Cuando miro la pantalla del móvil siempre tengo sentimientos opuestos. Desde luego me facilita la vida y me ofrece posibilidades de comunicación infinitas partiendo de la base de lo que me gusta y en lo que creo, no de donde soy o dónde me encuentro. Esto es algo que ha revolucionado nuestra forma de relacionarnos y muchas otras cosas más. Yo elijo la forma de comunicar con los demás y hasta qué punto doy a conocer mis aficiones a través de mis mensajes en las múltiples plataformas existentes.

Sin embargo, no es difícil ver otro tipo de implicaciones que me gustan menos. Por ejemplo, convierte mis acciones en algo repetitivo y compulsivo. No me ayuda a reflexionar. Además, se me hace complicado olvidar los pitidos de los mensajes y discernir entre múltiples informaciones, muchas de las cuales no son ciertas. En cierto modo, me convierte en una persona más vulnerable.

No soy una persona que está en contra de las tecnologías. Me gusta la red, el poder buscar cualquier clase de información, las páginas web como la nuestra y muchas cosas más como dar a conocer lo que a uno le interesa o descubrir que hay personas en la otra parte del planeta que comparten tus gustos y sienten lo que tu sientes.

Esta forma de comunicarnos, en red o horizontal, tiene un potencial increíble, como se ha visto en las primaveras árabes o las infinitas denuncias sobre distintos aspectos desde un abuso a un animal o un ser humano. Un vídeo trasmitido a través de mi móvil puede servir para denunciar o como prueba de un abuso, aparte que al viralizarse sirve de presión y apoyo a nuestra denuncia.

Pero nuestas acciones con el móvil, ya sean de distracción, interés o protesta son monitorizadas por grandes empresas que las cuantifican y venden en los mercados de datos. Saben lo que compramos, a quien le ponemos un me gusta y cuantos seguidores tenemos. También que serie vemos. Por eso, cuando nos asomamos a la red, nos aparecen infinidad de anuncios relativos a nuestras acciones, como moscas dispuestas delante del pastel.

No obstante me parece más importante el que nuestras vidas son controladas a través de la monitorización por motivos de seguridad, esta vez por la policía y agencia de seguridad de todo pelaje. Pueden tener acceso a nuestros correos y fotos personales (cada vez es mas corriente publicar fotos de gente implicadas en sucesos sacadas de los muros de facebook). Lo que pensamos que es privado se piratea y convierte en público.

Ello también es debido a que las nuevas tecnologías nos han convertido en una sociedad de mirones. El espacio dedicado a nuestra privacidad es cada día mas reducido.

Todo esto puede resultar algo paranoico, pero si es cierto que debemos aceptar la idea de un futuro sin privacidad, donde todo puede salir a la luz. Antes el secreto estaban guardados en nuestra cabeza y salvo que lo contásemos a alguien, o cometiésemos alguna acción que lo desvelase, nadie podía saberlo. Hoy día muchos de nuestros secretos forman parte de nuestra identidad digital, y las huellas digitales son accesibles a cualquiera que se dedique a buscarlas.

Pero hay otro aspecto que me parece muy interesante y que se podía resumir en que la velocidad con la que actúan sobre nosotros una tecnología es superior a nuestra capacidad de asimilarla. Cuando adoptamos una tecnología determinada, desconocemos los efectos que tendrá sobre nosotros hasta que la empezamos a usar de forma continua. ¿O acaso las redes sociales no han cambiado cosas en nuestras vidas?

Una de las claves es la velocidad con la que la información se mueve desde y hacia nosotros, y con la que creamos y consumimos información, algo que desde luego no favorece el pensar. Cuanto mayor es la velocidad, más intensa es nuestra ansiedad. Tememos perdernos algo y, sin embargo, estamos sumergidos en un océano de información disponible. Es el viejo truco del exceso de elección de los hipermercados. Dudamos entre elegir tal o cual marca y seguro que regresamos a casa con algo que no habíamos previsto comprar. En las redes sociales nos invitaan a participar en debates de los que no tenemos ni idea, en opiniones que no nos interesan demasiado, pero se trata de participar y eso es lo que hacemos. Mensajes y opiniones que siempre quedarán guardadas hasta la eternidad. Tampoco pasa nada si no somos demasiado impulsivos y no decimos lo primero que se nos viene a la cabeza.

También podemos difundir noticias falsas, reenviar información no verificada, participar en mensajes destinados a humillar a alguien.. Sabemos que la gente, cuando no está delante de otra persona, puede ser cruel, violento y muchas cosas más. La velocidad, sumada a la falta de consecuencias, no mejora nuestra personalidad. Tampoco necesariamente la empeora. Porque a lo que hay que temer en las redes sociales no es a la tecnología sino a nosotros mismos y a que si no nos conocemos bien, seremos más fáciles de manipular por quienes si conocen bien las redes sociales.