FERNANDO CASTILLO

 

Al aludir a su
literatura, plena de modernidad y lejos de las solemnidades o acontecimientos
extraordinarios de los relatos anteriores al
realismo, Azorín se refería  en
frase tan conocida como indiscutiblemente propia, a los “primores de lo
vulgar”. Es un ingenioso manifiesto condensado de  su interés por lo cotidiano en el que
objetos, personas y paisajes forman un solo mundo en el que se confunde lo
relevante y lo irrelevante, como dice la directora y coreógrafa Louisa Merino
al referirse a su obra, The course of Memory estrenada en el Teatro
Español. Y es que en este último trabajo de Merino, que ahonda en la línea de
su obra anterior Mapping Journeys, dominan las historias personales,
lo introspectivo y, aun más, la  memoria,
es decir, el recuerdo de unos primores de lo vulgar que han permanecido vivos a
lo largo de una vida, lo cual desmiente ese carácter banal con que a veces se
manifiesta. En este “discurrir de la memoria” de Louisa Merino el marco
temporal es el pasado, el tiempo transcurrido donde se asientan los recuerdos
que constituyen los flecos de la biografía y la experiencia y donde la
literaria vulgaridad azoriniana, la introspección modianesca que combina
contexto y recuerdo o la irrelevancia a la que alude Merino, cobran sentido.
The Course of
Memory
es una obra que tiene un relato y un lenguaje propio que se expresa
por medio de una acertada e interesante combinación de géneros y lenguajes. Hay
en ella todo lo propio de las artes escénicas, pero también, y con un papel
esencial, hay vídeo, es decir, cine; hay pintura, entre otros de la propia
Louisa Merino, hay música –muy apropiada la banda sonora de Pierre Omer – y hay,
y mucha y casi con carácter de protagonista, fotografía, imágenes que apoyan la
narración y se hacen imprescindibles. Todo ello puesto en escena por la autora
con un discurso coherente  que llevan a
cabo unos voluntarios de una edad en la que el recuerdo es ya memoria, cuyo
trabajo circula entre la performance y la actuación de manera que los titubeos
y los errores se integran en la obra sin resolver si son intencionados o no,
acentuando el carácter documental que persigue el texto. Ciertamente, hay un
documentalismo innegable que como corresponde al género se apoya en la
realidad, pero diríamos que solo de manera aparente pues en algunas ocasiones
la narración adquiere un tono fantástico, casi irreal, que en un momento
transforma la obra en algo muy diferente del propósito testimonial para
llevarla a los dominios de la ficción.
El relato The
Course of Memory
se apoya en los recuerdos, en retazos de la vida de los
protagonistas que están enlazados de manera que se acaba construyendo una sola
biografía, que es tanto la de quienes describen lo sucedido como la de la
propia autora o la de los espectadores pues esa es la fuerza de lo cotidiano.
Obra muy coral en la que participan y cuentan sus recuerdos un gran número de
personajes, es imposible no reconocer entre lo descrito algún acontecimiento
propio, vivido o escuchado en algún momento. Hay una comunidad de vivencias, de
pasado compartido entre personajes de nacionalidades tan diferentes como la
suiza, española o cubana, lo que demuestra que la memoria es un espacio tan
universal y común como la propia existencia que va más allá de un contexto cultural,
al igual que la literatura y el arte.

 

Aunque el
documentalismo, la narración de una realidad personal apoyada en elementos que
van de objetos a imágenes, es la característica esencial de la obra de Louisa
Merino, a la que llama con acierto “paseo documental”, no se puede dejar aludir
al contenido poético, al lirismo que se desprende de la suma de relatos que
forman ese discurrir de la memoria que forman las historias personales, tan
banales como cotidianas, pero sobre todo reales. Como tampoco se puede olvidar
la presencia del humor que quita la transcendencia que pudiera acompañar a la
irrelevancia objetiva de muchos de los recuerdos o su banalidad , o las
referencias autobiográficas, ocultas aquí y allá en el discurrir de imágenes y
en la presencia de objetos que los voluntarios interpretan como propios, de
manera que recuerda a la literatura de Patrick Modiano, un maestro de eso que
se ha llamado autoficción.

 

Louisa Merino es creadora escénica y coreógrafa. Vivió en Ginebra durante algunos años donde se dedicó a la investigación coreográfica siendo apoyada por varias instituciones helvéticas. Actualmente vive y trabaja en Madrid. Sus últimos trabajos se centran en la cartografía de experiencias ajenas que reconstruye en escena o en el espacio público como site specific. Sus obras se han presentado en festivales internacionales de diferentes países.
El historiador Fernando Castillo (1953) ha comisariado exposiciones de pintura y fotografía y colabora en diversas revistas culturales. Entre otros libros ha publicado: Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad del 98 a la postguerra (Madrid, Polifemo, 2010); Madrid y el arte nuevo. Vanguardia y arquitectura 1925-1936 (La Libreria 2011); Tintín Hergé, una vida del siglo XX (Fórcola 2011); Noche y Niebla en el París ocupado. Traficantes, espías y mercado negro (Fórcola 2012); Un torneo interminable. La guerra en Castilla en el siglo XV (Sílex, 2014), París-Modiano. De la ocupación a Mayo del 68 (Fórcola, 2015) y Los  años de Madridgrado (Fórcola, 2016)