Nada como un escritor para hablar libremente de la obra y vida de otros escritores si estos han fallecido, como es el caso del libro que nos ocupa: Mis libros. Ensayos sobre lectura y escritura (Págimas de Espuma) del creador del legendario detective Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle (Edimburgo,1859- Crowborough,1930). En este libro, el escritor entabla un diálogo con un interlocutor imaginario, más joven que él, para explicarnos sus preferencias y ofrecer diversas semblanzas de los escritores ingleses anteriores a él.

Como nuestras lecturas de escritores ingleses de siglos pasados se pueden contar con los dedos de tres manos, nos mostramos de acuerdo en sus  preferencias porque coinciden con los autores que hemos leído. Esto nos lleva a pensar si nuestro olfato literario es excelente o, mas bien, que el tiempo selecciona de forma acertada lo que es bueno. Entre sus preferidos para el cuento están Edgar Allan Poe y Robert Louis Stevenson. En la  novela tenemos a Walter Scott y Charles Dickens. Todos leídos e incluso alguno en edades pretéritas, como puede ser el caso de Walter Scott.

Reconfortado por la coincidencia seguimos leyendo y nos llama la atención la diferencia que hace entre cuento y  novela. El creador del famoso detective apela a que los autores de cuentos son velocistas y los de las novelas corredores de  fondo. Un  símil leído o escuchado infinidad de veces cuando le preguntan a un escritor sobre ello. Entonces me asalta la duda  de si los posteriores autores, estudiosos o simples lectores que apelaron a esta comparación   deportiva bebieron de Conan Doyle o es algo que viene de más lejos, incluso de las olimpiadas de la antigua Grecia, ya que ambas especialidades existían en los  juegos olímpicos de la antigüedad.

Pero como la generosidad no suele ser amiga del arte, Conan Doyle dispara algunas flechas envenenadas en contra de Poe. Nos informa que es una persona “saturnina”, que según los endotipos de moda en su tiempo, viene a ser un tipo soberbio, que no sabe echar el freno de  mano a sus  impulsos, temerario, inflexible, de rudeza injustificada y varios defectos más. También dice que carece de sentido del humor, que tenía devoción hacia lo grotesco y tenebroso, por lo que puede ser una influencia peligrosa. En cambio, todo son elogios para Walter Scott o Charles Dickens, best sellers de los lectores del siglo XIX.

Si de Walter Scott admiraba su capacidad de trabajo, Conan Doyle toma de nuevo las armas y ataca a Samuel Johnson, la figura intelectual por excelencia del siglo XVIII inglés, del que dice que estaría olvidado si no fuese por la  biografía que escribió de él su amigo James BoswellLa vida de Samuel Johnson. De esta última alaba que a diferencia de la mayoría de las biografías, te dice lo que necesitas saber para hacerte una idea bastante exacta de la personalidad del biografiado. Coincidimos con Conan Doyle que se trata de una de las biografías canónicas de todos los tiempos.

Después sigue el repaso a otros grandes de las letras británicas, como John Pepys y su diario, que da entender que no es ajena su neurosis su obra. Si tenemos en cuenta que para contar nuestras vidas, que no suelen ser demasiado atractivas ni interesantes, hace falta una perseverancia y capacidad literaria digna de encomio para hacerlas atrayente, mas que de desórdenes mentales cabe hablar de méritos literarios.

Arthur Conan Doyle

En el listado también nos encontramos al historiador Edward Gibbon, autor de Historia de la decadencia y caída del imperio romano. Este historiador era un hombre frío cuyo cerebro se desarrolló a costa de  su corazón, dice Doyle. Puede  ser, pero a lo mejor gracias a eso fue el creador de la historiografía moderna y autor de obras notables. Pero una vez  comprobado que aún le sobran balas, Conan Doyle dispara en contra de los creadores de la novela inglesa y los poetas. En este último caso, mas que de nombres, lo que resulta divertido es que califica a este oficio como  peligroso debido a las manías transgresoras y autodestructivas que tienen los poetas, y que hacen de este arte algo bastante peligroso.

Pero por encima de fobias y filias este libro representa una declaración de amor por la palabra escrita. Para  Conan Doyle una biblioteca es un lugar mágico donde aislarse del mundanal ruido,  “olvidando el  pasado, gozando el presente y preparando el  futuro”.  Está claro que a comienzos del siglo XX no existía internet ni las redes sociales.

Concluye diciendo que después de leer se estará con el ánimo mas preparado y mejor dispuesto para resolver los problemas con los que debemos enfrentarnos  en la vida diaria. Algo que aún es válido hoy día.

Un enamorado de los libros como él, compró los primeros volúmenes de  su vida en tiendas de libros usados y mercadillos cuando estudiaba medicina en la Universidad de Edimburgo. Como sólo disponía de la cantidad necesaria para un bocadillo y un vaso de cerveza, su comida diaria, a veces  se quedaba sin comer por leer. Si, las costumbres cambian.

 

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