Albert Cossery

 

Los centenarios, esa moda de nuestro tiempo que nos permite
reencontrarnos con el panteón de hombres ilustres de nuestro pasado reciente y
atenuar la ignorancia. Acabamos de celebrar el de Albert Camus.
Rebuscando en la parte menos iluminada de su vida por los fastos de la
celebración, nos topamos con un amigo con el que compartió muchas cosas,
empezando por la cuasi misma fecha de nacimiento, el origen norteafricano y
diversas aficiones. Nos referimos al escritor franco-egipcio Albert Cossery
(1913-2008) que también cumple siglo este año y del que la editorial Pepitas
de Calabaza
está reeditando su obra.
Cossery es un tipo, cuanto menos, curioso. Nacido en El Cairo,
tras diversos vagabundeos se trasladó a París en 1945, donde vivirá
hasta su muerte en la misma habitación de un modesto hotel del barrio de Saint
Germain Des Prés
. Vivir en el mismo espacio durante sesenta años, con el
único cambio de una pequeña nevera y un televisor, implica cierto carácter
monacal, sobre todo en un hombre que durante ese tiempo no ejerció ningún
oficio salvo el de la escritura, gracias a una pequeña renta familiar.
Podríamos decir que Cossery fue un escritor de hotel, que tanto abundan
en la tradición literaria francesa. Pero más que el lugar donde uno vive
importa la forma. Y Cossery, siguiendo el ejemplo de su padre, un rentista de
origen cristiano cuya principal ocupación diaria era la lectura del periódico,
practicó un ocio continuo o, si se prefiere, el ocio como trabajo. Fácil de
explicar, pero difícil de ejercer. ¿Cómo rellenar las horas de un día tras otro
sin hacer nada?
Al morir, Albert Cosery estaba escribiendo una novela de la que se encontró el manuscrito y que tituló «Una época de hijos de perra»

 

Tenía la escritura, aunque tampoco se prodigó demasiado, pues ocho
libros en sesenta años dan una media de uno cada siete años y medio. Luego está
la vida en los cafés, siguiendo con las costumbres árabes. Y los amigos, claro
está. Cossery los tuvo y, además importantes: Henry Miller, Albert
Camus, Jean Genet, Juliette Greco, Alberto Giacometti,
Boris Vian
… aunque de todos ellos fue Camus el más íntimo, pero el
escritor egipcio huyó de cualquier compromiso incluso con su gran debilidad,
las mujeres, ya que solo estuvo casado menos de un año.
Para Cossery las mujeres son aves de paso a las que se tienden redes
para atraparlas y luego dejarlas volar de nuevo. Acompañado de Camus rastreó
bares y boites de su territorio de caza preferido, el barrio latino y el
París de los existencialistas. Los dos amigos vivieron entre amores y
amoríos gracias a que disponían de tiempo y palabra. En cambio, dinero, lo
justo, aunque Cossery se guardó mucho de caer en las tentaciones consumistas y
comunistas de la vida moderna. Y es ahí donde más nos interesa su figura, en su
forma de vivir y pensar.
Y del escritor, ¿qué permanece? Ocho novelas que nos trasladan a El
Cairo y donde los personajes resultan más importantes que la intriga. También
abunda el humor negro, expresado con mordacidad y elegancia. Henry Miller lo
comparó a Gorki y Dostoievski, pero los personajes de Cossery
carecen de cualquier voluntad de redención. Tampoco adoptan el existencialismo
de Camus ya que se defienden del sinsentido de la vida con la indolencia, la
burla y la sabiduría.
Resulta curioso que un escritor que no volvió a pisar El Cairo durante
muchos años siguiera hablando de aquella ciudad en todos sus libros salvo en Una
extraña ambición
, ambientado en un emirato del Golfo Pérsico. Tal vez la
razón de ello es que un hombre que hace de la indolencia su bandera necesita un
marco donde sea posible llevarla a cabo sin demasiadas consecuencias negativas.

 

En Mendigos y orgullosos, una de sus mejores novelas, Cossery
nos presenta a un inspector de policía homosexual, Nour El Dine, que investiga
el asesinato de una joven prostituta. El policía deambula entre tullidos,
vendedores de hachís y prostíbulos para descubrir al asesino hasta que se topa
con Gohar, un profesor universitario que ha abandonado su carrera para
convertirse en un mendigo, asiduo de burdeles y adicto a la droga. Vivir como
tal le proporciona una libertad completa porque no tiene nada que perder, algo
que no puede hacer el policía, que debe esconder su homosexualidad. Gohar es el
típico personaje de Cossery, el hombre que reflexiona sobre la falsedad de la
existencia y mediante una cesión emprende el camino de la sabiduría.
Además del desclasado, otro de los personajes preferidos de Cossery
proviene de las clases sociales más altas. En Una ambición en el desierto,
junto al marginado que se hace pasar por loco para decir la verdad, está el
hombre «sabio» que procede de una clase social más alta, Samantar, y
que desea que el emirato se mantenga lejos de las garras de las grandes
potencias al carecer de materias primas.

 

A través de él, Cossery nos habla de sus creencias, contrarias a una
sociedad de consumo que corrompe a los países en desarrollo con la coartada de
un progreso que solo beneficia a unos pocos y les impide ser fieles a si
mismos, al convertirlos en simples consumidores de espejismos. Pero no hay
discurso político ni moralina en Cossery. Solo literatura, entretenimiento y
una reflexión que nos atañe a todos.
Albert Cossery a los 93 años