Con motivo de la publicación de la última novela del escritor Fernando Martínez Laínez (Barcelona, 1941), «Los Libros de Plomo», hemos hablado con él de su libro y de uno de los géneros dominantes en la narrativa actual, el thriller, y en el que se inscribe esta obra. Martínez Laínez lo define como un «metagénero», algo que se cumple en «Los Libros de Plomo» donde se engloba a la novela negro-policiaca, la de espías, aventuras e histórica. Géneros todos ellos que Fernando Martínez Laínez conoce a la perfección pues fue uno de los iniciadores de la moderna novela negra española con «Carne de Trueque» (1977). Pero también ha publicado biografías, ensayos, libros de viaje, novelas juveniles e históricas. Así, entre otros premios, ha obtenido el V Premio Algaba de Investigación Histórica con un libro sobre los guerrilleros españoles en la Guerra de la Independencia de 1808 a 1814, titulado «Como lobos hambrientos». Y en dos ocasiones consiguió el Premio Rodolfo Walsh a la mejor obra de no-ficción otorgado por la Semana Negra de Gijón y la Asociación Internacional de Escritores Policíacos, y el Premio Grandes Viajeros de Ediciones B por «Tras los Pasos de Drácula».
¿Como escritor de larga trayectoria en diferentes géneros que significa esta obra en tu carrera?
En el aspecto literario personal, la novela «Los Libros de Plomo» es un premeditado homenaje a los géneros que más me han interesado desde los tiempos de lectura juvenil: la novela negro-policiaca, la novela de espías, la novela de aventuras y la novela histórica. Lo que he tratado es de fundir estos géneros en el marco del «thriller», que es una especie de metagénero capaz de englobar y trascender historias de contenido muy diferenciado, de acuerdo a sus propias reglas, que básicamente se reducen a dos: el protagonismo épico y la conspiración. Del choque entre ambos surgirá la trama.
¿Qué tiene que tener para ti una novela de acción o intriga para que atrape al lector?
La tensión es un elemento fundamental, pero no es el único, ni mucho menos. Un buen «thriller» (palabra que viene del inglés «taladrar», «estremecer») es aquel en el que los valores literarios predominan sobre el «suspense»; aquel que puede leerse por el puro placer de su lectura aunque sepamos de antemano el desenlace. La novela de acción contemporánea es la hija realista de la novela de aventuras romántica, y trata de intensificar la intriga como mecanismo de atención lectora, pero el ingrediente del misterio puede ser secundario en un «thriller» de calidad. Lo que nunca pueden faltar son los personajes bien construidos, porque toda la trama fluye a través de ellos.
¿Tienes algún modelo a la hora de pensar y escribir un thriller?
Por citar solo tres: El nombre de la rosa, de Umberto Eco; Chacal, de Fortsyth y El tesoro de Sierra Madre, de B. Traven. A mi juicio, son tres obras maestras en su género. Con ellas, además, sus autores alcanzaron una cota literaria que ya no volverían a lograr. ¿Piensas en el lector al escribir tus novelas? Inconscientemente, aunque algunos pretendan negarlo, todo aquel que escribe piensa en el lector. La escritura, en última instancia, es una forma de comunicación, y comunicarse exige siempre hablar de «otros». Una cuestión diferente es sacrificar la propia autenticidad en aras de ese colectivo invisible que es el lector, halagando sus pretendidos gustos, dictados por la moda, para que nos compre el libro. A mi me gusta escribir novelas que lea el mayor número posible de gente, pero cuando escribo intento no dejarme influir por lo que el lector pueda pensar.
Por la trama de la novela, crees más peligroso el iluminismo catastrofista, por llamarlo de algún modo, o las bombas nucleares portátiles?
Vivimos en un mundo bastante miserable y profundamente injusto, donde dos terceras partes de la Humanidad apenas disponen de lo más elemental para sobrevivir. La miseria en muchos casos no es solo material sino moral, de ausencia de valores sólidos y convicciones. Este tipo de miseria, además, está más acentuada quizá en esa parte rica del mundo que llamamos Occidente, un concepto que se está degradando a pasos agigantados. El iluminismo no deja de ser una salida para los «condenados de la tierra», aquellos que no tienen nada o muy poco que perder, y que esperan una vida mejor en el más allá o en un futuro distante. En el fondo es un concepto cristiano. Tanto eso, como las «bombas nucleares portátiles» representan visiones apocalípticas de grupos profundamente insatisfechos con el «statu quo» actual, pero no podemos olvidar que el verdadero terror nuclear está en manos de unos pocos Estados, que por nada del mundo están dispuestos a dejarse arrebatar esa fuerza que consideran exclusiva.
