FERNANDO CASTILLO

 

Damián Flores. Viaducto 2016

Desde sus comienzos artísticos madrileños en los ya lejanos días de Caballo de Troya y Seiquer, la obra de Damián
Flores
, incluida en la figuración más moderna, refleja un itinerario cuya
cartografía se realiza a la luz de la literatura y de la arquitectura, de las
letras y de las formas. 

Es una poética que se ha desplegado desde hace décadas
mediante un ejercicio de memoria,
de investigación y de construcción de un universo
histórico y literario. Un mundo que tiene como escenario
esencial a las ciudades, La Habana caribeña
y vanguardista; a la Galicia
mágica y moderna,
de Cunqueiro y de Álvaro Siza a la que también lleva a De Chirico; a la
pessoiana Lisboa, a la académica Italia, donde se acerca a los metafísicos bien
vía Roma o Florencia; al morandiano Nueva York y, sobre todo, a Madrid, al
Madrid “plateado” y racionalista del Arte Nuevo que habría
de desaparecer en 1936 a golpe de “quince y medio”, y al Madrid
de Catalá Roca de los cincuenta y sesenta, una ciudad de la que se ha
convertido en interprete y a la que convierte en referente de su pintura.

Es habitual insistir en que en el universo
artístico de Damián Flores, junto a una labor de documentación preparatoria, se
percibe una rotunda presencia de la literatura, de lecturas sucesivas que le
permite reconstruir entornos narrativos y realidades de un amplio grupo de
escritores admirados –algunos un tanto secretos con los que realiza una labor de rescatador de raros, retratos
incluidos–, llevando a cabo un ejercicio creativo que también tiene mucho de literario.

No es de extrañar que recientemente, con ocasión del ciclo de conferencias “Ramón
en sus ciudades”
, celebrado
en el madrileño Museo de Arte Contemporáneo Conde Duque (MACCD)
a instancias de su director
Eduardo Alaminos y de quien firma
estas líneas, Damián
Flores haya sellado
de forma definitiva la especial y brillante relación
de su pintura con la literatura, con su literatura con la exposición
dedicada a las ciudades ramonianas que culminaba las charlas. Ahora,
desmintiendo el odioso tópico, pardo y vulgar, de la supuesta maldad de las
segundas partes –bastaría con recordar la segunda
del Quijote–, el artista vuelve a aproximarse con brillantez a Ramón Gómez de la Serna, siempre Ramón, y lo hace en la Galería Estampa,
su galería de siempre, con una mirada
exclusivamente madrileña, mostrando la vinculación del escritor con la urbe más pintada por el
artista. Es una nueva conjunción, un nuevo intercambio de miradas, una nueva relación
que, si nos permite Ioana Zlotescu, la voz ramoniana más autorizada, nos llevaría a hablar
de “Ramón Flores” y sobre todo de “Damián Gómez de la Serna”, pues con esta
exposición el artista ha pintado su personal
Automoribundia, el resultado de su recorrido por la literatura madrileña del escritor.
Damián Flores. Plaza de Canalejas
Sin duda, en esta exposición “Madrid ramoniano” que se inaugura
en la Galería Estampa, como sucedió con la
del MACCD, Damián Flores se ha acercado
al autor madrileño
en estado de gracia y seguro de su trabajo
tras haberse apoyado en su
literatura. Así lo muestran obras tan singulares como la titulada “El fantasma
de Ramón”, en la que aparece el velador
del Café de Pombo donde
el escritor trabajaba a veces pero en este caso vacío,
solo con una botella y unas
cuartillas, señalando de esta manera su ausencia
tras el exilio argentino así como la desaparición del propio Café de
la calle Carretas, en el que
siempre estuvo presente su espíritu.

Un ejemplo de la conexión
especial de Damián
Flores con el mundo ramoniano y de la variedad de técnicas que presenta en esta exposición aparece en la sencillez de una técnica
mixta, tinta sobre
papel, de trazo firme, en la que la
pipa, el flequillo y una “R” que sustituye al ojo, representan al escritor de manera exacta.
Como también es acertado el retrato, ingenioso y habría
que decir que ramoniano, en el que unas enormes
tijeras le enmarcan
a modo de gafas, en una imagen que es un verdadero hallazgo.
Aun más interesantes son los dos magníficos retratos gemelos y de cuerpo entero –“Ramón de medio
ser” y “Ramón de negro”–
que remiten al Ramón más pletórico, el de los años veinte,
cuando dictaba conferencias a lomos de un elefante o en un trapecio, el
mismo que aparece recogido en un estarcido plenamente ramoniano titulado “Ramonismo”.Unos retratos que se complementan con el del nostálgico y crepuscular
Ramón ya anciano que mira a Madrid desde el exilio de la calle Hipólito
Yrigoyen de Buenos Aires, acertadamente incluido pues nos habla de un Madrid
lejano y añorado, tan real para el escritor como el vivido como demuestra su
ultima novela Piso bajo.

