El documental “La historia de Jim  Marshall” dirigido por Alfred George Bailey se estrenó el pasado 12 de noviembre en el Cinépolis Chelsea de Nueva York. En agosto se publicó  el libro “Jim Marshall: Muéstreme la foto” de Amelia Davis, publicada por Chronicle Books y del que se puede ver un tráiler justo debajo de este artículo. También hay previstas dos grandes exposiciones en Londres y Nueva York a comienzos del año que viene y que devuelven a la actualidad a este fotógrafo muerto en el 2010.

Marshall, al igual que las grandes estrellas  del rock,  fue un gran fotógrafo pero impredecible y complejo como las estrellas del rock que retrató. Su vida tumultuosa es  el espejo de una época. Con un lado autodestructivo, cuando estaba en la cima de su carrera de fotógrafo, su adicción a la cocaína, los coches y las armas le perdieron.

Nació el 3 de febrero de 1936 en Chicago aunque su familia se trasladó a San Francisco cuando tenía dos años.  Su padre abandonó a su familia cuando tenía pocos años, un vacío que Jim sufrió toda su vida. Hijo de inmigrantes, Marshall se identificó con el espíritu revolucionario del jazz, los beats y los hippies. En el documental se cuenta la historia de Marshall mezclando sus fotos con historia, música y entrevistas con amigos como los músicos Peter Frampton y Graham Nash, el actor Michael Douglas, los fotógrafos Bruce Talamon y Anton Corbijn, aparte del propio Marshall.

Marshall compró su primera cámara, una Leica, en 1959, y fue en North Beach y Filmore donde aprendió fotografía. Supo ganarse la confianza de músicos de jazz como John Coltrane y Miles Davis. Estuvo en la Marcha en Washington por los derechos civiles, Woodstock y Altamont.

En 1962, Marshall se trasladó a Nueva York y vivió dos años en el Greenwich Village, frecuentando los clubes de jazz y folk con su Leica. Es de aquel tiempo la foto de un jovencito despreocupado cuyo nombre artístico respondía al de Bob Dylan. Introducido en la naciente escena del folk y el rock regresó a San Francisco en plena efervescencia hippie. Fotografió a Jimi Hendrix quemando su guitarra en el festival de Monterey de 1967 y a Johnny Cash durante su famosa actuación en la prisión de San Quintín en 1969.

No faltó tampoco al festival de Woodstock de 1969 «dosificado» con LSD por los Grateaful Dead. Duro e irascible, no congeniaba demasiado  con el espíritu hippie. Pero logró acceder a todos los grandes de su tiempo porque era un tipo auténtico  y buen fotógrafo. Impaciente, no transigía con los caprichos de las estrellas y a más de una dejó plantada en medio de una  sesión.

A finales de 1971 tenía una colección importante de muy buenos retratos como Janis Joplin, Hendrix, Brian Jones, Jim Morrison, Duane Allman y Otis Redding, muertos años antes. Participó en la legendaria gira de los Rolling Stones por Estados Unidos en 1972, y fotografió el último concierto de los Beatles.

Detenido varias veces por posesión de  drogas y asalto con un arma mortal, conoció la cárcel y reconoció haber disparado a un hombre porque estaba estaba fuera de control.

Murió el 24 de marzo de 2010 en la cama de la habitación de un  hotel neoyorquino. Había viajado de San Francisco a Nueva York para asistir a una exposición que coincidía con el lanzamiento de su nuevo libro, Match Prints. «Mis fotografías son mis hijos», dijo una vez.

«Jim era complejo», dijo Amelia Davis, la productora ejecutiva de la película. Un hombre conflictivo y contradictorio, con importantes necesidades emocionales. Davis,  asistente de Marshall desde 1997 y autora del libro “Jim Marshall: Muéstreme la imagen» explicó que el libro es un retrato sin pintar de un artista, drogadicto y fetichista de las armas que adoptó una postura de tipo duro para enmascarar su profunda sensibilidad y dolor.

“Era como una montaña rusa de emociones. Podía estar jodido y al momento siguiente ser una persona increíblemente dulce y pensativa. Ese era Jim. Quería que todo el mundo experimentara eso en la película», dijo Davis.

«Siempre me han gustado los coches, la fiesta, las armas y las cámaras», afirma Marshall en la película. «Los coches, las drogas y las armas me han metido en problemas. Las cámaras no lo han hecho». Y le han permitido figurar entre los grandes fotógrafos de estos últimos tiempos.