Postal de Cayo Blanco
El de rulitos rubio que está sentado en la esquina es argentino y está por hacer una revelación. (…)
El morocho, que tiene anteojos de sol aunque son las tres de la mañana, ya se la ve venir. El de rulitos rubio estuvo jugando a la mula. Hizo el check in en Ezeiza, mandó el equipaje sin escala, pasó con cara de gil el escáner, repitió el proceso en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana y salió victorioso del otro lado del túnel con lo justo y necesario para poder armarse unos porritos durante una semana, fumando a discreción. El morocho con anteojos de sol, está curtido en ese tipo de experiencias, cuenta que en Colombia, hace unos años, estuvo detenido una noche por andar por ahí sin documentos y con un look sospechoso que incluía pelo largo, barba candado, gorra del Che y una mano de la que salía humo. Estuvo tomando mojitos hasta hace dos minutos y dice que no a la invitación, pero mañana a la mañana, eso de las once, cuando se levante, lo espera al lado de la piscina para chicos y de ahí se van a la playa a…
Al otro día fueron. Dos hombres de la seguridad del hotel observaron la “situación irregular” y fueron a ver. Al rato volvieron. Los de seguridad. El de rulitos y el morocho también volvieron, pero media hora después. La joda les había salido barata. Diez CUC cada uno. Conversión 2008 mediante: doce dólares, cincuenta pesos. Nada.
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Mujeres fumando en La Habana
– Me echaron del Tropicana por disturbios.
– No puede ser, es chiste.
– No, en serio, me tomé todo, me puse a bailar con la bailarina que tenía más frutas en la cabeza… no, no eran frutas, era sólo una ananá… bueno, me puse a bailar con la que tenía la ananá más grande. Al principio había onda, pero se ve que después se me fue la mano, literalmente, me volví loco, me agarré a las trompadas y me echaron. Y se dieron cuenta que era argentino, ¿viste que a los argentinos no nos quieren tanto como a los rusos? Debe ser porque los rusos vienen acá con todo el euro del mundo y nosotros no dejamos ni propina.
De fondo suena un mambo que está buenísimo. No sé si es mambo, debe de ser una salsa. ¿Rumba? Me parece que el de la mesa de al lado dijo merengue. No consigo distinguirlo. Yo siempre escuché rock. Ahí sí soy un erudito. Desde el rock ‘n roll primitivo de Chuck Berry y Little Richard, hasta la beatlemanía, los psicodélicos, el punk, la CBGB… me las sé todas, pero esto la verdad, que no lo caso muy bien.
Ya vamos por el quinto, sexto trago. Las bailarinas hacen un número musical tras otro número musical tras otro número musical tras otro… Pasan entre medio de las mesas. Sacuden. Menean. En la primera salida estaban vestidas con unos vestidos largos largos de todos los colores, largos largos, no se le veían los zapatos. Ahora, mientras suena un mambo/merengue/rumba etc. etc., no hay una a la que no se le vean las tetas. Miro a mi lado. Estoy solo. Al rato no más lo estoy acompañando, pero en la calle. Otra vez se volvió a zarpar. El lugar es La Cueva del Pirata. Lala se llama. La morochita linda de ojitos grises. Dice que en un rato sale y me acompaña al hotel. Era divina. No tiene novio me dijo y dice que le gustan los argentinos. Me va a poner hielo en el ojo. Aguantá que en media hora sale. Eran las tres de la mañana. Esperamos hasta las cinco. Mañana me van a echar del Parisien, -me dijo- si dios quiere, y se durmió en la calle.

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Postal de Trinidad
   
Trinidad es linda ciudad. Encallada en medio de las montañas. Una iglesia pintada de amarillo, parece una postal. En la plaza los chicos juegan baseball, me saqué una foto con ellos. Acá el fútbol no existe. No se ve una pelota de cuero ni por casualidad, acá es todo bate y guantes. Un viejito pasó paseando un burro. Si le das no sé cuántos centavos, te subís y te sacas una foto. Otra más. Ya saqué como mil. Después de acá me voy para Santa Clara a ver el mausoleo del Che. Otras mil fotos más. Autos antiguos: foto. Graffitis del Che: foto. La Bodeguita del Medio: foto. El mar al amanecer: foto. El mar al anochecer: foto. Más autos antiguos: más fotos. Trinidad tiene otra cosa. Es tranquilísima, apacible. Siempre hay una melodía que el viento trae de algún lado, de algún bar. Los músicos se juntan en cualquier fonda a tocar, por placer, nadie les paga, los turistas les dejamos dinero en el estuche de una guitarra abierta. Turistas… suena feo. Viajero suena mejor. Los viajeros les dejamos dinero. No sé por qué esa discriminación hacia el turista. Turista lo serás tú, se llama un libro. Viajero es mejor. El viajero no tiene reloj. Anda y recorre y se llena los ojos y se convierte en parte del paisaje y cuida y es amable. El turista no. El turista se mete hasta donde no debe con tal de sacar esa foto. No respeta, es burlón. Se ríe de los bailes folklóricos, de las comidas típicas, de los vestidos, de la arquitectura… no sé para qué vienen. Trinidad tiene esto: hay silencio y te ponés a pensar y pensar y ya no sabés cuál fue la génesis del pensamiento. Trinidad tiene eso, hay silencio y siempre hay una melodía que el viento trae de algún lado.
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Graffitti del Che en La Habana
Se levantó temprano. El viento había abierto su ventana de par en par y la despertó un poco antes de lo que ella esperaba. Pidió servicio a la habitación mientras preparaba la bañera: agüita caliente, unas sales, mucha espuma. Golpearon a su puerta. Medialunas, café, jugo de naranjas, pancitos calientes, manteca, mermeladas. Colocó la bandeja sobre una mesita al lado de la bañera. Ya estaba desnuda, dormía desnuda, así que solo se deslizó, suavemente. Le pareció que había entrado un poco de espuma en la taza de café, pero no le importó. El sabor de la canela era más fuerte. Se colocó los lentes de contacto. Muchos decían que su color de ojos natural era más lindo, pero los lentes eran la moda. Vio el catamarán en el muelle que la llevaría a Cayo Blanco. Mordió un pancito, ya estaba tibio.
Su vestido escotado danza al ritmo de las olas. Los marinos quedan perplejos cuando les pide que le pase bronceador sobre la espalda. Los más tímidos rehúsan. Los más atrevidos se ofrecen: ¿También en las piernas? Marineros tímidos. Nunca pensé que existieran.
En Cayo Blanco parece que todos la conocen y los que no, algo suponen, algo saben. ¿Será ella la millonaria, la viuda veinteañera? ¡Qué capelina! ¡Qué peinado! ¡Esas joyas! Decide caminar por la playa, sola. No necesito que me acompañen, había dicho. Fue y vino, fue y volvió, volvió a irse y regresó. Un negrito, guitarra en mano, la miró. La afinó en clave de sol y mientras le seguía los pasos, huella tras huella empezó un repertorio de canciones de Compay Segundo. Ella se volteaba y sonreía. Eran canciones de Compay. Yo solo recuerdo una: Traigo rico mango del mamey y piñas / qué deliciosas son como labios de mujer.
Músico callejero en Trinidad