Es el despacho
de Ramón un espacio esencial
en su vida, un microcosmos personal al que Juan Manuel Bonet y Eduardo Alaminos han dedicado textos ya
imprescindibles, y cuyo emplazamiento más destacado fue el Torreón de Velázquez
esquina Villanueva, donde hoy campea el hotel Wellington. Ese torreón, hoy tan
desparecido como el despacho que albergaba, lo ha rescatado Damián Flores en una labor
tan literaria como de investigación, pintándolo en una noche madrileña en la que solo luce, iluminada, la ventana del despacho en el que, insomne y grafómano, trabaja
el escritor
en el mundo que formaba su wunderkammer presidido
por su famosa muñeca que acabó en el Rastro.
Damián Flores. El rastro, 2016.
Pero lo más importante de esta muestra son
las piezas dedicadas al Madrid de Ramón, como la de ese “Viaducto” de gran formato,
alarde de oficio,
en el que parece recoger
la atmósfera equívoca
que siempre tuvo el puente sobre la calle de Segovia, desde el antiguo
de hierro cantado
por el entonces ultraísta César González Ruano, al actual de
aire bauhausiano, construido por Francisco Javier
Ferrero Llusiá
en la década
de los treinta, cerca del cual vivía
Rafael Cansinos Assens, uno de los grandes antirramonianos junto con Pio Baroja. Gran obra, si, en la que late cierto misterio, como también es magnifica en
formato más modesto, la estación de metro – es la de Antón Martín, construida
por Antonio Palacios- en la que
un solitario paseante, quizás el propio
escritor, acude a tomar el último convoy.

Hay que destacar en este Madrid de la Edad de
Plata por el que discurre parte de la vida de Ramón que ha pintado Damián
Flores, unas cuantas preferencias. Primero, por original y clásico a la vez,
esas fabricas del suburbio madrileño próximas a una estación ante cuyas tapias
de ladrillo patinado, que remiten a un entorno existente hasta hace poco, quizás paseaban
los dos agitadores culturales de los veinte,
Ramón y Ernesto Giménez Caballero, cuya casa de la calle
Canarias estaba entre los raíles de Atocha y Delicias. Gran cuadro, al igual
que la tabla que recoge a ese automóvil que deja atrás la plaza de Canalejas,
recordando que el Madrid de Ramón era también la ciudad de la modernidad, la misma a la que remiten el Mercado de Olavide, también
de Ferrero Llusiá,
cuya desaparición arbitraria aun indigna a quienes
lo recordamos. Destacar
también el granviario “Cine Velussia”, apogeo
decó luego convertido en el Cine Azul de nuestra infancia, con una rotulación
maravillosa, y, casi solo como una alusión, esa fachada del Café Negresco, el
café de la modernidad de la calle de Alcalá del que Antonio Bonet, quien llegó
a conocerlo, ha hecho una semblanza en su indispensable y maravilloso libro
dedicado estos establecimientos. Por ultimo, destacaríamos una obra original dedicada
a un asunto poco común entre los artistas españoles
como es el metro, el transporte que aparece y se
desarrolla en Madrid durante los años veinte, dándole el aire de urbe moderna
que recogió un epígono ramoniano, Alfonso Jiménez Aquino, en su plaquette de greguerías titulada Metro. Damián Flores pinta ese mundo
subterráneo, que tanto protagonismo iba a tener
desde 1936.

Destacamos
también en esta exposición de la Galería
Estampa la obra titulada el “Rastro”, una pieza de la mejor tradición de la escuela
española que recoge
un tramo de resonancias nevilleianas de la Ribera
de Curtidores que aparece
en “Domingo de Carnaval” en el que mostraba su gracia Conchita
Montes
, y por el que paseaba el escritor en busca de bibelots para
su despacho. Se trata de una obra delicada que evita el tópico de la postal y de lo solanesco, como sucede igualmente
con ese “Arco de Cuchilleros”, que demuestra con su composición y ejecución que
no hay escenarios manidos sino miradas
vulgares. Son lugares
del centro madrileño cercanos entre sí y próximos
a al Café de Pombo,
como el que recoge
en “La conversación”, una obra intimista en el marco del Madrid
más histórico, o el muy destacable óleo “Puerta de Toledo”, magnifica
perspectiva de la plaza madrileña
que lleva al barojiano Manzanares, realizada desde la figuración moderna, habitual de la pintura
de Damián Flores.

Con esta exposición, feliz complemento madrileño
de la dedicada a Ramón
y las ciudades, tan exigente
para el artista como muy
novedosa en el contexto artístico, Damián Flores confirma su vocación ramoniana
así como la vinculación esencial de su pintura con la literatura, con lo que
Juan Manuel Bonet ha llamado la “doble militancia”. Ahora no se trata de un artista que escribe, que bien pudiera
hacerlo, ni de un escritor
que pinta, sino de la fusión de dos
manifestaciones en términos de complementariedad. Estamos ante un artista que
sabe que lo es por encima de otras inclinaciones, pero que cree en la comunicación entre las actividades artísticas y la escritura y que desde hace unos años
ha encontrado en lo literario y en lo arquitectónico una vía de expresión para
una obra que contiene un relato. Este contenido narrativo, que no debe
confundirse con la mera ilustración, estas referencias a universos diferentes
por medio de la pintura, unido a la capacidad técnica de un artista en plena
madurez, cuyo mundo cultural es tan
notable como alejado de toda impostación, es lo que permite abordar proyectos
complejos con resultados tan sólidos como novedosos. Es lo que
sucede con Damián
Flores y su trabajo dedicado al Madrid de Ramón.
Damián Flores, la entrada, 2016
Justiniano, 6. 28004 Madrid
Tel.: 91 308 30 30
HORARIO
Martes a Viernes: 11.00 – 14:00 / 17:30 – 20:00
Sábados: 11.00 – 14.00