Josep Pla. Foto de Toni Vidal
En su libro Espías de
Franco
(Fórcola, 2014), Josep Guixá logra desenrollar la madeja
de la parte más oculta de la vida del escritor catalán Josep Pla y que
había emergido en la biografía que escribió años atrás la filóloga Cristina
Badosa
. Como en todo buen trabajo de investigación histórica, Guixá descubre datos
desconocidos de Pla (1897-1981) y de los hombres de la Lliga Catalana que colaboraron con Franco durante la Guerra
Civil
y crearon un servicio de espionaje, el Servicio de Información del
Nordeste de España (SIFNE). A estos catalanes, más
o menos autonomistas, una vez acabada la contienda, el dictador no les
agradeció los servicios prestados como ellos se creían merecer, y mientras algunos se retiraron de la vida pública otros ocuparon distintos cargos.

En el caso de Pla se corrió un tupido velo sobre esta cuestión. Sus datos
biográficos oficiales dicen que nació en una familia acomodada de Palafrugell
(Gerona)
, fue periodista desde muy pronto y estuvo políticamente cercano al
regionalismo de la Lliga catalana del magnate catalán Francesc Cambó.
Corresponsal en Madrid del diario La Veu, es el autor de una historia
bastante crítica de la República española. Al comenzar la Guerra Civil en 1936,
amenazado por elementos anarquistas, huyó a Francia y pasó la Guerra Civil en
Marsella. Regresó a España en 1938, se afincó en San Sebastián, donde se hizo amigo
de los falangistas catalanes que editaron la revista Destino y entró en
Barcelona, poco después de ser conquistada por las tropas franquistas en 1939.
Desencantado por lo que vio luego, se retiró a vivir a la casa familiar del
Ampurdán, donde estuvo hasta su muerte, en 1981. Y colorín colorado… este
cuento se ha acabado.
Foto de  Francesc Català-Roca
Badosa rompió el hechizo en
1994 con su biografía Josep Pla: El difícil equilibrio entre literatura i política
(Curial), aunque se refirió al espinoso asunto del espionaje en tono menor,
como un pecado de juventud producto de las circunstancias bélicas. Por lo
demás, la colaboración de Pla con el franquismo, incluso después de la guerra,
era bien conocida y esa fue la razón por la cual nunca recibió muchos honores
con la llegada de la democracia, empezando porque no se le concedió el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Sin embargo, gracias a su trabajo en
favor de la lengua y literatura catalana fue situado entre el grupo de «arrepentidos o pseudoarrepentidos»,
como señala Manuel Trallero en el prólogo del libro.
Por su parte, la
intelectualidad de izquierdas que dominaba la cultura catalana en los años
setenta y ochenta del siglo pasado siempre le echó en cara que nunca levantase
la voz contra el franquismo, ni siquiera para pedir un indulto, como le
reprochó Manuel Vázquez Montalbán.


Guixá no se anda por las
ramas y, en su exhaustivo trabajo de investigación en distintos archivos, nos
descubre otras facetas de Pla que van mas allá de su trabajo de espía a favor
de Franco. Incluso ha conseguido hacerse con informes del SIFNE, un servicio de
espionaje que terminó adscrito al Servicio de Información y Policía Militar
franquista, por cierto, dirigido por otro catalán, el general Ungría. Así nos
deja con la boca abierta al desvelar los contactos entre los franquistas y los
independentistas radicales de Estat
Catalá
durante la Guerra Civil.
No es el de Guixá un libro
anticatalán ni mucho menos, una cuestión que interesa precisar en estos
momentos, no vayamos a ser acusados de agarrar una parte por el todo, pero
enseña de forma indirecta el espejismo de esos espíritus que aparecen
como setas venenosas, bajo determinadas circunstancias en
todos los lugares y épocas.
De Pla se sabían cosas, pero
se desconocía su colaboración con la Falange y que llegó tan lejos como hacerlo
regularmente en la prensa falangista de primera hora, ya sea en FE
o el diario Arriba donde escribió artículos a favor de Mussolini
y visitó a José Antonio en la cárcel. ¿Pla fascista? No, más bien un conservador
descreído que al igual que otros prohombres patrios vio en el fascismo la única
reacción eficaz en contra del peligro rojo. Una lectura difícil de entender hoy
día, donde las interpretaciones interesadas del siglo pasado han producido una
lectura sin matices de ningún tipo.
El conservadurismo de Pla
hundía sus raíces en su tierra, que no era tanto España o Cataluña como el
Ampurdán y sus habitantes, esos payeses (campesinos) en los que vuelca
su mordacidad y ternura, y que forman una clase antigua y estática, a
diferencia del hombre moderno, el blanco del escritor catalán que lo define
como material humano «standard«,ya sea de Madrid o Barcelona.
Barcelona años cincuenta. Foto de Francesc Catalá-Roca
Tal vez por ello Pla oscilará
entre el cosmopolitismo y su terruño, pues después de cada viaje periodístico siempre vuelve a
su comarca. En el fondo, Pla es el hombre de las dos caras que se reflejan en
su afición por el movimiento y lo estático, la vida anárquica y el
conservadurismo, la misoginia y su larga relación con una mujer moderna, sustituida con queridas y prostitutas.
Esta puede ser una
explicación somera de la personalidad de este excelente periodista, autor de
buenos libros de viajes, y que dijo no tener imaginación para dedicarse a
escribir una novela. Gracias a ello fue el autor de una inmensa obra literaria
donde logró confundir vida y obra, persona y personaje. Publicada por su amigo
y editor Josep Vergés, en la editorial Destino (cuyo origen está en
aquella revista falangista), bordó memorias y biografías como si fuera un
pintor de paisajes, solo que en lugar de pinceles y colores empleó las  palabras.
Y en cuanto a sus pecados de
juventud, sean mortales o veniales, debemos leer también las hagiografías que
circulan por ahí sobre este hombre viejo con boina que se distrae con las
cosas de su tierra. Nada grave, pues la historiografía
reciente española es un espejismo en el que cada uno ha escrito la Historia a
su gusto y medida, y, en honor a la verdad, esta labor la empezó Franco y la
siguieron sus sucesores. Por eso hoy día es posible leer el mismo episodio
histórico en versiones opuestas, aunque la verdad no campea en ningún lado,
pues para que aflore deben sumarse todos los puntos de vista y dejar que el
transcurrir del tiempo elimine las pasiones y nos devuelva
la objetividad.
Josep Pla. Foto de Toni Vidal