Foto de Elsa Medina
“Mi padre fue analfabeto los primeros veinte años de su vida», cuenta la escritora Fabiola Sánchez Palacios. «Era un serrano comerciante de ganado hasta que una víbora espantó a su caballo, fue tal el susto de la bestia que se irguió sobre sus patas traseras derribando al jinete. Las consecuencias fueron una renquera permanente y su paso por el Hospital General de México en los años cincuenta, dónde otro paciente le dio el mejor regalo de su vida, le enseñó a leer. A partir de entonces esa fue su actividad más gozosa y la quiso compartir conmigo, su única hija. Diariamente llegaba de tiendita y sin importar lo cansado que estuviera leía para mí. Lo disfrutaba tanto que impostaba la voz y hacía ademanes. Recuerdo que alguna vez me leyó esta parte del Génesis:
‘[…]e hizo Dios los dos grandes luceros: el lucero mayor para regir el día, el lucero menor para regir la noche, e hizo también las estrellas…Dios creó entonces los grandes monstruos marinos y todos los seres que viven en el agua según su especie, y todas las aves, según su especie. Y vio Dios que todo ello era bueno. Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó… ‘
«Lo que mi padre no supo fue que además del gusto por leer medio el deseo de ser Dios. por eso escribo».
¿Cómo definirías tu estilo?
Como novelista y cuentista.
¿Qué significa la literatura comprometida?
La de la tierra, la que habla de nuestra realidad.
¿Podrías contarme acerca de cómo se da tu proceso creativo?
Entre telefonazos, solicitudes y mucho trabajo que nada tiene que ver con la Literatura, pero de algo hay que comer. Entre todo lo que me rodea, pienso, pienso y pienso en mi historia, en mi personaje, en lo que le ocurre, en cómo debe haberse sentido y entre toda esa presión del exterior logro imaginar. Se escribe todo el tiempo, se imagina, se construye todo el tiempo.
¿Cómo y cuando nació tu interés por la literatura?
Desde niña, existe un albúm del kínder donde escribí un poema. Gané un concurso de cuento en primaria sobre un duende que tenía las gotas de la felicidad. Siempre fui y soy una aficionada de la Literatura pero cuando descubrí que la escritura me pertenecía fue más tarde. Fue cuando tuve que convertirme en una especie de Sherezada que debía entretener a su sultán (mi padre), para librarlo de la tristeza. He contado esta historia muchas veces, mi padre fue analfabeta los primeros 18 años de su vida, cuando era serrano y vivía en la soledad de la montaña sin más compañía que sus perros, tuvo un accidente, a su mula la espantó una serpiente, fue tal el susto de la bestia que del reparo tiró al jinete y mi padre perdió la movilidad de la cintura para abajo, lo trajeron al Hospital General de los años cincuenta y ahí lo retuvieron un año, hasta que él decidió escapar, sin embargo, logró volver a mover sus piernas pero quedó rengo. Pues fue en ese nosocomio donde la vida le dio el mejor de los regalos, un compañero de hospital que era médico lo vio observando un libro y notó que era analfabeta, así que lo enseñó a leer. El recordaba que aprendió en quince días, leer se convirtió en su pasión. De modo que cuando quedó ciego lo embargo la tristeza, “estar rengo no me importa pero rengo y ciego es demasiado” dijo. Entonces yo, su única hija, le propuse escribir la historia de sus días. Fue así como comenzó mi primera novela: Que baje Dios y diga que no es cierto.
¿Cuál es la técnica con la que más cómoda te sentís a la hora de escribir?
Escuchar la voz del personaje, si el personaje me dice sus primeras líneas todo lo demás es fácil, se va como hilo de media. Por supuesto tienes que investigar los detalles etc.
¿Qué experiencia te dejó la novela familiar?
Muy enriquecedora. Ha sido de las mejores cosas que me ha dado la vida. Cuando alguna prima me dijo: “Ahora entiendo a mi padre” pensé que todo mi trabajo había servido para algo. El deber del arte es conmover, cuestionar, reflexionar.
¿En qué estás trabajando ahora?
Terminé una tercera novela llamada Historia de una mujer sin nalgas. Y estoy trabajando tres cuentarios, el primero se llama Cuentos de hadas para burócratas aburridos, el segundo es una serie de cuentos cuyo tema es La Revolución Mexicana, anécdotas que no son conocidas y mujeres revolucionarias y el tercero tiene como tema la época de oro del cine nacional.
¿Cómo es tu estilo?
Yo creo que no tengo un estilo sino lo que generosamente consideran algunos lectores, un modo estético.
¿Tus grandes influencias?
