El pasado mayo se cumplió el 75 aniversario de la muerte de Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, lo que es un buen pretexto para rememorar a quien puede ser incluido con todos los honores en nuestra galería de ingenieros de almas y buscadores de sueños, pues fue tanto lo uno como lo otro con más éxito en lo segundo que lo primero.
Dejando a un lado las simplificaciones del británico vestido de árabe en el desierto, el coronel Lawrence dejó escrito un gran libro, «Los siete pilares de la sabiduría» y del que, según dijo, era una obra «impúdicamente emotiva» pues aparte de contar el levantamiento árabe contra la dominación turca durante la Primera Guerra Mundial, y la conquista de lo que hoy es Arabia Saudí, Jordania, Palestina y Siria, también desvela su naturaleza atormentada.
Nacido el 15 de agosto de 1888, en Tremadoc, en el país de Gales, T.E. Lawrence, el segundo de cinco hijos naturales, sirvió como cartógrafo en el ejército durante la Primera Guerra Mundial. Al Intelligence Service británico no se le escapa este joven arqueólogo que sabe árabe y conoce bien la zona de interés del «Arab bureau». Pero la cadena de acontecimientos que desembocarán en su liderazgo de la rebelión árabe tendrán su punto de partida en la convalecencia de una enfermedad. Es cuando a Lawrence se le ocurre organizar la insurrección de las tribus árabes con el señuelo de su libertad.
El empeño en cumplir con su país sin perjudicar a los árabes fue imposible de llevar a cabo y la sensación de ser un agente doble le persiguió por el desierto. Lo que empezó en medio del equívoco, se convirtió en un sentimiento de culpa que para los estudiosos de su figura no fue más que un motivo para dar salida a una voluntad expiatoria que hundía sus raíces en su masoquismo que, según escribió Lawrence, «ha sido y será únicamente moral».
También hay quien sostiene que era homosexual, aunque tampoco está probado. Lo que se conoce es su misoginia y asexualidad.
Cuando en diciembre de 1917 fue apresado en Deraa, la sede del estado mayor turco, donde fue flagelado y violado, descubrió en el dolor una mezcla de sensualidad que le dejó con más deseo que temor de repetir la experiencia.
Al ver consumada la traición a los árabes en los tratados de paz, se reafirma en la idea de que la acción, aunque tenga un buen fin, conlleva dentro de sí el mal y la mentira. Entonces escribirá que «la decepción nace aquí también, de la ambición. Si el fracaso es completo, es en parte porque yo apuntaba demasiado alto». Sin embargo, su aventura árabe será una derrota momentánea, pues al final se crearán los reinos árabes de Transjordania e Irak.
Al regresar a Inglaterra, Lawrence se alista como soldado con otra identidad en la Real Fuerza Aérea. Allí, con un breve intervalo en que fue excluido al ser descubierto por la prensa, permaneció hasta febrero de 1935. Dos meses después de expirar su alistamiento, Lawrence murió en un accidente cuando iba en su moto el 13 de mayo de 1935.
En el cuartel se entregará a la rutina soldadesca, lo mismo que un masoquista se entrega a un amo para experimentar mediante la sumisión la libertad de no tener que decidir en cada momento qué hacer. Pero no todo es obediencia y tedio. También alquila una pequeña casa en el campo cerca del cuartel que viene a ser para él un oasis en el desierto.
Al entrar en la edificación, rodeada de árboles, se encuentra una sala de lectura, varios sofás, una cama grande con dos sacos de dormir en el los que están bordadas las palabras «mío» y «tuyo»; un sillón y una biblioteca repleta de las obras de los grandes clásicos desde los antiguos griegos hasta Baudelaire, Rimbaud, Elliot y Pound. Cerca hay un baño y en un terreno adyacente, una pequeña piscina.
A través de una pequeña escalera se sube a la habitación de música con tres amplias ventanas. En una esquina hay un viejo gramófono y una buena colección de discos de música clásica y tres sofás. Todo es de madera noble, mientras que de los travesaños del techo están sujetos candelabros pues en la casa no hay luz eléctrica.
Lo que salta a la vista es que Clouds Hill es una de esas viviendas en que no sólo están hechos a medida los muebles, sino todo el conjunto como si de una forma indirecta se quisiera enviar un mensaje a los visitantes de que nadie puede entrar ni vivir en ese espacio si no se comparten las aficiones del dueño.
Sin embargo, era aquí donde los soldados más instruidos acudían a las tertulias que organizaba Lawrence para beber te alrededor de la chimenea, mientras escuchaban música y mantenían una conversación que Lawrence dirigía con mano de hierro. Pero también hay otra versión menos intelectual sobre estas veladas y donde el dueño de la casa se hacía flagelar.
En los alrededores todo habla de él. A un centenar de metros una lápida recuerda su accidente mortal, y en la cercana iglesia de San Martin, en Moreton, se encuentra su tumba con la escultura que le hizo Eric Kennington vestido de Príncipe de la Meca, y teniendo como cojín una silla de camello y la espada con la empuñadura de oro.
En el frontal de la casa de Clouds Hill figura el lema de Herodoto: «¡Qué importa!». Según el historiador griego, lo pronunció un rico y hermoso joven de Atenas pretendiente de la hija de un tirano que sometió a largas pruebas a los aspirantes a la mano de su hermosa descendiente. Por lo visto, el tirano le reprochó su forma de bailar y el joven respondió con esa frase.
estupida 🙂
¡Qué importa!
Carpe diem.
Saludos.