La escena podía haber ocurrido en la Chicago
de Al Capone, pero sucedió en el Berlín de la República de Weimar. Desde un
mercedes de color negro que corría a toda velocidad por las afueras de la
ciudad una mañana de junio de 1924, dos hombres disparan contra el vehículo que
acaban de adelantar y le lanzan una granada. Un hombre malherido se baja del
coche atacado e intenta huir, pero es rematado por sus asesinos en el suelo.
Poco después, el mundo se entera del
asesinato del ministro de Asuntos Exteriores alemán, Walther Rathenau, el autor
del tratado paz con Rusia. Los autores pertenecen a una organización secreta
nacionalista denominada Cónsul, una especia de Al Qaeda de aquellos tiempos,
que demuestra con sus múltiples atentados terroristas el malestar y la rabia
que agita a la juventud alemana en años posteriores a la Primera Guerra Mundial.
La policía llegará a ofrecer cuatro millones
de marcos a quien facilite la detención de los autores. Localizados en un
castillo, uno se suicida y el otro resulta muerto por la policía. Pronto son
detenidos también los cómplices. Entre ellos un joven de 19 años que había
cooperado con los asesinos comprando el vehículo empleado en el atentado.
Identificado como Ernst von Salomon, es hijo de un magistrado. Antiguo cadete
de una escuela militar ha combatido como voluntario en los cuerpos francos de
la Alta Silesia. Durante el juicio, von Salomon, como el resto de los
procesados, se comporta de forma arrogante. Incluso interpela a uno de los
jueces que lee el periódico en lugar de atender a los interrogatorios de los
procesados.
El tribunal le condena a cinco años de
cárcel de los que cumplirá tres en la penitenciaría de Kiel. Amnistiado en
1928, en la cárcel escribirá Los
Proscritos
, en el que cuenta sus vicisitudes entre los cuerpos francos y
los grupúsculos nacionalistas alemanes de la posguerra. El libro, traducido a
casi todos los idiomas europeos, obtuvo un gran éxito.
Walther Rathenau
En aquellos años, Hitler estaba comenzando
el asalto al poder y lo más lógico es que von Salomón se hubiese visto atraído
por el nazismo teniendo en cuenta que podía haberse hecho pasar por un
precursor del movimiento. (Rathenau era de origen judío). Además, los años de
cárcel le ayudaban a convertirse en un mártir del movimiento, pero no quiso
saber nada con los que iban a la caza de hebreos en los barrios bajos para
dibujarles la estrella de David en la espalda y saquear sus tiendas. Incluso se
casó con una mujer de origen judío. Sin embargo, en su rechazo del nacional
socialismo, y en esto se asemeja a Ernest Jünger, von Salomon se sentía
vinculado ideológicamente con la constelación de  grupos que formaban parte lo que luego se ha denominado la
«revolución conservadora», y que eran contrarios al populismo nazi y
partidarios de la tradición prusiana del Estado. Como movimiento elitista e
intelectual, la «revolución conservadora» tuvo una influencia más
ideológica que política.
Además, debido a las lecturas de los libros
de Rathenau en la cárcel, von Salomón se dio cuenta que su asesinato había sido
un tremendo error político. En el fondo, Rathenau podía haber sido otro
ideológo más de la revolución conservadora alemana, en la línea de Thomas Mann
o Keyserling, pues este empresario y escritor defendía la necesidad de una Alemania
fuerte, atacaba al sionismo y criticaba el parlamentarismo.
En cambio, para la gran mayoría de los
nacionalistas alemanes, Rathenau era el símbolo de la derrota y además odiaban
que defendiese la necesidad de pagar las reparaciones de guerra firmadas en el
Tratado de Versalles por Alemania. Rico y culto, Rathenau estaba muy
influenciado por las ideas de Bergson y Nietzsche, y defendía una
espiritualidad contraria al hombre masificado y esclavo de la técnica, muy en la
línea de cierto pensamiento de la época. Por ello, ideológicamente, era una
pura contradicción ya que se sentía influenciado tanto por el capitalismo como
por el comunismo. Socialdemócrata, creía en una racionalidad basada en la
economía y era contrario a todo nacionalismo.
Veinte años después y tras la segunda guerra
mundial, von Salomon publicó su novela titulada El cuestionario que también tuvo un gran éxito. El título original
procede del formulario que las autoridades de ocupación americana impusieron
para que contestasen los alemanes afiliados al Partido Nazi. Se trataba de 125
preguntas detalladas para conocer el pasado de los investigados y descubrir
posibles responsabilidades con el nazismo. El no contestarlas significaba la
imposibilidad de tener cartilla de racionamiento ni permiso de trabajo.
