide a quienes debieran ser ejemplos, modelos, o que, al menos, le permitan a
uno, con voluntad optimista, celebrar al ser humano.
En 1930 acompañaba a su íntimo
Miguel de Unamuno en el cercano exilio en Hendaya, cuando sufrió un
ataque al corazón del que no se recuperaría, muriendo en Madrid en junio de
1931. Murió del corazón; en el caso de Juan de Echevarría,
no podía ser de otra manera.
Juan de Echevarría. Mestiza desnuda