El festival anual de fotografía PhotoEspaña que, como la violetera del cuplé de Raquel Meller que regresaba por primavera, ha vuelto a las salas de Madrid.
Y lo ha hecho en este 2016 con el título genérico de “Europas”, en un intento de centrar la mirada con que cerca de 300 fotógrafos se han aproximado al continente ahora y en el pasado anterior al Muro de Berlín, una atención que no viene nada mal en estos momentos de Brexit, desorientación y crisis de la identidad europea. A lo largo de casi un centenar de exposiciones entre la sección oficial y el llamado “Festival Off” –¿por que no “Sección de invitados”? En Francia o en Portugal, este afectado anglicismo estaría mal visto–, la organización ofrece una sección oficial entre las que, con el mas subjetivo de los criterios y las limitaciones del tiempo, hemos destacado unas etapas, unas preferencias, en el largo itinerario propuesto, que incluso va más allá de Madrid –por cierto, a destacar la exposición de Carlos Saura en Segovia– y de España.
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BERNARD PLOSSU. La hora inmóvil. |
Pero destacando lo que nos ha interesado y nos ha conmovido entre las exposiciones vistas de esta excelente PhotoEspaña2016 que, insistimos, no han sido todas, destacaríamos en primer lugar la más oficial de todas ellas pero también una de las más interesantes. Se trata de la “La hora inmóvil”, de Bernard Plossu, comisariada por Ricardo Vázquez, que recoge cerca de cien fotografías del artista francés en las que recorre la orilla exclusivamente europea del Mediterráneo, de España a Grecia, pasando por Italia y Francia. Exposición presentada en el Jardín Botánico que se inscribe en una clave metafísica, de espacios y silencios, de tiempo suspendido, de presencia de la poesía de lo cotidiano propia del fotógrafo, los famosos instantes de nada que llamaba Juan Manuel Bonet. Así lo proclama el magnifico libro-catalogo que ha escrito para la ocasión este ensayista, poeta y crítico de arte, quizás el mejor conocedor y propagador de la obra de Bernard Plossu, titulado también La hora inmóvil, una metafísica del Mediterráneo, obra de edición primorosa por parte de La Fábrica. Es esta una exposición que, por su magnitud y su interés, le dedicaremos un texto más detallado solo fuera para insistir en como la poética de una mirada se manifiesta domesticando a la técnica –Plossu ha realizado fotografías con cámaras infantiles, conscientes de que lo importante era el momento y la mirada, usando solo un objetivo de 50 mm, el de la mirada humana — y esquivando el artificio del laboratorio o del ordenador.
Plossu recorre las riberas de su personal Mediterraneo como ha hecho antes en México, en Francia, en Almería o en los Estados Unidos, mostrando que es un fotógrafo viajero en quien lo exótico es un estorbo. Así, no es de extrañar que la elegancia de la metafísica, tan próxima a la poética de la nada, sea una de las características del trabajo del fotógrafo. No es “La hora inmóvil” una exposición para destacar una imagen, que entre un centenar las hay destacables, sino para dejarse llevar por el itinerario propuesto recorriendo la orilla europea del lago mediterráneo.
Gracias a las fotografías de Bernard Plossu se aprecia como pocas veces la unidad que mantiene uno de los espacios de mayor carga histórica del mundo, pues es difícil saber de donde proceden esas arquitecturas blancas, esos pedregales, esas calles, algunas chimeneas y barcos o aquellos acantilados y paisajes. Una homogeneidad que es antes que nada identificación y proximidad entre lo fotografiado y el fotógrafo que vive en La Ciotat y un gran número de obras entre las que, inevitable hay desigualdades, pero en las que el tono medio es el siempre extraordinario. De todas formas, y como no hay cánones sino preferencias, es inevitable citar algunas entre las magnificas y quizás más metafísicas expuestas, como la solitaria carretera ateniense, verdaderamente desoladora, la fabrica en escorzo–pared y chimenea– de la isla de Favignana, el tramo de camino almeriense, la fabrica retratada desde la ventanilla del tren, casi milagrosa, en la que el vagón y la construcción se complementan, la entrada del garaje en Elche, la preciosa stazione de Ventimiglia, la casa prefabricada de Nijar… Una selección incompleta de una exposición recomendable para comprobar como la nada es mucho. A veces, todo.
