Foto de Simón Esain
                     
DEJAMOS POR HOY
   Mediodía. Cedí
mi hora de almuerzo para atender a un paciente. Ayer llamó. ¿Es urgente?
Urgente.

  Cuando el
paciente (llamémoslo F.) ingresa tengo la sensación de haberlo visto hace mucho,
apenas reconozco su voz. Se ubica frente a mí y apoyando los codos en las
rodillas hunde la cabeza entre sus manos. Callado.

   Callado 16
minutos después. Yo a la par. Y un tanto desorientada como ante el analista de
fuste que supervisó mis primeros pacientes siendo como era una psicóloga
incauta disimulando infructuosamente su perejilez. Entonces.
   Ahora es
preciso que intervenga porque F. en algún momento soltó algo así como no puedo
(o no quiero) y tras suspiro agregó: recapitulemos. Al toque le lanzo uno de
mis clásicos ¿para qué?
   Se endereza F.
con los ojos llenos de lágrimas a punto de. Todavía me cuesta ser del todo
inmune al llanto de los pacientes, menos de los hombres ‑de los hombres en
general- y me sobrevienen unas ganas tremendas de abrazarlo. Jamás, jamás
tomaría ese riesgo.
   Nos miramos sin
apuro; que no es momento de frases hueras ni sesudas bien sabemos los dos.
Entre tanto vino viniendo el término de la sesión.
 Fotografía Simón Esain
  Voy a poder,
dice al fin.
 Estoy segura, respondo.
Y remato con un dejamos-por-hoy.
  Reímos. Se levanta y sin mediar anuncio me abraza; fuerte como me gusta.
Lo acompaño hasta la salida y espero con la puerta abierta a que llame al
ascensor. Adiós. Adiós.
  Le había dado el alta la semana pasada, qué sentido tendría recapitular.
Va a poder. No necesita más
  
 Fotografía Simón Esain
                        
ODIO SEPTIEMBRE
   Recién en la
segunda entrevista se animó. En cuanto ingresa se coloca frente la biblioteca.
La biblioteca de mi consultorio es mañosa y atiborrada aunque conserva la
división original: acá narrativa, abajo psi y aledaños; allá poesía sobre todo
de amigos, trasnochados de ediciones propias. Echó un vistazo rápido sin
interesarse por nada en especial hasta llegar al par de pequeñas fotos
enmarcadas que posan en el estante superior.
  Tomó la
primera. Odio cualquier otoño, masculló. Yo lo amo.
   Ante la otra
murmura: odio el invierno. Me fascina la nieve.
     Esa sesentona
criada en el Hemisferio Norte, se refiere al otoño como septiembre. Y llama al
invierno febrero. Y los odia.
   Al fin se
acomoda en el sofá en posición flor de loto, distante a mi sillón, dispuesta a
contar lo que todavía no contó.
 Foto de Simón Esain
  Mi madre, dice,
murió un Septiembre. Esa polaca querendona que resistió guerras más al fascismo
y al estalinismo, ni sobrevivió a una estúpida innecesaria endemoniada
operación. Y papá –continuó-, ese hombre que cantaba si ganaba al ajedrez,
cantaba mientras tocábamos el piano a cuatro manos, cantaba al embarullar la
cocina con sus menjunjes, murió solo el Febrero siguiente y me enteré tres días
después porque yo estaba esquiando. Desde entonces esos meses dejaron de
existir, vivo los que restan.

   No habló más.

  Le alcancé el
paquete de kleenex y le miré de modo tal que sintiera mi estoy acá/tenemos
tiempo. Necesitábamos tiempo, ya que me puse a fantasear cómo reaccionaría en
un momento así mi analista. Quizás se levanta enresortada, en zancadas aborda
la biblioteca y con sus manos de campesina uña al ras toma las fotografías y se
las obsequia a la paciente sin comentario alguno. O las regala colocándoselas
en el regazo y acotando “sus viejos murieron cuando les fue posible”. O incluso
agrega “y usted se merece vivir el año completo”.

   Sí, quizá eso
hubiera hecho mi analista.
 Foto de Simón Esain
MARTA
KAPUSTIN
   
Psicoanalista, escritora y artista
plástica argentina. Reside en Alemania. Publicó
poesía y cuentos. En 2008
RH-Mondadori editó su primera novela Inquietud. Su próxima novela  Ahora Mismo aparecerá en breve. Sus
cuadros se han expuesto en Argentina, Alemania y México, y fueron adquiridos
por coleccionistas privados.
 Fotografía Simón Esain