CAPÍTULO 4
Si dijera “hágase la luz” no sucedería nada. La noche seguiría ahí arriba como una oscura joya de claustro. Aunque lo gritase como un relincho, pateando la tierra, desgarrándome el tórax. “El problema es que usted grita “hágase la luz” con la garganta. El sonido debe provenir del diafragma”. Tonterías. Sé que no sucedería aunque fuera Pavarotti. Lo sé porque he hecho el experimento. De frente a la noche, subido a un árbol, lo más alto posible, haciendo un megáfono con las manos, con mi mejor voz de tenor…
— 455 -8… no, momento… no es un 8, es un 2.
En la estación de tren Parques, los trenes pasan cada tres minutos. Y alguna vez había desafiado a aquellos gusanos de metal aproximándose a cien kilómetros por hora, con esa bocina de “córrase de allí, idiota” y esas luces de “por qué no se tira debajo de un taxi, ahora voy a tener que cargar con un muerto y voy a llegar tarde a la cena” y toda esa gente volviendo de sus trabajos, durmiendo contra una ventanilla, con el ceño fruncido y los brazos extendidos como queriendo agarrar esas cosas que se escapan siempre: los sueños, y un poquito de paz. Fueron cuatro o cinco veces: los pies en las vías bien plantados, las manos en posición de frenar trenes, por supuesto una linda camisa (los hitos deben ir acompañados de ropa planchada y zapatos lustrosos) y el grito para darme coraje, algo así como “yaaakkkk”, “aaargghhhh”, “waaaaaahhh”. Pero cada vez que había hecho el intento de detenerlos me había acobardado.
— 455 -2… 7, no, no: 1 ¿O 7?
Así que, ¿por qué habría de suceder ahora? Lo imposible. Lo inconcebible. Lo irrealizable. Lo que jamás jamás jamás, bajo ningún concepto puede suceder: los cuatro ases en la primera mano, el tiro certero de Guillermo Tell, el uno en un millón.
— ¿Y qué más hace ese pajarito? ¿Canta? ¿Y qué canta, Boris?
Bueno, lo imposible. Lo imposible no debería doler nada, ni un poquito. Cuando hay certeza de que tal o cual es imposible, no se hace el intento, no se deja nada por la mitad porque el esfuerzo ni siquiera ha comenzado y no hay lamento porque la naturaleza de lo imposible no genera ansiedad. Sólo que nadie sabe con exactitud qué cosa, circunstancia o sueño es imposible. Y en esa duda, todo es posible. Y allí es cuando comienza el dolor. ¿Es imposible volar? ¿Es imposible volar, o sólo volar muy muy alto y muy lejos como hasta la terraza del Bosco Verticale a polinizar en los plumbagos o a la luna a dejar la bandera de EE.UU. como en las películas? ¿Es imposible detener un tren en marcha o sólo cuando no se ha ido lo suficiente al gimnasio a convertir los músculos en acero? ¿Es imposible que lo que ya no está, esté y que lo que aún no es, sea? ¿Es imposible no morir jamás?
— Lo que es imposible, Boris, es entender estos números. Esto parece un 9, pero también puede ser un 4.
— Y yo que además de estar muriéndome, no veo nada… Y hace tres días que no encuentro los lentes. Empieza, yo marco.
— ¿Lo que es o lo que parece?
— Lo que parece.
— 455 –, un siete, un trébol, un cuerno de cebú, un seis —pero en romanos—, una A —con diéresis—, un sol.
Marco, y del otro lado, “¿Hola?” Y yo:
— Hola, soy Boris. Tengo aquí un canario que dice que debía llamar a este número. ¿Se encuentra Nica?
— Equivocado.
Pero a lo lejos se escucha una respiración y el rumor de un susurro. La respiración de Nica. Nica que dice “cuelga, cuelga ya” y comienza a llorar. O a reír. Y cruza una larga galería con zapatos de tacones altos y cierra una puerta y luego para un taxi en la calle y le ordena una dirección y se va a un lugar muy lejano y muy triste de la ciudad y baja apurada olvidándose de pagar. Y en ese lugar triste Nica enciende una radio y pasan su canción favorita y luego piensa, piensa mucho, sobre muchas cosas, sobre cosas terribles y sobre cosas hermosas y luego se acuesta sobre una cama y antes de dormirse, de sus labios se escapan dos sílabas: “Bo-ris”. “¿Boris?” Y luego ya no se escucha nada más que un silencio sincopado.
— ¿Era Nica? Boris, ¿era Nica?
— Era Nica, como la primera vez que fue Nica, como la vez que no pudo nunca más dejar de ser Nica.
— Pero Boris, eso es imposible… porque Nica…
— A veces, Yvonne, lo imposible tarda un poco más. ¿Sabés dónde leí eso? No, no en un libro de Schopenhauer ni en otro de ese fulano que dijo que Dios ha muerto, lo leí en Facebook. Porque, Yvonne, algunas veces, si en vez de gritar “hágase la luz”, cantamos, el sol puede aparecer de madrugada, haciéndose un lugar entre las estrellas y los bares. Y los trenes…, los trenes obedecen a las leyes de la física. Y detenerlos con un dedo depende de descubrir si Newton planteó correctamente las magnitudes vectoriales y si la fuerza neta aplicada sobre un cuerpo es proporcional a la aceleración que adquiere dicho cuerpo.
— ¿%…#[**&//=°|;,.’?
— Lo que quiero decir, Yvonne, es que… es que… no importa Yvonne. ¿Has visto al canario?
— Acaba de salir por la ventana.
— ¿Y tú, has comido?
— Sí, hace dos noches.
(Continuará…)