Como sucedió el año pasado con la exposición dedicada a Tina Modotti, la Fundación Loewe ahora mira de nuevo, en la seguridad de acertar, a los años dorados de la fotografía documental y de vanguardia de los años veinte y treinta, los años de la Nueva Vision y la Nueva Objetividad, de la fotografía documental y el fotoperiodismo. En el sótano de su ya clásica y familiar sede granviaria, cuya fachada ha pintado Damián Flores y visitó, entre otros ilustres, el Che Guevara, está colgada la exposición “Lucia Moholy, cien años después”, comisariada por María Millán, dedicada a la mujer del artista poliédrico y esencia de La Bauháus, Laszlo Moholy-Nagy y una más de las llamadas “fotógrafas de Weimar” por méritos propios. Lucia Moholy, nacida Schulz en Praga en 1894, en 1921 se casa con Moholy-Nagy y aunque se separan en 1929, tras vivir esos años en La Bauháus donde se convirtió en la fotógrafa oficial de la institución y de lo que sucedía en ese centro de arte y enseñanza esencial para el arte contemporáneo. Años clave, tanto que la llevaron a cambiar su apellido para siempre. Lucia Moholy, compartía con su marido, la consideración de la fotografía como el lenguaje propio de la modernidad y del nuevo siglo, dotada de una doble vertiente documental y artística.
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LUCIA MOHOLY. Walter Gropius |
En sus años bauhasianos, Lucia Moholy documentó los edificios de la institución –precisamente, es suya y está colgada en la Fundación Loewe la vista canónica del edificio en la sede de Dessau en 1926, en el que campea su nombre–, sus realizaciones –la foto de los muebles Brauer es un bodegón delicadísimo, un modelo de realismo mágico– , sus instalaciones –como los despachos y habitaciones de Kandinsky– y sus miembros, retratando a muchos de ellos. Importante labor documental sin duda, pero también un enlace con otro de los géneros que constituyen su trabajo: el retrato. Este género, el más destacable dentro de los fotógrafos de la Nueva Visión, es también uno de los más practicados por Lucia Moholy, como demuestran los muchos incluidos en la exposición. A destacar los muy rodchenkianos de Franz Roh, Lily Hildebrandt y Florence Henri, todos teóricos y artistas de La Bauhaus, todos plena Nueva Visión, así como los dedicados a sus amigos los Gropius, Walter e Ilsa. Estos trabajos incluyen a Lucia Moholy en el grupo de Ilse Bing, Gret Stern, Germaine Krull o Gertrude Fehr, algunas de las fotógrafas alemanas que con su cámara afirmaron su condición profesional y femenina.
Ingratitud sería no resaltar la generosa inversión realizada por la Fundación Loewe en el catalogo, elegante a fuer de discreto y bien diseñado, que recoge la exposición de Lucia Moholy con texto de la comisaria, y que regalan a los visitantes interesados. Un detalle lamentablemente cada vez más excepcional, especialmente en el mundo de las exposiciones de fotografía, incluidas las realizadas en instituciones. Enhorabuena a la Fundación Loewe.
Diferente es la exposición colectiva que tiene como motivo y centro a Inge Morath y su trabajo dedicado al Danubio de su infancia en la Fundación Telefónica, “Tras los pasos de Inge Morath. Miradas sobre el Danubio”, comisariada por Celina Lunsford. Anticipándose a Claudio Magris con la cámara, la fotógrafa austro americana –la primera fotógrafa de la mítica Agencia Magnum, mujer del escritor Arhur Miller, prestigiosa retratista y viajera por la España de los cincuenta– Morath recorrió el río de su infancia en varias ocasiones entre 1958 y 1994, aunque nunca pudo completar el itinerario desde Donaueschingen hasta el delta en el Mar Negro rumano. El resultado de estas aproximaciones ha sido una serie de reportajes parciales en los que recogió la vida alrededor del Danubio en algunos de sus tramos alemanes, austriacos y rumanos, quedando fuera otros países de más allá del Telón de Acero por obvias razones políticas.
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INGE MORATH. Cerca del Danubio |
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JUANA VIARNÉS. Salvador Dalí |
Prosiguiendo por esta geografía de preferencias por las exposiciones de PhotoEspaña 2016, le toca el turno a la muestra abierta en el Centro Cultural de la Villa, titulada “Juana Biarnés. A contracorriente”, dedicada a la fotógrafa de Tarrasa y reportera del diario “Pueblo” cuya actividad profesional se desarrolló en un medio tan adverso para una fotigrafa profesional como era el de la prensa del franquismo. Juana Biarnés se encintró con todas las dificultades posibles en la época a la hora de realizar su trabajo, y eso que su mirada acerca de la realidad de la España de los años sesenta distaba de ser cruda, pues en esos días nadie y quizás menos una mujer, podía hacer el trabajo realizado por Robert Frank o la propia Inge Morath en España, aunque Carlos Saura, Xavier Miserachs o Joan Colom, por citar algunos, se acercaron a lo más oscuro. Es esta una exposición casi de un solo género, como tantas otras, pues en ella predominan los retratos, en este caso de famosos de los años sesenta y setenta. Biarnés fue también la fotógrafa de los Beatles con ocasión de su viaje hispano, lo que le llevó a la fama y a los famosos, encasillándola como retratista de este grupo de celebridades locales.
