Leticia Martín (Buenos Aires, 1975) es una escritora que  siempre se ha interesado por la cuestión de género, como lo prueba su libro Feminismos (Letras del Sur, 2017)  donde da voz a veinte mujeres para que debatan sobre la  situación de la mujer  en la Argentina  o la novela Estrógenos (Galerna, 2016) sobre un hombre que pare un feto de tres meses por la punta del pene. Pero también ha escrito otras novelas o cuentos como Breviario o el oficio religioso (2012), El gusto (2012) y La coronación del peón (2014) que ella define como «lo extraño». Ha participado en diferentes antologías y publica reseñas literarias en diarios y revistas. La traemos a nuestra página porque nos parece una autora interesante de la  escena literaria argentina con el pretexto de que su cuento El velador fue seleccionado para Cuentos a la calle, una antología online de relatos breves de la gestora cultural argentina Una brecha.

¿Cómo surgió el cuento seleccionado?

Hace unos años escribí ese cuento a raíz de una nota que leí en la sección policial de algún diario digital. Los vecinos habían denunciado la posible muerte de una vecina a partir del olor a podrido. Cuando la policía intervino encontraron a una mujer viviendo con su madre anciana muerta, semi momificada. En verdad la palabra que estoy usando no hace referencia al hecho concreto del procedimiento casero de poner vendas sobre el cuerpo de esa mujer y atarla a la silla en posición “sentada” que había elegido la hija, una mujer también mayor, como para evitar desprenderse de su madre. Imaginé ese comedor, esevínculo que las unía, esa imposibilidad de desprenderse, y lo hice con la conciencia de ubicar el lazo del cordón umbilical que no puede cortarse jamás, ni siquiera cuando la muerte ha llegado y se instaló entre ellas. Pero además construí la contradicción que de seguro subyacía a ese amor que intentaba ir más allá de la vida. Creo que eso es lo que escribí. La simbiosis. El tormento que implica un amor excesivo que se escapa y rebalsa, y sobrepasa todo.

¿Qué te genera el entorno de las redes sociales a la hora de escribir?

Ya ves, me genera inspiración. No es la primera vez que un debate social o una noticia extraña me llaman a imaginar cómo hubiera sido, cómo se llegó hasta ahí. Estamos rodeados de brutalidad y monstruosidades. Algunas veces uso Internet para buscar cosas que no sé, otras veces me bajo libros. Siempre estoy conectada y leyendo. Apenas me levanto, antes de irme a acostar. Leo mucho la coyuntura y lo que producen mis contemporáneos. Me importa lo escrito antes, claro, o lo escrito en otras partes del mundo, pero nada me convoca tanto como ese constructo irreal que quiere hacerse pasar por “realidad” y me rodea y me invade a través de las redes, incluso cuando quiero evitarlo. Si no puedes ir contra tu enemigo, únetele.

¿Has logrado asignar un género a tus textos?

Me gusta la ductilidad de “lo extraño”. Una ficción que no intenta replicar o parecerse a lo real, pero sí ser verosímil, una narrativa que se aleja de la crónica, que no se espanta de la cotidianeidad y la toma como insumo; una escritura al margen del realismo pero que no abandonan del todo este mundo que vemos y oímos, estos lugares que bien podrían ser el que habitamos, pero que son agigantados y arruinados por la mirada torcida del que escribe.

¿Qué libro de los ya publicados te gustaría hacer el “volumen II”?

Estrógenos. La venganza del varón destituido.

 

¿Cómo surgen esas historias y monólogos?

A veces los monólogos de los personajes se rezan como oraciones incontrolables en mi mente. Cuando duermo, cuando voy en bicicleta por la ciudad. A veces cuestan y surgen del trabajo esforzado y la corrección. En muchos casos invento todo, juego a ponerme en la piel de otro y me dejo llevar en el fluir de una conciencia que no me es propia. Creo mucho en el escritor como un ser empático, que usa cualquier zapato, que sale, se pone cualquier saco, que sale de sí todo el tiempo para entender otras subjetividades, mentalidades que no encarna, pero sí puede mirar con benevolencia, sean la configuración subjetiva de un pornólogo, de un asesino, de un militar de carrera o de un filósofo progre. Escribir es jugar a ser otro, eso no lo digo yo. Se lo robo a Paul Auster.

¿Qué trama no puede faltar en tus producciones literarias?

En mis tramas siempre faltan cosas, más niveles de lectura, más subtramas que debieran cruzarse y a las que temo. A veces me noto escribiendo con miedo, yendo a lo seguro. Otras veces subestimo la capacidad de los lectores. Soy muy respetuosa de la trama central, de las cronologías, de las voces protagónicas. Trato de no excederme en eso. También soy muy cuidadosa a la hora de darme gustos estéticos con la prosa. Trato de supeditarla a la trama. Trabajo mucho en limpiar y limpiar, identificar mis caprichos, quitar todo lo que sobra. Siempre que noto que me estoy regodeando en la frase linda, la elimino, leo de nuevo, reescribo. La mitad de las veces esa frase sobraba. Hay que ser capaz de dejar todo lo ornamental afuera para que la trama gane. Y eso va a veces a contrapelo del deseo personal de lucirse escribiendo. Pero cuando la trama está arriba y uno solo desaparece para ser un instrumento de lo que la historia necesita, ahí uno gana el mundial.

¿Qué género o que tópico te gustaría ampliar que todavía no te hayas animado?

Estoy tratando de escribir una triste y tonta historia de amor. Una trama muy sencilla. Mujer casada se enamora, da vuelta su vida, y termina desilusionándose. Eso. Y que el lector no se vaya a Netflix a ver la historia de Luis Miguel. Conseguir que por morbo o por curiosidad lean mi breve y concisa historia de amor. Es pedir mucho, ya sé. Pero vengo de una guerra civil de roles distópicos en un futuro demasiado extraño. Y como en la vida, después de la fiesta a veces toca madrugar e ir al trabajo.

 

 

 

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