MARTA
M. VALLS

Esta es la historia de un joven rebelde norteamericano, un héroe
de nuestros tiempos, que viaje a Francia y lo que en un principio es un viaje de
unas semanas, se transforma en una estancia de varios meses en los que mantiene
una historia amorosa con una chica francesa de provincias, Anne Marie, bonita
pero vulgar. 

Presos de su atracción erótica, los dos jóvenes recorren hoteles y
ciudades en el coche deportivo que él ha comprado a un amigo. El carburante que
alimenta su relación no sólo es el sexo si no también el dinero que él consigue
de su padre. Cuando se acaba debe recurrir a pequeños sablazos porque Anne
Marie no suma sino que resta al tener un modesto trabajo y ayudar a su madre
económicamente.

Esta novela, publicada en 1967 por el escritor norteamericano
James Salter (1925-2015), es el retrato de dos jóvenes perdidos. Él dejó sus
estudios universitarios en Yale y parece inteligente, fuerte y decidido. Pero le avergüenza enseñar su amante
a su padre o sus amistades debido a su vulgaridad e incultura, aunque su
relación con ella es sexualmente muy satisfactoria. Por eso también es el
conflicto entre el deseo y el amor. Él la desea pero no la  ama, mientras que ella le ama y desea. Philip
Dean y Anne Marie son dos jóvenes unidos por el común denominador de su amor físico.

Y si antes hablábamos de héroes, es porque la única forma de cierto
“heroísmo” juvenil es el record como límite a batir, ya sea de kilómetros
recorridos, acrobacias sexuales, ciudades entrevistas… El récord de la
experiencia. En esto consiste ese tipo de heroísmo que siempre permanece vivo
en cierta juventud y que le empuja a acometer la ración ordinaria de tonterías
al uso.
James Salter
Pero volviendo a la novela, salteriana de principio a fin, frases
cortas y elipsis que ayudan a llevar con elegancia el poderoso erotismo de la historia,
un defecto es que tarda en entrar en el objeto de su narración. Hasta que se
decide a presentarnos a Dean y Ann-Marie, Salter da vueltas alrededor de la historia
de manos del narrador y testigo de lo ocurrido. Es otro norteamericano de paso
en Francia, un narrador directo y ambiguo, que a veces se pierde en vericuetos
que no interesan.

El narrador es un espectador pasivo que se mueve en ese ambiente
de gente bien que deambula de reunión social en reunión, y que combate el
aburrimiento con otras armas que van  del
cotilleo a la gastronomía. Fue justo en una de esas reuniones donde conoció a
Philip.

Al final comprendemos que cuando llega la hora final del héroe,
esta debe ser trágica pues es lo que le proporciona el marchamo o denominación
de origen, y que no es otra que su  muerte. Así ocurre desde Príamo y Aquiles
hasta hoy día. Pero a diferencia de estos primeros, las guerras hodiernas se
combaten en camas de sábanas deshechas por el sudor y el placer de experimentar.
Porque si el héroe necesita la muerte que certifique su heroicidad, la pasión
necesita subir hasta los cielos para caer luego por el abismo del tedio.

Dean no puede llevarse a Anne-Marie a su verdadera vida. Esta lectora lo
sabía desde el comienzo. De este modo, la novela avanza hacia lo conocido: el héroe
americano regresará a casa sin su amada mientras la escritura de Salter evita
que leamos la breve crónica de unos amantes demasiado jóvenes.