Ahora que van cayendo en el olvido hasta
los espías más famosos de la Guerra Fría, quizá algunos todavía recuerden el
primero de los escándalos sexuales que dieron fin a la carrera política del
jefe de gobierno conservador Harold MacMillan, un típico y estirado representante
de la clase alta británica, incapaz de creerse que los diplomáticos de Su
Graciosa Majestad pudieran llegar a algo tan bajo como ser espías, y mucho
menos traidores.
los espías más famosos de la Guerra Fría, quizá algunos todavía recuerden el
primero de los escándalos sexuales que dieron fin a la carrera política del
jefe de gobierno conservador Harold MacMillan, un típico y estirado representante
de la clase alta británica, incapaz de creerse que los diplomáticos de Su
Graciosa Majestad pudieran llegar a algo tan bajo como ser espías, y mucho
menos traidores.
John Vassall nació en 1924 y era hijo de
un clérigo anglicano. Su caso es un ejemplo clásico de lo que en el argot del
espionaje se conoce como “trampa de miel”. Vassall era homosexual (algo ilegal entonces en Gran Bretaña y la
URSS) y en 1955 el KGB lo chantajeó con fotografías antes de reclutarle como
espía, cuando trabajaba en la embajada
británica en Moscú como asistente del agregado naval.
un clérigo anglicano. Su caso es un ejemplo clásico de lo que en el argot del
espionaje se conoce como “trampa de miel”. Vassall era homosexual (algo ilegal entonces en Gran Bretaña y la
URSS) y en 1955 el KGB lo chantajeó con fotografías antes de reclutarle como
espía, cuando trabajaba en la embajada
británica en Moscú como asistente del agregado naval.
Tras regresar a Londres en 1956,
Vassall fue asignado al Departamento de Inteligencia Naval del Almirantazgo, y siguió
trabajando para la inteligencia soviética, que le pagó con largueza. Su pasión
eran las corbatas. Tenía casi doscientas y todas de seda. Por esos años Vassall
vivió a lo grande, muy por encima de su modesto sueldo, sin que el
contraespionaje británico (MI5) se diera por enterado. A cambio proporcionó a
los soviéticos miles de documentos altamente secretos sobre tecnología de
radares, comunicaciones, torpedos, sistemas de armas y dispositivos
antisubmarinos.
Vassall fue asignado al Departamento de Inteligencia Naval del Almirantazgo, y siguió
trabajando para la inteligencia soviética, que le pagó con largueza. Su pasión
eran las corbatas. Tenía casi doscientas y todas de seda. Por esos años Vassall
vivió a lo grande, muy por encima de su modesto sueldo, sin que el
contraespionaje británico (MI5) se diera por enterado. A cambio proporcionó a
los soviéticos miles de documentos altamente secretos sobre tecnología de
radares, comunicaciones, torpedos, sistemas de armas y dispositivos
antisubmarinos.
Como suele ocurrir, desertores y topos son
los mayores cazadores de espías, y no la contrainteligencia. En este caso se
trató de Anatoli Golitsin, un agente del KGB que en diciembre de 1961 trabajaba
en Finlandia y se pasó a la CIA norteamericana. Trasladado secretamente a
Estados Unidos, Golitsin fue sometido a extenuantes interrogatorios y delató a muchos
agentes soviéticos. El interrogado traidor
del KGB dejó caer también que había dos espías de alto rango en el Almirantazgo
y, atando cabos, la CIA llegó a la conclusión de que uno de
ellos era Vassall, aunque pasaron casi dos años antes de que el MI5 se lo
creyera.
los mayores cazadores de espías, y no la contrainteligencia. En este caso se
trató de Anatoli Golitsin, un agente del KGB que en diciembre de 1961 trabajaba
en Finlandia y se pasó a la CIA norteamericana. Trasladado secretamente a
Estados Unidos, Golitsin fue sometido a extenuantes interrogatorios y delató a muchos
agentes soviéticos. El interrogado traidor
del KGB dejó caer también que había dos espías de alto rango en el Almirantazgo
y, atando cabos, la CIA llegó a la conclusión de que uno de
ellos era Vassall, aunque pasaron casi dos años antes de que el MI5 se lo
creyera.
Finalmente, el rompecabezas encajó,
aunque no del todo. En septiembre de 1962, a Vassall lo detuvieron en su magnífico apartamento de
Londres y confesó de plano. Se le encontraron 140 documentos secretos, pero
insistió en que no había robado algunos de los documentos que Golitsin le
mencionó, lo cual permitía suponer que estos habían sido entregados por el otro espía
no identificado que seguía operando en el Almirantazgo, y que probablemente nunca fue
descubierto.
aunque no del todo. En septiembre de 1962, a Vassall lo detuvieron en su magnífico apartamento de
Londres y confesó de plano. Se le encontraron 140 documentos secretos, pero
insistió en que no había robado algunos de los documentos que Golitsin le
mencionó, lo cual permitía suponer que estos habían sido entregados por el otro espía
no identificado que seguía operando en el Almirantazgo, y que probablemente nunca fue
descubierto.
Vassall salió relativamente bien
librado. Fue condenado a 18 años de cárcel, pero 10 años después lo pusieron en
libertad condicional. A partir de ahí llevó una vida anodina. Cambió de
apellido, se instaló en Londres y trabajó de administrativo en la Asociación de
Registros y en un bufete de abogados. En el ínterin escribió una autobiografía,
publicada en 1975, en la que contó, más o menos, lo que ya se sabía.
librado. Fue condenado a 18 años de cárcel, pero 10 años después lo pusieron en
libertad condicional. A partir de ahí llevó una vida anodina. Cambió de
apellido, se instaló en Londres y trabajó de administrativo en la Asociación de
Registros y en un bufete de abogados. En el ínterin escribió una autobiografía,
publicada en 1975, en la que contó, más o menos, lo que ya se sabía.
El hijo del clérigo metido a espía
murió en noviembre de 1996 de un ataque al corazón en un autobús londinense,
pero no se informó de su fallecimiento hasta tres semanas después. Se había
vuelto muy religioso en los últimos años de su vida y más tarde se comprobó que
había compartido, en alguna ocasión, bloque
de apartamentos con vecinos y propietarios tan ilustres como el exprimer
ministro Harold Wilson, Christine Keeler, Charles De Gaulle o la princesa Ana.
murió en noviembre de 1996 de un ataque al corazón en un autobús londinense,
pero no se informó de su fallecimiento hasta tres semanas después. Se había
vuelto muy religioso en los últimos años de su vida y más tarde se comprobó que
había compartido, en alguna ocasión, bloque
de apartamentos con vecinos y propietarios tan ilustres como el exprimer
ministro Harold Wilson, Christine Keeler, Charles De Gaulle o la princesa Ana.
Una vez más, la realidad del mundo del
espionaje es capaz de ofrecer infinitas hipótesis a la fantasía, y el
resto, como diría aquel, es silencio.
espionaje es capaz de ofrecer infinitas hipótesis a la fantasía, y el
resto, como diría aquel, es silencio.
Fernando Martínez Laínez,
escritor y periodista de amplia trayectoria, fue uno de los iniciadores de la
novela negra en España. Ha escrito también, entre otros géneros, libros de
viajes, biografias, guiones de radio y televisión, de divulgación histórica y
de literatura juvenil.
escritor y periodista de amplia trayectoria, fue uno de los iniciadores de la
novela negra en España. Ha escrito también, entre otros géneros, libros de
viajes, biografias, guiones de radio y televisión, de divulgación histórica y
de literatura juvenil.