LUCAS DAMIÁN CORTIANA 






Si hay algo que sorprendió de Pulp Fiction -la obra
maestra de Quentin Tarantino, estrenada en 1994 y premiada en el prestigioso
Festival de Cannes hace exactamente veintidós años-, es la manera despojada,
irreverente y libre de toda culpa de tratar temas complejos y hasta engorrosos
como la violencia extrema, las drogas, el sadomasoquismo, las violaciones o el
crimen organizado. (….)


Pulp Fiction es prioritariamente, a pesar de aquellos tópicos,
una película rebosante de humor o según la nomenclatura que los expertos le han
dado, una comedia negra. La única manera (o si no la única, la más efectiva)
que Tarantino encontró de mostrar asuntos cargados de tabúes, controversiales, muchas
veces despreciables para una sociedad que se considera a sí misma conservadora
(por qué no puritana) o lisa y llanamente de evidente temática inmoral es a
través de la ironía, el ingenio para crear diálogos hilarantes como cobertizo
para escenas perversas y con música lo suficientemente divertida como para no
advertir, al menos por unos instantes, que la situación era en realidad
perturbadora y soez.

El film, independiente, no contaba con los recursos
económicos de una superproducción hollywoodense, sin embargo pudo darse el lujo
de contar con actores de la talla de John Travolta (quien reconstruyó su
carrera con esta película luego de no hacer nada realmente satisfactorio desde
Grease, pasando por bodrios del calibre de Look Who’s Talking), Uma Thurman
(quién se convirtió en superestrella a partir de este punto de su carrera),
Bruce Willis, Samuel L. Jackson o Christopher Walken e introducirlos dentro de
un mundo, oscuro y hermético, pero a la vez pop, que se estaba gestando: el
mundo Tarantines.
Las escenas que han quedado guardadas en la retina y
memoria del público son demasiadas y da cuenta de la forma en que esta película
ha calado en la historia del cine, teniendo como logro adicional no ser sino
escenas aptas para todo público: el baile entre los personajes de Travolta y
Thurman, descalzos sobre una canción de Chuck Berry es icónico como lo es la
conversación entre el mismo personaje de Travolta y el de Jackson sobre las
diferencias entre las hamburguesas de Los Angeles y París. Son cuadros inocentes,
populares y divertidos. ¿Y cuál es el valor agregado que tienen, eso que las
convierten en algo más que un simple golpe efectista? Tarantino no sólo conoce
la médula de la cultura pop sino que se adueña de ella haciendo un pastiche elaborado
de fórmulas infalibles de los grandes momentos del cine y el aporte de su sello
personal. Consigue relajar al espectador con lo superfluo mientras se
entretejen historias de abordaje dificultoso. De hecho, el baile en  el restaurante Jack Rabbit Slim’s es el jamón
del medio entre el affair de Vincent Vega (personificado por Travolta) y su
dealer, quien le vende tres gramos de heroína y la posterior sobredosis que
sufre Mia Wallace (Uma Thurman) y la resucitación más recordada de las últimas
dos décadas, usufructuada por una jeringa de adrenalina al corazón.
Sin embargo, no es complejo afirmar que Pulp Fiction
es un film pasatista, una historia atrapante de gánsters contada de una manera
peculiar a manera de capítulos y con personajes carismáticos haciendo lo que
mejor saben hacer. ¿Pero dejó algo para la posteridad, algo que haga merecedor
esta conmemoración del vigésimo segundo aniversario de su premiación en Cannes?
La respuesta es sí. Oscar Wilde dijo que «cada retrato que es pintado con
sentimiento es un retrato del artista, no del modelo» y es probable que el
legado prioritario de Tarantino sea el haberse colocado a sí mismo y a sus
ideas dentro del ámbito cinematográfico, con una voracidad tan grande, con
movimientos tan veloces y con tal convencimiento que  no permitió a nadie ni siquiera cuestionarse
por la legitimidad de su posicionamiento. En sus años de carrera creativa, ya
sea como guionista o director, Tarantino mostró fidelidad a sus convicciones
artísticas, a la vez que su búsqueda (estética, temática) era observada por
todo el mundo de manera instantánea y cruda. No son demasiados los casos modernos,
digamos a partir de los ’70, de directores a los que podamos situar en el
contexto del “cine de autor”: Scorsesse puede ser un caso emblema, lo mismo
puede decirse de Tim Burton y lógicamente Stanley Kubrick y Woody Allen. El
caso de Tarantino es peculiar, ya que recurre a elementos poco usuales o incluso
mal vistos por un porcentaje de público bastante amplio que no considera arte o
buen gusto géneros tales como el Cine clase B o de blaxploitation; películas que en esencia están concebidas para
horrorizar. No intenta ocultar tampoco su histeriqueo por las películas
japonesas ni por el uso de las armas blancas; si aquella frase de Arturo Graf, “el
que en un arte ha llegado a maestro puede prescindir de las reglas” es verdad,
y lo es, el caso Tarantino permite anexar que a un maestro debe tolerársele la
facultad de apoderarse de todo código que lo alimente y posibilite mantener su
esencia monstruosamente seductora. Tarantino es irreverente y ególatra, por eso
acude con asiduidad al auto homenaje, a un entramado interno de situaciones,
personajes y estilos que los fanáticos pueden reconocer a lo largo de toda su
filmografía y que propone una forma de hacer partícipes a los observadores
ansiosos, en convertirlos en cofrades. En Pulp Fiction estos matices son
hallazgos que no cualquiera puede realizar a simple vista, es necesario
zambullirse a las profundidades del universo sangriento y cómico del director.
Así, encontrará que hay rastros de su ópera prima, Reservoir Dogs, así como de
todo lo que vendría después, en el enfoque del maletero de un automóvil, en el
zippo que se enciende con gracia, en el fetichismo por los pies femeninos…, todo
esto no es más que la referencia de un compulsivo-obsesivo y uno de los caminos
más cálidos hacia la posteridad.

Algunos han visto en Pulp Fiction y en su autor
intelectual y material dejos de racismo (la palabra “nigger” es recurrente) y
otros un mensaje de redención y perdón (el personaje de Jackson cree encontrar
la iluminación espiritual y abandona la vida criminal; el personaje de Ving
Rhames
absuelve la estafa de Butch, interpretado por Willis), mostrando a las
claras que toda visión profunda del arte no es uno más uno o al menos que los
resultados no son los esperados o bien que todos estamos equivocados todo el
tiempo y hay que dejar siempre un lugar para el asombro.

Pulp Fiction fue un extraño metiéndose en una gran
fiesta hace veintidós años y el paso del tiempo demostró que se la pasó a lo
grande, probablemente siendo descortés pero de todas maneras simpático.
Umma Thurman

Lucas Damián Cortiana (Chivilcoy, Argentina, 1983) es poeta y escritor. Ha colaborado en diversos medios y publicado en diversas antologías. En la página de Facebook “Rata Carmelito” pueden encontrarse retales de su poesía y su locura.