En su
libro El sexo y el espanto, Pascal Quignard escribe sobre los
frescos de la denominada Villa de los misterios de Pompeya para
explicarnos el enorme cambio que se produjo en la sexualidad de la antigua Roma
desde una cierta tradición alegre griega, y que cambió a partir del
emperador Augusto (Roma, 63 a. C.–
Nola,
19
de agosto de 14 d. C.), y que luego aprovechó el
cristianismo para erigir su moral.
Según Quignard, la sexualidad
romana hasta entonces no se encontraba ensombrecida por el pecado o la culpa.
“En Roma”, nos cuenta, “el puritanismo nunca atañe a la
sexualidad, sino a la virilidad”. El amor pasivo de un patricio era un crimen
tan grave como el amor sentimental o el adulterio de una matrona.
Por el contrario, era lícito
practicar la homosexualidad activa y un ciudadano podía hacer lo que
deseara con una mujer no casada, una concubina, un liberto o un siervo, lo
mismo que una matrona. El sentimentalismo no existía y el
matrimonio era un pacto para la procreación. Por eso coexistía el sexo más
brutal con un escrupuloso rigor moral.
Detalle de copa aretina. 40-20 a. J.
El modelo único de la sexualidad romana era el de la dominación del “dominus” (señor) sobre el prójimo que es inferior a él, lo que en la práctica implicaba la violación como norma. “El esclavo no podía sodomizar a su amo. La norma era que los patricios sodomizaran a sus esclavos”, escribe Quignard. Sin embargo, conocemos numerosos casos de romanos ilustres y emperadores que no siguieron dicha norma, como por ejemplo Julio César.
La consecuencia es el culto a la
potencia sexual y el falo. Quignard nos cuenta también el espanto que producía
el sexo en un mundo donde el hombre está condenado a la alternancia entre la
potencia y la impotencia. Por eso “el poder” es el problema masculino
por excelencia y se busca el deseo que mantenga al falo erecto, y se
evita lo que no ayuda a levantarlo como el cansancio, la rutina y el
hastío.
Pero mas allá de las costumbres
sexuales de los antiguos romanos, nos interesa preguntarnos: ¿por qué cambiaron
las cosas? Quignard lo atribuye a que las antiguas tradiciones no fueron útiles
para un tiempo nuevo. La nueva legislación sobre el divorcio tuvo como
resultado práctico la poligamia, y la emancipación de las matronas, así
como otras costumbres nuevas que “desbarajustaron la moral
tradicional”.
Pinturas de la villa de los misterios
La sexualidad pervertida de los emperadores posteriores a Augusto, como Tiberio y Nerón, significó un viaje de ida y vuelta en el que tras alcanzar la nada y el vacío sólo quedó la destrucción o el regreso a la norma. La sexualidad pervertida busca franquear límites, pero se corre el riesgo de morir en el intento y esa tensión, entre lo posible y lo imposible, es lo que conforma su esencia nihilista.
“La
sexualidad romana no fue reprimida por la voluntad
de un emperador ni por una religión ni por las leyes. La sexualidad romana se
reprimió a si misma”, sostiene Quignard, que ataca al sentimentalismo como
ese vínculo donde el tirano es la víctima. Y asegura que los que estaban
acostumbrados a la servidumbre, se deleitaron en ello. El objetivo no era otro
que apaciguar ese espanto por el sexo que les causaba una angustia desconocida.
“El cuerpo se sintió desnudo ante la mirada ajena, para luego asustarse ante
la mirada de Dios y terminar asustado ante su propia mirada”, escribe
Quignard.
De este modo, los romanos
abandonaron sus tradiciones nacionales, su valor guerrero, su historia y sus
dioses, “para convertirse en monólatras, tristes y antropomorfos. Y como
habían sustituido el tótem de la loba por una cruz, merecían la
esclavitud”, concluye Quignard.
Pascal Quignard
Lo cierto es que las mujeres representadas en los frescos de la denominada “Villa de los misterios” parecen divertirse con sus juegos eróticos en el agua junto a otras mujeres y hombres. Desde luego no es la mirada grave y seria que como escribe Quignard resultaba “solemne hasta en el deseo lujurioso y sarcástico”, sino la que proporciona el placer. Pero también es la mirada que impulsa el deseo y busca lo que se esconde detrás de la apariencia. Esta clase de mirada, y de la que ya no se pueden apartar los ojos, es una de las claves del erotismo.
Tampoco me atrevo a decir que la
interpretación de Pascal Quignard sea errónea, pues encaja mejor con el
pesimismo romano. Para ellos todo cambio era ir a peor y pensaban que el tiempo
también envejecía a medida que progresaba, aumentando la fealdad y la maldad en
el mundo, por lo que con la edad había que refugiarse en las villas,
las casas de campo, las islas y las costas para huir de lo sombrío y el mal.
Sin embargo, interpretar el
pasado desde el presente implica siempre, cuanto menos, inocular nuestra forma
de ver las cosas en mundos que tenían una moral y costumbres bastante
distintos. Entonces, mejor contemplar estas alegres damas romanas que las
serias y pétreas matronas de tantos mosaicos y pinturas vistos en ruinas y
museos. No se trata de elegir entre la diversión y la seriedad, si no
que en el sexo siempre dio mejor resultado participar con el
entusiasmo con la que los niños se entretienen con sus juguetes
preferidos aunque sea con la mirada.
El sexo y el espanto. Pascal Quignard. Minúscula. Barcelona, 2005. 240 páginas.
Pascal Quignard (1948) es un escritor francés de obra prolífica que no menor, y en la que hay novelas, ensayos y, especialmente, “pequeños tratados”.
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Azahara Alonso (Oviedo, 1988) es licenciada en Filosofía. Autora del libro Bajas presiones (Trea, 2016), ha participado en varias antologías. Imparte clases de escritura. Es gestora cultural en la Fundación Centro de Poesía José Hierro.
Enrique López Viejo (Valladolid, 1958-Madrid 2016). Entre otro libros, es el autor de "Tres rusos muy rusos" (Melusina, 2008) "Pierre Drieu la Rochelle. El aciago seductor" (Melusina, 2009), "La Vida crápula de Maurice Sachs" (Melusina, 2012) "Memoria y semblanza de Francisco
Iturrino" (Galería Rembrandt, 2014) y "La culpa fue de Baudelaire" (El Desvelo, 2015).
Fernando Castillo Cáceres (Madrid, 1953) ha publicado varios libros, entre ellos, “Noche y niebla en el París ocupado” (Fórcola, 2012), “París-Modiano. De la ocupación a Mayo del 68” (Fórcola, 2015) y “Españoles en París 1940-1944” (Fórcola, 2017).
Juan Ángel Juristo ha ejercido la crítica en los principales medios españoles. Ha publicado un ensayo sobre la obra de Alfredo Bryce Echenique: Para que duela menos y las novelas, Detrás del sol, El hilo de las marionetas y Vida fingida.
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Periodista, ensayista y traductor. Nació en Roma en 1961, colabora con los diarios Il Foglio y Libero. Se ocupa de política internacional, cultura y economía. Ha escrito siete libros y en mayo presenta "Da Omero al rock”.
Sandra Ávila (González Catán-Bs. As., 1980) Autora de "La vida de Juana", "Cuentos Urbanos", "Limbo", "Alma desnuda", "Esto no es el fin del mundo pero es un caos", "Sofocados" y "Marysol". Vive en Córdoba (Argentina).