Juan Ruiz de Alarcon, Amado Nervo, López Velarde, Sor Juana, Federico Gamboa, Juan José Arreola, Ibarguengoitia, Usigli, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo, José Revueltas, Agustín Yánez, Rulfo, Rosario Castellanos, el General Urquizo, Martín Luis Guzmán, Helena Garro, Inés Arredondo.
Latinoamericanos: Joao Guimaraes Rosa, Luisa María Bombal, Juan Carlos Onetti, Idea Villarino, Flisberto Hernández, Ernesto Sábato, Cortazar, Roa Bastos, Vargas Llosa.
Internacionales: Faulkner, Carpentier, Hemingway, García Márques, Cortazar, casi todo lo que lees te toca para bien o para mal.
Contemporaneos: Margo Glantz, Josefina Vincents, Enrique Serna, Jennifer Clement, Olga Tokarzuc (Polonia), Stvelana Alexievich (Bielorusia), Alice Munro (Canadá), Herta Muller (Alemania), Doris Lessing (Gran Bretaña), WislawaSzymborska (Polonia)
Fragmento inédito que nos comparte la autora de su próxima novela: Soñé que te perdía.

Foto de Gerardo Montiel Klint
Domingo 7 de enero de 1994
No los adorarás ni los servirás; porque yo, el señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen.
Éxodo: 20:5
— ¿No será porque me violaron de niño que no siento cuando necesito ir al baño? —preguntó mi padre en voz alta y yo sentí que me pedía contener el mar en un abrazo. Lo natural hubiera sido llorar juntos, consolarlo, dejar que nos desbordara el dolor de lo que no tiene remedio, pero jamás me permitiría menospreciarlo con la debilidad de mi compasión y que ocupara el lugar de la víctima. Para mí, él era el rey más generoso de la tierra, un héroe, Zeus que había bajado al mundo para enfrentar a Cronos, pero, sobre todo, un sobreviviente, un árbol. Se parecía a los nardos cuyo aroma exquisito acompaña a los muertos.
—No, Pá, es tu médula espinal que está apretada por las vértebras de tu cadera, son tantos años de renquera. Estoy segura de que con la operación vas a poder mover mejor tus piernas y con suerte dejarás el bastón. Pero por favor, en tanto te operan, usa el pañal, para que no te ocurran accidentes. No le des más trabajo a mi ma —respondí con insistencia como si no me sintiera sepultada bajo toneladas de escombros.
Sonrió y tomó entre sus manos las maltratadas manos de mi madre para apretarlas y besarlas con agradecimiento. Supe entonces que ella lo sabía.
Me despedí como cada domingo con un beso en la mejilla y la misma prisa de siempre. Di dinero a mi madre para lo que alcanzara. Todo eso, acompañado de una conversación insulsa como ruido de fondo y una que otra palabra cariñosa. Tomé un taxi cargada con comida que mi madre puso en una bolsa de mandado.
En el camino a mi casa repasé muchas veces su pregunta, como si repetirla pudiera hacerme comprender en algo lo que dijo. Lo escuché tantas veces en mi cabeza que terminé por hacerme una pregunta estúpida: ¿Por qué no estuve ahí? Como si hubiera alguna posibilidad de traspasar el tiempo y colocarse en el lugar deseado.
El taxista tuvo que decirme: “Señorita, ya llegamos”, para que yo entendiera que tenía que pagar y bajar de su auto.
Cuando entré al departamento dejé la bolsa de comida en el piso del pasillo. Me senté en la sala, miré los preciosos acabados de las paredes y entre sollozos, pregunté: ¿En dónde estaba Dios ese día? Como si no supiera que Dios está con los malos cuando son más fuertes que los buenos. ¿Qué sabía yo de mi padre? Casi nada. Pero las mayores desgracias son las que más nos sirven; por eso decidí escribir su historia.
Fabiola Sánchez Palacios (Ciudad de México, 1966), estudió en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM)y en la Escuela General de Escritores de México (SOGEM). Formó parte de la primera generación que obtuvo el diplomado en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Ha tenido grandes maestros en diversos talleres literarios como Sandro Cohen, Rosa Nissan, Daniel Sada, Eduardo Antonio Parra, Edson Lechuga y Ana García Bergua, entre otros. Tiene en su haber: Que baje Dios y diga que no es cierto, un relato fundacional ubicado en la mixteca poblana de principios del siglo XX que nos recuerda que no hay familia que no se haya construido a partir de grandes tragedias. Finalista en el certamen DEMAC 2011 y publicada en esa editorial. Su segunda novela se titula El reposo de la sombra, finalista del certamen Laura Méndez de Cuenca y publicada por Editorial Resistencia.
https://editorialresistencia.com.mx/el-reposo-de-la-sombra/