La Luna, el lado oscuro, 10 de julio de 2017
Mi bienquerida, a veces, Julia:
Recordaba eso que me preguntaste la noche que me dijiste “casi te quiero, es cuestión de tiempo que llegue a odiarte con todas mis fuerzas”, porque me viste aburrido y con los ojitos mojados como dos barcos que están por hacerse astillas contra las rocas. Siempre fuiste mi faro. También mi astrolabio, y mi kamal, y mi sextante y ya vez, sigo leyendo “La isla del tesoro”, mi querida nocturlabio, mi hermosa ballestilla. “Oye, si pudieras ser otra persona –me dijiste-, quién serías”. Y en ese momento creo que te dije una estrella de Hollywood de los ’50; o un buen cocinero; o un hombre que no tiene vergüenza de dejarse un bigote inglés, con los extremos ligeramente curvados hacia arriba como Carlos Pellegrini; o un cantante de boleros; o quizás un muchachito cubano que pasa las horas mirando el Malecón sin saber si irse o quedarse, sin saber si Miami o Fidel; o un hombre muerto, pero bien muerto, de amor, un hombre que se haya muerto todas las noches un poquito, arriba tuyo, abajo tuyo, o a cualquiera de tus costados. Sí, ya sé que es incorrecto decir “arriba tuyo”, pero es que allí soy tu dominio, tu posesión, te pertenece el espacio que ocupo y todos mis adverbios de lugar.
Así que lo pensé mejor, más tranquilo, en casa, mientras ponía sobre la mesa un plato, un vaso, un juego de cubiertos, una servilleta. Una. Uno. Una. Uno. La vida es mejor de a dos. Por eso llueve cuando dos nubes…, por eso los autos chocan cuando dos ebrios…, por eso… Pero vivo sin un riñón. Y no sé de alteraciones renales. Pero cuando me faltas. Ay, cuando me faltas se me descomponen todos los sistemas. El respiratorio y el digestivo y el nervioso y el sistema de mis valores y el de mis tradiciones y el de mis creencias, porque es difícil creer en Dios en tu ausencia. Porque eres como un agujero negro que traga la luz de mi habitación y cierra mis cortinas y cierra mis puertas y me dejas durmiendo sólo un día entero o una semana o un mes. Tengo que inventar mentiras para faltar al trabajo. Tengo que justificar tu existencia para arrojarme a los abismos.
Así que lo pensé mejor, Julia, y no quiero ser otra persona. No quiero ser el chico del 4° B que le hace el amor a su novia a la hora de la siesta ni el gondolieri que pasea a los recién casados mientras canta “Il giardino proibito” (Nella mente,/ negli occhi,/ nel cuore,/ ci sei tu, infinito amore) ni el que te poda las plantas ni el acomodador del cine que me da celos que te diga “esta película va a ganar un Oscar por el mejor beso” ni el taxista que te lleva ni el policía que te cuida ni el asesino que te espera en la esquina. No quiero ser ninguno de ellos. Porque todos ellos sacan la basura por las noches y sacan a pasear al perro y se cepillan los dientes con todos esos ruidos molestos que hace la gente cuando se cepilla los dientes y se ponen pijamas y se van a dormir con esa cara que pone la gente después que se cepilla los dientes y se pone pijamas y no saben para qué vivir ni para qué morir ni para qué levantarse ni cuál es su suerte o su maldición. Si tuviera que ser alguien, sería algo. Tu bufanda ridícula, con rombos bordó; tu servilleta de tela con manchas de tuco; tu peine al que le faltan dientes; la pata más corta de tu mesa de luz. Estar en el ámbito en el que te descalzas y en el que cortas las cebollas y en el que cantas mientras te duchas y en el que das de comer al gato.
Pero al final del día sigo siendo yo. Uno que a esta hora (y son las tres de la mañana, que no es una hora cualquiera) está viendo cómo sacarte de la cabeza para dormir, aunque sea, hasta las seis. Entonces abro la ventana y miro las estrellas. Hay una constelación nueva justo debajo de Corona Australis (ah, ¿ya ves que “La isla del tesoro” no son sólo tonterías de piratas?), ¿y sabes cómo la he llamado? Julia, claro, y nadie más puede verla. Porque nadie a esta hora se pone a mirar las estrellas pensando en ti. Y cuando abro la ventana también observo la Luna, que siempre me muestra su lado oscuro. Y desde allí te escribo. Siempre. Desde el lado que no tiene luz ni calor ni nada.
Alfredo.
SEUDÓNIMO: Il vaporetto