Sus fotografías, más espontaneas que las realizadas hasta entonces, son una buena muestra del fotoperiodismo moderno, algo francés, que practicaba Biarnés. En ellas recoge a cantantes, artistas y modelos de los años sesenta, de los que estuvo muy cerca. Sin embargo, más que estos reportajes de famosos, la mayoría para el diario “Pueblo” y agencias, interesan las fotos que recogen el Madrid de los años sesenta, el ambiente de la juventud de la época, al menos de esa clase media cada vez más presente. Probablemente, estas fotografías gustaban menos que ahora pues revelaban una realidad que se prefería ignorar, aunque distase de resaltar amenazadora. Y es que los jóvenes que retrata Juana Biarnés en la tienda de discos Algueró, seis chicos y tres chicas, en plena comunión de los santos mientras bailan al son del recién llegado de Londres “A hard day’s night”, o los pocos seguidores que bajo la vigilancia severa de la policía armada al mando de un adusto teniente, reciben heroicamente a Los Bravos en Barajas, distan de parecerse en cantidad y motivación a los más cosmopolitas jóvenes rockeros y ye-yes de Francia o Inglaterra.
Muy reveladora también de lo lejos que estaba Madrid de París o de Roma es la fotografía de 1964 titulada “Ambiente joven en la calle de Serrano”, en la que recoge a unos cuantos chicos encorbatados tomando un gin-fizz, cocktail de moda en la época.
Señalar también una de las fotografías más atrevidas, realizada en 1965, la muestra a la actriz argentina Rosana Yanni en una calle de Madrid tomadas por los hombres en la que aparece como la bella entre las bestias a modo de provocación, aunque lo es menos, pues esta resulta casi hiriente, que aquella otra imagen que muestra en atroz contraste a una bella modelo con maxi abrigo en un embarrado suburbio madrileño de chabolas salido de Tiempo de silencio.
Para finalizar, aludir a tres trabajos más como la foto del obrero en 1967 que, pala en mano y con pierna de palo, trabaja en una calle madrileña, una escena que nos lleva a pensar en las bondades del Estado de bienestar, como la del barrio chino de Barcelona, muy en la linea del citado Joan Colom, o como la foto mallorquina de 1966 en la que aparece un Biscuter con cinco pasajeros,. Estas fotos dicen mucho de las capacidades de Juana Biarnés, pionera y desencantada, de quien nos gustaría saber más de ese archivo que seguro guarda imágenes más anónimas pero más interesantes, como las que hemos señalado.
La siguiente etapa de este itinerario fotográfico y europeo es la exposición dedicada por la Fundación Canal a la descubierta Vivian Maier, fotógrafa de moda a la que no le faltan razones para serlo. Un prestigio póstumo el que ha recibido esta verdadera fotógrafa secreta, que al tiempo que desempeñaba un tedioso trabajo de niñera del que vivía, supo mantener constante una inquietud y llevar a cabo una poética fotográfica que le ha convertido en una de las mas destacadas fotógrafas de calle, una especialidad que en los Estados Unidos ha dado ejemplos de la talla de Walker Evans, Dianne Arbus Lisette Model, Lee Friedlander, Helen Levitt o Margaret Bourke-White. Las calles de Nueva York y sobre todo las de Chicago, son el escenario de la cotidianidad que recoge Maier y en las que con frecuencia aparecen los niños que cuidaba. Una combinación de documentalismo e instante decisivo a lo H C-B y sin teatralidad, es lo que propone la fotógrafa al mirar por el objetivo y aprovechar todo lo que se le ofrecía, incluido el juego de espejos que permiten los escaparates.
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VIVIAN MAIER. Autoretrato |
asilo de indigentes en 2009 con ochenta y tres años. Maier, culta, pobre, hija de emigrantes y de vida en apariencia desdichada, es un verdadero enigma que se acentúa con sus autorretratos en los que aparece a una mujer decidida, que elegante y distante, que dista de tener la imagen de una cuidadora al uso. Todo esto aparece tras haber sido rescatados algunas de las cajas en las que guardaba sus 120. 000 negativos en un rastrillo de Chicago.
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MIROSLAV TICHY. Sin título |