Oscar Domínguez. La Boule rouge, 1933
Los actos
de estos días pasados en torno al centenario de la Gran Guerra y su corolario
de muerte y destrucción me hicieron recordar a un gran poeta francés al que una
bala dejó parapléjico para el resto de su vida tres meses antes de terminar la
contienda.

En
algunas de las fotos que existen de Joë Bousquet (Narbona 1897-
Carcasona 1950) se le ve postrado en la cama de una habitación con las
contraventanas cerradas, iluminada por la luz de una lámpara y una pequeña mesa
redonda de pedestal, repleta de medicinas, drogas, libros y cuadernos. Detrás
de él, una estantería.
En esta
habitación, que hacía las veces de salón, enfermería, tocador y despacho, vivía
el poeta tendido en su cama, reposando la espalda sobre una serie de
almohadones, como si fueran su caparazón. Él se refería a su habitación como la
«mazmorra», aunque más bien parece la cripta de un culto particular.
Joë Bousquet inválido en su cama
Bousquet
recibía a sus amistades y visitantes en la cama, en medio de los vapores de
opio y los perfumes, mientras escuchaba a través de las voces de sus amigos el
ruido de un mundo lejano, ya fuesen André Gide, Paul Valéry, Paul
Eluard
, Simone Veil o otros como Magritte, Max Ernst, Tanguy
y Dubuffet, que se acercaban en peregrinación hasta Carcasona y dejaban
como ofrenda libros y algún lienzo.
En la
obra de Bousquet la experiencia del dolor es algo central, un sufrimiento tanto
físico como psíquico, y del que intenta sustraerse con la lectura, la escritura
y las drogas. Podría pensarse que un hombre así siempre tuvo una vida estática,
pero Bousquet había vivido una breve e intensa primera juventud durante los
primeros años de la guerra.
Hijo de
un médico, el joven Joë, al que las chicas de su
pueblo apelaban «el perro» por su afición a morderlas, recalará en
París donde engarzará sus días con la mala vida y una relación con una mujer
casada que no termina bien.
Joë Bousquet el año que se alistó
Entonces
se produce el gesto que pagará caro. En un ambiente de efervescencia bélica,
como ocurre esos años, abraza la mística del guerrero por despecho y se enrola
en un batallón disciplinario formado por presidiarios  a los que se les ofrece la redención de la pena,
no por el trabajo como ocurre en las cárceles, sino por actos de valor en la
guerra.
Jugar con
el destino de esa forma es una apuesta arriesgada y Bousquet, después de
bastantes hazañas bélicas, resulta gravemente herido por una bala que le
atraviesa los pulmones y le alcanza la médula espinal. Lo que parece una herida
mortal acabará suponiendo la invalidez permanente.
Autor de
una larga y tardía obra en la que aparte de poesía, hay ensayos, memorias y
novela, su escritura se caracteriza por un sentido metafísico y la búsqueda de
la lucidez que le proporcionan las noches de insomnio. Es entonces cuando
reflexiona acerca de su condición y en la que intenta ver no tanto un final
como un comienzo al transformarse en otro, un hombre libre de ataduras físicas
que lee, escribe y reflexiona.
Su libro
más conocido es Traducido desde el silencio, una obra
fragmentaria y reflexiva sobre “la herida», como llama a su invalidez,
pero que también es la historia de una pasión amorosa intensamente vivida hasta
tomar la forma de un sentimiento imposible, algo constante en sus novelas.
El único
libro de Bousquet traducido al español es El cuaderno negro,
imagino que por su matriz sadiana y frenética búsqueda del placer. Aquí los
cuerpos se aparean y unen, a pesar de la imposibilidad de la fusión total entre
perversiones sadomasoquistas y voyeurismo.
 

Oscar Domínguez, retrato de Roma, 1933
Bousquet
nos describe los sonidos, los olores y el tacto que conducen al placer; pero es
solo con la mirada como puede penetrar en la esencia del cuerpo que está
delante de él, pues el protagonista, como él, es impotente. Es una mirada
poderosa, que cede paso al voyeurismo para espiar a su amada uniéndose
con otro.
Todo el
libro es un intento de hacer que la compleja unidad entre el cuerpo y la mente,
la pasión y lo físico, la crueldad y la ternura, se conjuguen para sorprender
no tanto a la mujer en poses obscenas como la luz que emana de los cuerpos, que
así es como titula el primer capítulo: La poesía del cuerpo en el amor.
Libro
afrancesado, con ese gusto a lo Bataille por cierto erotismo intelectual
y discursivo, se desliza en cambio hacia lo irracional, una tendencia que forma
parte del temperamento de Bousquet, y que en su caso entronca con el
romanticismo alemán y el surrealismo.
En las
páginas de Bousquet hay que adentrarse como en una jungla, machete en mano,
para abrirse camino entre la maleza, pero de pronto accedemos a un claro,
porque aquí no se busca excitar o complacer al lector sino poner en la
escritura, como decía Bousquet, «toda su vida y persona», lo que
consigue con creces.