Fotografía de Jean Pierre Laffont
Supongamos que, en mi familia, respecto el conflicto de Ucrania hay diversas posiciones. Yo soy prorruso y mi madre, que está favor de los ucranianos, lo desaprueba. Ella cree que está mal que defienda a unos agresores y a un régimen que ha causado una guerra, aunque dice respetar mis opiniones. Lo que su actitud desvela es la dualidad que se produce en toda tolerancia, y que el filósofo británico Bernard Williams (1929-2003) puso en evidencia.
Para Williams tolerar es estar en conflicto. La tolerancia implica soportar algo que uno preferiría que no fuera así. Esto no tiene por qué implicar una desaprobación moral: tal vez simplemente no soportas el tipo de música que le gusta a un amigo tuyo. Pero la cosa cambia cuando lo que sientes es una desaprobación moral ya que si piensas que algo está mal mejor intentar que no suceda.
Por eso, cuando pedimos a una persona que consienta un comportamiento que juzgamos malo, tendremos que renunciar a nuestro deseo de no escuchar lo que no deseamos, aunque cumpliremos con nuestras creencias a favor de la tolerancia.
Entonces vemos que la tolerancia es un asunto complejo. Si eres tolerante respecto a otro tienes que mantener la creencia de que lo que hace el otro no está bien o piensa de una manera incorrecta, lo que implica evitar a ese otro aunque, al ser tolerante, tienes que transigir con tu deseo de evitarlo e incluso dejar que diga lo que quiera y que las cosas ocurran como sea.
Para Williams, la tolerancia es un logro impresionante y difícil de mantener, ya que tienes que mantener activamente tus creencias morales al mismo tiempo que te resistes activamente a actuar sobre ellas. Si dejas de preocuparte, ya no serías tolerante, simplemente indiferente.

Bernard Williams. Foto de Neil Turner
La tolerancia, para críticos radicales, es lo que podría llamarse un valor del statu quo. Aquellos que desean un cambio social generalizado desconfían, como es lógico, de los llamamientos a la moderación y de los planteamientos de no hacer concesiones al conflicto. Pero la tolerancia no tiene por qué apuntar siempre en una dirección conservadora. Después de todo, si se puede pedir a los prorrusos que toleren las opiniones de los proucranianos, también se puede pedir a estos últimos que tolren las opiniones de los prorrusos.
¿Por qué un padre puede tolerar una opinión de su hijo aunque la considere mala? Una respuesta habitual es que creen que es su hijo quien debe decidir qué es bueno o malo. El padre se debate entre la valoración de la libertad de su hijo para decidir y su objeción moral a lo que su hijo decide hacer con esta libertad. Me encuentro en el mismo estado de ambivalencia cuando valoro su libertad de expresión cuando pienso que lo que está diciendo es moralmente incorrecto». Como observa Williams: «La creencia en la tolerancia como valor, por tanto, no implica necesariamente una contradicción, sino más bien un conflicto de bienes». El padre tolerante es moralmente conflictivo pero no necesariamente incoherente.
La tolerancia como virtud coquetea con la paradoja al sugerir que hay algo positivamente bueno en permitir que algo malo continúe. Para Williams este aire de paradoja desaparece al introducir el valor de la autonomía, es decir, al valorar la capacidad de las personas para tomar libremente sus propias decisiones y vivir en consecuencia. La ambivalencia que experimenta el tolerante implica un conflicto entre valorar la libertad y rechazar el contenido moral de lo que se hace con esa libertad. Podríamos resumirlo en una frase conocida: eres libre de elegir, pero me gustaría que no hubieras elegido eso.
Pero también uno puede sentirse ambivalente frente a un tolerante. Supongamos que reservo una habitación de hotel en uno de los muchos países donde ser gay sigue siendo un delito. Digamos que me entero, a través de un amable miembro del personal, de que el propietario tolera mi homosexualidad. Es comprensible que me sienta un poco molesto. ¿Cuál es su problema? El hecho de que su tolerancia contiene una desaprobación moral, y eso es lo que me molesta. Lo que quiero de él es aceptación y respeto. Sin embargo, si llego a comprender que el propietario es realmente tolerante, sigo teniendo motivos para alegrarme, incluso para estar agradecido. Al fin y al cabo, no se limita a aguantarme porque cree que no puede detenerme. Cree sinceramente en mi libertad para decidir lo que va en el ámbito de la sexualidad.

Foto de Jean-Pierre Laffont
La tolerancia no es lo mismo que el respeto. Muchos movimientos sociales han insistido, con razón, en que la tolerancia no es suficiente. Lo que se necesita es respeto y aceptación. Pero en las sociedades en las que la gente tiene puntos de vista muy diferentes en muchos ámbitos de la vida, tenemos razones para revivir y cultivar la comprensión de lo que hace que la tolerancia sea, sin embargo, una virtud.
En consecuencia, Williams acaba distinguiendo entre la tolerancia como virtud moral liberal y la tolerancia como práctica política. Hay muchas razones, sugiere Williams, para no intervenir en la vida de los demás que no se basan en consideraciones tan elevadas como el respeto a la libertad personal o la autonomía.
Para Williams, no debemos centrarnos en conseguir los mejores resultados, sino en evitar los peores. Lo que tenemos que evitar es un mundo de crueldad creciente y de violencia de ojo a ojo. Lo que puede inspirar la tolerancia, con bastante sentido, es el miedo.
Pero esta postura pragmática no está exenta de riesgos, riesgos de tipo fundamentalmente moral. ¿Cuánto mal podemos tolerar en nombre de evitar un mal mayor? Williams no cree que haya ninguna fórmula o lista de reglas morales que se pueda consultar para obtener una respuesta.
La cuestión de si hay que tolerar y cuándo intervenir depende ineludiblemente de la percepción y el sentido común. El realista Williams reconocía que también había que tener en cuenta la fuerza. Podemos desear la paz, y podemos advertir contra el fanatismo, pero a veces, inevitablemente, lo que se necesita es «poder» para proporcionar «recordatorios a los grupos más extremos de que tendrán que conformarse con la coexistencia».