¿Cuánto tiene de realidad tu novela, teniendo en cuenta que el capítulo de la maleta con material nuclear fue verdadero?
Mi novela es una ficción, es una historia inventada, aunque el trasfondo y la ambientación sean realistas y dejen asomar la crítica a una situación histórica marcada por la confrontación de fuerzas e intereses, como ha sido siempre. Tengo que decir que de los personajes de la novela hay uno extraído totalmente de la realidad. Se trata de Graciana, la sacerdotisa del Sacromonte, y está inspirado en una vidente de origen asirio que conocí y entrevisté en Moscú durante el tiempo que estuve trabajando de periodista en la antigua Unión Soviética. El personaje real se llamaba «Dyuna» y era una mujer muy atractiva, de mirada hipnótica, que debía de tener algún poder especial intangible en su interior porque el KGB iba a buscarla a su casa para llevarla al Kremlin cada vez que Breshniev, el mandamás de la URSS, que estaba muy enfermo del corazón, sufría un ataque cardiaco.
¿Qué simbología guarda el plomo con los moriscos?
Los Libros de Plomo suponían una esperanza para los moriscos de Granada, sobre todo para el estamento de la nobleza morisca. Con ellos se intentaba reconstruir puentes entre el cristianismo y el islam. Se trataba de una falsificación bien urdida, producto de la desesperación de la población morisca ante su inminente expulsión de España, que pretendía vincular al pueblo árabe con los orígenes del Cristianismo en España y dignificar de paso la lengua árabe, la principal seña de identidad del pueblo morisco, prácticamente proscrita.
¿Y estos con el islamismo?
Viene a ser igual.
¿Crees que el terrorismo islamista ha sustituido en algún modo al terrorismo de ETA?
Son dos problemas distintos, que en principio solo tienen en común la amenaza y el fanatismo. En un caso, el fundamento original es una visión radical y casi desesperada del islam; en el otro, se trata de un movimiento separatista sustentado en el odio irracional a España y a todo lo español. Aquí y ahora, en este país, el terrorismo de ETA es mucho más peligroso porque atenta contra la existencia misma de la idea de España.
¿Por qué has elegido Granada como uno de los ejes geográficos centrales de tu novela?
Porque la considero un marco idóneo para cualquier historia de misterio o suspense. Es una ciudad única en Europa, con una Casbah (el Albaicín) instalada en pleno corazón urbano y que se ha mantenido prácticamente igual desde hace siglos. Granada tiene una atmósfera especial, rodeada de paisajes fantásticos y repleta de callejones, plazoletas, cuestas, rincones y pasadizos, con gentes de procedencia muy diversa, que la convierten en un escenario «negro» ideal. No me explico por qué el cine apenas ha explotado esta mina, que está ahí esperando ser utilizada. Espero que en el futuro lo haga.
¿Está en condiciones el CNI* de hacer frente a la amenaza del terrorismo islamista ?
Lo ignoro, pero confío en que así sea. Lo que sí sabemos es que en los últimos tiempos, sobre todo a partir del 14-M, el CNI ha aumentado bastante los recursos, tanto económicos como humanos, para neutralizar esta amenaza. También hay muchos más estudios académicos que antes en torno al islamismo radical, algunos de ellos impartidos, precisamente, en la Universidad de Granada.
¿Cómo definirías a los agentes del CNI protagonistas de la novela?
Hay dos protagonistas del CNI en «Los Libros de Plomo»: Héctor Medina y Berta Santana. Son personajes épicos que se entregan a la acción como una forma de ahuyentar sus propios fantasmas. Los dos arrastran un pasado tortuoso que en un momento de sus vidas estuvo a punto de destruirles, y del que se liberan recurriendo a la acción como una tabla de salvación existencial. En la vorágine que les envuelve dan de sí lo mejor que llevan dentro, pero están lastrados por sus recuerdos que, sobre todo el caso de Medina, salen a flote con frecuencia y son como cicatrices imborrables.
Es más una novela de espionaje o policial, pues también se contempla la figura de un comisario de policía, ¿no?
