-Cariño, nos enfrentamos a una situación difícil y única.

-¿Te refieres a nosotros dos?

-No, a los nuevos problemas que debe enfrentarse la humanidad, como la crisis climática.

-¡Ah!, precisamente estaba leyendo algo sobre ello. Escucha, a ver que te parece.

 

«Cualquier generación se imagina que los problemas a los que debe enfrentarse no tienen precedentes históricos, que son tremendamente nuevos, radicalmente distintos a todo cuanto hasta ahora ha estado amenazando a la humanidad. Este concepto tan ingenuo lo había catapultado el patetismo de la modernidad, y la idea del progreso le confirió luego una consistencia definitiva. Las catástrofes que ya hoy se anuncian certifican a nuestra fantasía que hemos llegado más lejos que nuestros antepasados. Jamás hubo una situación tan crítica como la actual. Nuestra fantasía insiste tozudamente en que somos unos privilegiados, aunque sea en la apocalíptica negación de cualquier futuro. Y cuando el río suena…

No puede negarse que hemos llegado a una gran perfección en todo cuanto se refiere al desarrollo de los medios necesarios para el suicidio colectivo. Será, por lo tanto, una grave irresponsabilidad relativizar nuestra situación actual aduciendo los estándares de destrucción anteriores. Claro que también en tiempos pasados hubo guerras que diezmaron continentes enteros: pensemos por ejemplo en la Guerra de los Treinta Años, de la que Europa central tardó dos siglos en recuperarse, o en la devastación de las Indias Occidentales, un genocidio que no dejó el menor rastro de los antiguos pobladores caribeños.

Pero tampoco las catástrofes ecológicas son tan recientes como a nosotros nos pudiera parecer. La novedad sólo está en que ahora las provocamos de forma sistemática y con métodos científicos. Pensemos por ejemplo en las plagas que según el Antiguo Testamento asolaron a Egipto -la sequía, las langostas, la erosión del terreno, las epidemias y las hambrunas-, y comprenderemos que el género humano siempre ha estado expuesto a gigantescas amenazas debido a su singularidad biológica y sus particulares conocimientos y desconocimientos. Pero gran parte de tales riesgos los provocó él mismo. Nadie ha escrito todavía una historia universal desde la perspectiva de la ecología, que evidentemente no podría separarse de una historia de los logros de la humanidad. Ya en los tiempos más remotos los pueblos se percataron de dicha interacción y, según sus conocimientos, tomaron las disposiciones imprescindibles para evitar que se repitieran las amenazas contra su entorno. En ese sentido, la idea ecológica no es nueva. La diferencia estriba en que antiguamente el intercambio con la naturaleza y la preocupación conservacionista del entorno no estaban regidos por teorías sistematizadas, sino que seguían unas reglas empíricas».

 

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Enzensberger, Hans Magnus

Fotografía: © Basso Cannarsa / Opale