El rey bebe (1640- 1645),  Jacob Jordaens

 

Mathias Enard es natural de Niort, un pueblo francés muy cerca de La Rochelle, donde nació en el año 1972, y en una región que limita al norte con La Vendée y sus chuanes, sujetos de la primera narración de Honoré de Balzac. Enard cursó estudios de árabe y persa, curiosidad que mueve a curiosidad al lector por ser el autor oriundo de una tierra que se enorgullece de haber dado para el pelo a los sarracenos españoles en Poitiers por mano de Charles Martel, y después de residir en regiones del Próximo Oriente, corre el año 2000, se estableció en Barcelona, donde tuvo cierta importancia en la redacción de la revista “Lateral”, cuando sus estertores y dio clases de árabe en la Universidad Autonóma de la capital catalana. Su biografía nos informa, además, que fue miembro del consejo de redacción de la revista parisina “Inculte” y escritor residente en la villa Médicis de Roma, que es la correspondiente francesa de la Academia de España en la capital italiana. Además, tiene ya en su haber un buen ramillete de novelas publicadas, entre las que destacan La perfección del tiro; El manual del perfecto terrorista; Habladles de batallas, de reyes y elefantes y Brújula, con la que fue galardonado con el Premio Goncourt en 2015. Mathias Enard se caracteriza, además, por poseer un estilo trepidante, algo raro en la literatura francesa y un enorme sentido del humor, algo aún más raro, pareciendo algunas veces que ese sano sentido, que tanto ejercen sus vecinos los ingleses, murió hace ya muchos años con Rabelais y que de vez en cuando se resarce de modo fantástico en escritores como Louis Ferdinand Céline, Raymond Queneau o Michel Houellebecq para luego volver a las catacumbas y dejar paso de nuevo a la prosa suficiente y al sentido de la retórica pulida en que fueron maestros Corneille y Racine.

La última novela de Mathias Enard acaba de ser publicada en castellano por Literatura Random House y viene avalada por la opinión de ilustres críticos, como Alberto Manguel que destaca la elegante escritura y extraordinario talento. No es para menos. Ya el título nos remite a una narración de corte eminentemente goliárdico, lo que no deja de ser una bendición en tiempos angostos y delicados con la manduca, pero lo más logrado de esta novela es que mezcla unos elementos poco presentes en la novela de ahora que, sin embargo, se basa en una historia muy actual y, si me apuran, un tanto banal y previsible: un etnólogo que se desplaza a un pueblo de la región de Niart para realizar su primer trabajo de campo, nunca mejor dicho y teniendo como profesor a Yves Calvet  y semidioses a Claude Lévi Strauss y Bronislav Malinowski y que, después de una serie de avatares, deja a su novia de París y termina yéndose con Lucie, que se dedica a la agricultura ecológica. En el capítulo final titulado “Los dos amantes de Verona”, abandona la etnología y se apresta a imbuirse de espíritu ecológico para contribuir con su granito de arena a reducir las emisiones de CO2 e impedir en lo que pueda la ganadería intensiva y demás…

La gracia de esta novela, su magnífica inteligencia, radica en el hecho de que el lector no termina de creerse la trayectoria de David Mazón, así se llama el etnólogo, y puede sacar la conclusión de que en el fondo todo consiste en  una broma, maravillosa, pero broma: así, nos presenta a un pueblo sumido en la bajeza, las pasiones más siniestras y brutales de la Francia profunda, que está tan exagerada, bien que hasta un cierto punto, que el lector termina odiando a la mayoría de los personajes que habitan el lugar para luego reconliciarse con ellos porque eso justamente es lo que ha hecho el etnólogo, quizá movido por el amor que siente por Lucie…

El etnólogo come latas de baked beans comprados en el super de la región y cena pizzas y cosas así y está a favor de una agricultura sostenible y reividica, casi de manera exaltada y lírica, las bienaventuranzas de los productos de la tierra mientras se hace eco de los males de la ganadería intensiva y el riego por aspersores de las infinitas plantaciones de maíz. De paso nos describe con pelos y señales toda la gourmanderie de la zona en unas páginas modélicas por su logrado estilo goliárdico y el lector, entonces, piensa que comer de esa manera es un lujo que una economía sostenida no puede llevar a cabo. Por otro lado, entre tanta reivindicación ecológica por parte del etnólogo, de su novia y de sus amigos, no se privan de darle a Internet, de jugar al Tetris y demás artilugios inventados por esas siniestras empresas que dicen combatir. Por otro lado, y esas páginas de clara estirpe rabalesiana se cuentan entre las mejores del libro, Enard nos cuenta la historia de muchos de los personajes de la región remontándose a siglos atrás y donde aparecen gusanos, ácaros, chinches, jabalíes y humanos, también algún árbol, en una suerte de Gran Rueda de transmigraciones que nos remontan a la doctrina búdica, pero también a la de los druidas. Sólo el cuerpo muere pero el alma pervive siempre, eternamente, buscado acomodo en otros cuerpos, lo que nos parece muy bien porque dejamos a un lado la pregunta de la razón de que tanta transmigración se produzca a lo largo de los siglos pero donde parece que a nadie se le ha ocurrido salir de la región e irse a otro sitio… bueno, hay uno que harto de los jacobinos se larga al Québec.

Canciones tradicionales que han cantado gentes como Marie Laforet, Yves Montand, Nana Mouskouri o Édith Piaff, leyendas donde se juntan historias de trovadores y sarracenos… todo parece indicar que nos encontramos ante una versión francesa, muy sofisticada y de gran talento del Menosprecio de Corte y alabanza de aldea… no lo tengan tan claro.

 

 

 

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