Ernst von Salomon
La ironía y el talento literario de von
Salomón vio enseguida el partido que se podía sacar de un semejante monumento a
la pedantería y pensó aprovechar las preguntas del cuestionario para contar su
vida.
En esta narración, dedica muchas páginas al
tiempo transcurrido en la cárcel de Kiel, cuando llegó también a leer los
libros de Rathenau y entendió que el hombre que él había ayudado a matar era
bien distinto de lo que pensó en un primer momento, pues también había sido
otro apasionado creyente en la gran Alemania sólo que con mayor seriedad y
firmeza que sus antiguos camaradas. En definitiva, que la terrible aventura de
sus 19 años era el resultado del vacío de su adolescencia. No hay duda que en Alemania
no ha habido nadie que haya admirado mas a Rathenau que el joven recluso
condenado por complicidad en su asesinato y que lentamente, en el fondo de su
celda, comprendió la enorme complejidad de la vida y el error fatal de querer
erigirse en juez. Y fue ciertamente la lectura de los libros de Rathenau que le
enseñaron a Von Salomon a tener una cierta compasión por su  juventud perdida y la sus compañeros
que se habían creído capaces de poder recuperar, en la Alemania de la
devaluación, el antiguo imperio.
En los distintos episodios de El cuestionario, aparentemente sin
relación entre sí porque están contados según las preguntas del famoso documento,
von Salomon ofrece su fuerza como escritor en una mayor medida que en Los Proscritos. Von Salomón cuenta sólo
lo que ha visto y le ha sucedido personalmente, y el grande viaje a través del
nazismo se refleja muy bien a través de un fragmentarismo muy expresivo. Las
páginas, por ejemplo, dedicadas a la resistencia de los alemanes en el pueblo
de Chiemsee, en Baviera, donde von Salomon se había refugiado en 1944 son
estupendas; la fusión entre lo heroico y lo grotesco es perfecto y resulta
difícil encontrar en la literatura moderna una símil con la capacidad de
resumir en la pequeña peripecia individual la extrema convulsión alemana.
De von Salomón nos queda siempre la gran
pregunta, aquella de por qué un adversario del régimen nazi no hizo nunca nada
para evitar la grande catástrofe o por abreviar la agonía. Él nos da la
respuesta en una página en la que cuenta de un antiguo camarada de los grupos
nacionalistas de los años veinte que intentó atentar contra Hitler. Descubierto,
fue detenido por la Gestapo, torturado y ahorcado. Von Salomon reconoce que le
faltó valor para emularlo.
Edvard Munch. Walter Rathenau, 1907 
En 1945 los americanos detuvieron a von
Salomon acusado de colaborar con el Werwolf, la guerrilla nazi que hostigaba al
ocupante, lo que no era cierto. Encerrado en un campo de concentración, sufrió
la habitual tanda de malos tratos que los aliados reservaron a los alemanes
prisioneros para «reeducarlos».
En el campo en que fue encerrado había todo
tipo de nazis, desde el importante y que se encontraba a la espera de
comparecer en el juicio de Nuremberg hasta el pequeño dirigente de partido, así
como el que estaba implicado en la solución final y el que nada supo ni hizo;
el ex combatiente del frente de este en las Waffen SS y el vigilante ss de los
campos de la muerte, o los profesores de universidad, culpables de haber
dictado alguna conferencia o escrito algú prólogo en algún libro nazi. La
mayoría lloraba su suerte, mentía y decía no saber nada del holocausto, o apelaba
a la ley de la obediencia debida, aunque también había hombres que hicieron frente
a su destino, nazis que tenían las manos libres de sangre pero que entendían que
debían pagar por los horribles crímenes cometidos por sus correligionarios aunque
ellos no supieran nada, como el antiguo representante diplomático del Reich en
Eslovaquia que se empeñó en ser entregado a los checos porque alguien debía
responder de lo que había hecho Alemania para hacer frente a sus
responsabilidades y será ajusticiado.
De este modo von Salomón se reencuentra con
la fría tranquilidad de su padre, funcionario de la vieja Prusia entendida y
amada como un referente moral del siglo XIX. «Soy un alemán sin Alemania
-escribe von Salomon-, un prusiano sin Prusia, un monárquico sin rey, un
socialista sin socialismo, y también sería un demócrata si tuviese una
democracia. La guerra, la revolución, el combate de las ideas, todo me lo he
bebido como el alcohol». Y es en esta catarsis que el admirador de Rathenau
busca en su vida una posible salida con su canto de amor a la vieja Prusia. Sin
embargo, en nuestra opinión, no lo consigue porque el drama de von Salomon es el
haber protagonizado antes de tiempo y desde el mismo epicentro las terribles historias
de un siglo sanguinario.