Y al niño o niña
lo tira por una ventana, rompiendo el cristal de ésta, con la máxima violencia.
Diecisiete meses tenía el bebé y lo estaba casi violando, y luego, a la joven
madre la trata de matar. ¿Tengo yo que alimentar a este tío, a esta inmundicia,
darle de comer de por vida y que pueda leer todo lo que no puedo hacer yo, que
vaya a estar protegido como nadie lo estaría nunca en una estupenda celda del
centro penitenciario que casi puede elegir.
Que me digan que le sentenciarán a
Cadena Perpetua revisable o algo así. Que ese despojo humano pueda salir un día
a la calle con unos ahorritos y, si quiere, sobrado de conocimiento, con sus
estudios y una salud gimnástica. No, no puede ser. Esa mierda humana sufrirá
apenas veinte años de prisión y luego como tú y como yo, mejor si él quiere tras
una buena redención. ¿Para qué quiero yo su redención? Yo quiero que
desaparezca de la faz de la Tierra. Semejante asqueroso. Tengo que decirlo y
ser libre en hacerlo. Yo no veo la necesidad de reeducarle y que haga su penitencia.
Yo quiero que sufra con dolor, con un poco más dolor que el que ha causado.
Dejémonos de
tonterías. Tonterías de la modernidad y de la boba bonhomía de muchas
religiones y filosofías. Si uno está en guerra con la humanidad, en las guerras
se mata y se muere. ¿Por qué a un menda que comete semejantes acciones lo
tratamos con la delicadeza que fiscales y jueces generalmente los tratan y que
a la policía le obligan a practicar?
Así estamos. Todos
los días. Algunos homínidos dicen volverse un tanto locos y matan a su mujer, a
la cuñada, a la vecina, a alguien que pasaba por allí. Unos que descuartizan en
sótanos secretos con cámaras frigoríficas, otros en plena calle, balcones,
terrazas, en cualquier lugar y, para algunos, mejor si te pueden ver. ¡Joder
que macho soy! O no, simplemente que perdí
el conocimiento, que no sabía lo que hacía,
que el alcohol, que la cocaína,
que me puse súper nervioso… sabes,
que no sabía lo que hacía. El caso es que si yo veo que estás pegando a una
señora, particularmente, sí sé lo que voy hacerte: te mataría hijo de puta, y entonces
a mí –sí- me caería lo más grande, acaso estaría recortando tu libertad de
actuación del hijo de víbora con viruela asesino de débiles.
Todos los días
tenemos una tragedia de este tipo. ¿Por qué? Ya sé que ha ocurrido siempre y
que ahora tenemos más información de los sucesos, pero también sé que la
estadística se ha multiplicado y que hay una extravagante búsqueda de la
notoriedad perversa en estos seres de sangre podrida. A este paso y con esta
concurrencia, empezaremos a hacer competición de maltratadores, de
especialistas torturadores, de asesinos especialmente truculentos. Llegará un
día que haremos academias para reciclaje de asesinos múltiples, master de
homicidios, de asesinatos con o sin alevosía.
Vaya vaya, y como
es un estado de derecho que garantiza lo mejor para el individuo, a estos
individuos los tengo que mantener yo, y usted amigo. ¿Qué es esto? Por la tarde
hay Gran Hermano, por la noche, Gran Hermano Asesino. Ya lo hay en canales
americanos y supongo que en árabes y japos.
Ni hablar ya de
los cobardes asesinos organizados que preparan sus artefactos y matan
despiadadamente en aras de la política. Individuos asociados en su cobardía a
colectivos cuyo lema y razón son el odio y un enfermizo complejo atávico. Un
individuo que pone una bomba en un supermercado y mata a veinticinco, ¿merece
que yo lo mantenga?,  y que, como
sabemos, algún día incluso tenga la libertad y el placer de reírse del
asesinado, de su familia, o de mí mismo. No, no, ¿pared y cal?
Que no se asuste
el lector intuyendo una reivindicación de la Pena de Muerte. Pero sí reclamo
que “ojito” con las sentencias que hay mucho estulto en la judicatura (con
todos mis respetos) que no ha vivido nada y se dedica a impartir una justicia light,
guay, cool. O tiene el miedo en el cuerpo, como también es común. Querría una
justicia fulminante, pero me tengo que conformar con las perpetuas, pero a
éstas las quiero perpetuas de verdad.
Por supuesto que me gustaría exacerbar un muy buen funcionamiento de la
Justicia, y el garantismo del reo. Pero quisiera el rigor necesario, el rigor
verdadero,  que no permitiera que muchos
de estos delincuentes se rían de la Justicia y nos hagan remover, literalmente,
ríos y estercoleros con la utilización de dineros que salvarían cientos, miles
de economías familiares. Y quiero Trabajos Forzados, en mayúscula, duros
duritos, yo no quiero alimentar a ese hijo de puta, no tengo por qué.
Todos sabemos de
lo que hablo. ¡Qué atraso! ¡Qué horror! Como me atrevo a sugerir lo que
millones pensamos. Salvaje medieval. Enfermo inquisidor. Pero no, no es así. Yo
no quiero que se torture a nadie, ni Auto de Fe alguno, quiero que delitos como
los que estamos viendo y sufriendo, tengan su justa correspondencia, insisto, con
exhaustivas garantías pero con un rigor suficiente. Esos asesinos específicos están
en guerra con la vida, con la sociedad, con su sobrina o con el frutero de la
esquina, y en la guerra se mata y se muere.
Mucha
modificación constitucional y zarandajas para incremento del gasto y seguridad
en el puesto político mientras se tramita, pero por qué no hablamos de una
modificación seria – seria, por favor- del Código Penal. Que sea penal de
verdad. Yo veo que excepto cuatro miserables, asesinos y sicópatas más que
patológicos, aun siendo condenados, acaban paseándose por las mismas calles
donde paseamos ustedes y yo, de quienes vive. El asesino noruego de la isla
vive mejor que usted y que yo. Dan ganas. El asesino abertzale tiene mejor
pensión que la del padre de usted o de su abuelo. Dan ganas. El asesino
múltiple puede releer a Dostoievski, y para usted o para mí, ello es casi
imposible. Mierda, dan ganas.
Y encima, que
haya que decir todo esto con boca pequeña y que no te oigan muchos, ni pensar
en dejarlo por escrito y menos reivindicarlo, que en este Occidente tenemos
mucha libertad y fraternidad. Vaya vaya. Pero no señores, este no es un debate
enloquecido por la religión como ocurre en muchos países que criticamos. Esto
es la conclusión a la que se debiera llegar en casos tan evidentes como al que
hoy hemos asistido, como a los que asistimos muchos días.

 

Es tremendo que
yo tenga que ser el que cuide de un sicópata asesino asqueroso. Es terrible. Yo
acuso a los que me obligan a ello.
Enrique López Viejo
(Valladolid, 1958-Madrid 2016). Es el autor de  Tres rusos muy rusos.
Herzen, Bakunin y Kropotkin (Melusina, 2008) Pierre Drieu la
Rochelle. El aciago seductor (Melusina, 2009) y La Vida crápula
de Maurice Sachs (Melusina, 2012), Francisco Iturrino, memoria y semblanza
y La culpa fue de Baudelaire (El Desvelo, 2015).