Las misceláneas generan amor y odio en partes iguales. Son recibidas con la alegría propia del libro que es dado a luz y a la vez, provocan la incomodidad del pensamiento seccionado. Y en esa experiencia del riesgo que incluye abstraerse en los instantes inconexos, el libro busca hacerse justicia, sin guías definitivas más allá del índice y sin otra referencia contextual más allá del título y el autor.

Flores al glosario – Ensayos libérrimos, cuentoides y anotaciones de margen (Editorial Sophie, 2020), el reciente libro del escritor argentino Lucas Damián Cortiana, no se rehúsa a dialogar consigo mismo, construye y se conduce por puentes consustanciales de aquellas cuestiones con las que el autor reconoce su empatía: el origen del pensamiento literario y poético, las ficciones borgeanas, la obligatoriedad autoimpuesta del método y la forma sobre el qué. Así, se revelan los quid de su mundo con sus luces y sombras profundas, y más importante aún, emerge la identidad de entre las abisales páginas, el acento personal, como la cédula que se extrae del bolsillo para presentarse, pero aquí, por los renglones satisfechos de palabras.

El oficio no es otra cosa que legitimar los fantasmas e inmodestamente confiar en el oportunismo de atraparlos a medianoche para transcribirlos, acaso, para traducirlos. Los sueños, los miedos, las lecturas, la colección de libros al servicio de ese animal grande que es la escritura, tanto más criatura que animal, tanto más metafísico que físico, acto pretendidamente tangible pero propiedad del pensamiento. Por eso el autor asegura, desde el título y su tapa, que es posible cultivar flores en el pensamiento, no es que uno deambule por allí en balde, tal expresa en el prólogo (y parafrasea a Barthes) “hay un imaginario hecho de imágenes que se detiene en el umbral de la vida productiva”, ese imaginario es el jardín que cerca del anochecer del ser humano tiende a desaparecer. La escritura es esa religión que mantiene la vitalidad extracorpórea para posteridad.

No pasan inadvertido entre los textos que conforman Flores al glosario… (una cohorte que incluye análisis literario de lo más variopinto desde Rosencof hasta Ramón del Valle-Inclán pasando por marginalias de obras de Osvaldo Soriano, Bertrand Russell o Leopoldo Marechal; así como los trabajos que denomina “cuentoides”, especies de protocuentos o cuentos no declarados; o semblanzas y crónicas apócrifas; o ensayos breves sobre la poesía en clave de prosa poética), la determinación por hacerlos susceptibles a la transformación del lector, invitándolos a reponer lo no dicho, permanecer y pertenecer al universo desde las piezas faltantes (un ejemplo son los cuentos “Ónimo” y “La bullaranga de los monos”); aunque también pone especial énfasis en la única manera de ejercer la prosa sin culpa de poeta, dejando flotar la belleza de la palabra musical y romántica como en las descripciones sensibles de su ciudad en cuarentena.

 

 

A continuación, un fragmento del breve ensayo “El error es la poesía y no el acierto”:

 

«El error es la poesía y no el acierto. Empieza en el segundo verso, hasta allí es de fiarse, pero luego se tropieza con una palabra y empieza a crecer detrás de un velo gris; no es imaginación, mucho menos sueño, es la palabra nueva aparecida en el texto, que domina, como la pieza central de un rompecabezas incompleto. Pero es la palabra que no pertenece, que tuerce el rumbo, ya se ha metido, entonces el poema, tras esa interferencia, se abre a la ocurrencia, al acto de ocurrir. Parafraseando a García Lorca, son esas dos palabras que se juntan para conformar un misterio, insospechadamente. ¿Es siempre el error? ¿Cómo discernir la aparición del error? ¿No es, en primera instancia, invisible? En ocasiones se atiende por reflejo a ese error, el poeta intuye un cierto horror, una dislocada noción inentendible y acata; en otras, se lo acoge en el texto, con una suerte de impotencia, porque la palabra es más fuerte y no retrocede. Es posible, en este punto, recordar a Gorostiza: “la poesía, al penetrar en la palabra, la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de significación.” Es decir, la palabra que es cómplice del texto y que precede al texto, (aquí se podría abrir un apartado con motivo de que “la poesía se escribe cuando ella quiere”, según José Hierro) propone un nudo que no necesita des(a)nudarse, cuya explicación es innecesaria y hasta podría amenazar al texto con demasiada luz y certidumbre. El error, ese misterio inmanente, que, paradójicamente, puede no ser adquirido, juego como de dislate, es la presencia fuerte de la poesía que no se abandona al tedio.”

 

* Lucas Damián Cortiana (Chivilcoy, 28 agosto 1983), es escritor, viajero, maratonista e historiador y estadígrafo de fútbol en CIHF.