Como ya he dicho, la novela funde géneros diversos, entre ellos el que pudiéramos calificar de policiaco-negro. Ahí se hacía necesaria la aparición de una historia criminal en la que hubiera intervención policial. El comisario Alejandro Ayala, que es otro de los protagonistas de la novela, cumple ese papel.
En tu libro hay tres tramas interrelacionadas, ¿crees que ello refuerza la atención del lector?
Creo que sí. Eso implica un cambio de atmósfera y personajes que intensifica la intriga y agiliza la estructura de la novela, aunque hace más difícil el desenlace y se corre el riesgo de dejar algún cabo suelto, lo cual tampoco considero muy importante si el resto de la novela funciona. La vida real y los sucesos criminales cotidianos están repletos de cabos sueltos.
En tu novela haces mención a la actualidad política española, ¿como ves el momento actual?
Bastante malo y con un futuro muy incierto. España es como un barco que navega en zig-zag sin rumbo fijo.
También mencionas las prejubilaciones, ¿crees que es una medida saludable?
No existe respuesta única para eso. Depende del momento, el tipo de trabajo y otros factores de carácter social. Lo ideal sería que las prejubilaciones sirvieran para favorecer el empleo y el ascenso laboral de gente más joven y preparada, no para «adelgazar» empresas y dejar mayores ganancias en los bolsillos de quienes ya tienen muchas.
Tu anterior obra, «Banderas lejanas», no era una obra de ficción, y al haber practicado numerosos géneros, ¿en qué te basas para elegir uno u otro, ¿en cuál te sientes más cómodo?
En mi caso siempre es el tema el que determina el género. Cuando me decido a contar una historia, sea inventada o de no-ficción, es cuando elijo el marco genérico, la clave en la que quiero contarla. Esto me hace cambiar con frecuencia de registro literario, y esa variedad me gusta. Siempre he tratado de no repetirme, ni en las tramas ni en los géneros. La repetición -decía Freud- es la muerte.
¿Qué tipo de novela te gusta más y por qué?
El tipo de novela de acción que, además de estar bien escrita, te haga reflexionar y trate de mostrar el lado «B» de la política como ejercicio de cinismo y engaño autocomplaciente donde se juega el poder real, ese que la mayoría de los medios oculta. En este sentido, Le Carré sigue siendo un auténtico maestro, y también otros nombres como el escocés Ian Rankin, el italiano Giancarlo de Cataldo o el sueco Leif Parsson, con su trilogía sobre el declive del Estado de bienestar, que encabeza con una frase genial: «El mejor informador es aquel que no entiende el significado de lo que explica».
¿Tu experiencia profesional como periodista, en qué te ha beneficiado para la escritura de tus novelas?
Sobre todo en la posibilidad de aumentar la visión del mundo y poder conocer y entrevistar a una fauna humana muy variada, en una época en que el periodismo estaba en expansión y significaba más que ahora, cuando la información, con frecuencia, solo es una mercancía regida por las leyes de la mercadotecnia, con el peso añadido de la trivialización del valor de la palabra escrita. El periodismo supone un tipo de experiencia general acelerada muy difícil de obtener con otras profesiones. Sin duda, ha condicionado también mi técnica de trabajo, tanto en lo narrativo como en los aspectos documentales y el acercamiento a la realidad que, en definitiva, es la materia prima de la que extraigo mis historias.
¿Qué similitudes y diferencias hay entre la novela y el reportaje?
La novela y el buen reportaje son ramas del mismo tronco y pueden llegar a confundirse en lo literario, como demuestra el ejemplo reciente del periodista polaco Ryszard Kapúscinski, que hubiera merecido de sobra el premio Nobel de literatura. En cuanto a las diferencias, veo fundamentalmente dos: el enfoque y la dependencia colectiva. Una novela es una elaboración solitaria, que no requiere más contacto con la realidad que el recuerdo individual o la imaginación en el momento de escribirla. Pero para escribir un reportaje, el periodista siempre depende de otros, necesita de las informaciones, opiniones y declaraciones de otros. En este sentido, un reportaje es siempre una obra colectiva, aunque al final solo lo firme una persona. En cuanto al enfoque, es obvio que el reportaje trabaja siempre con el material de la realidad de un momento dado, aunque el periodista pueda fantasear o distorsionar algunos elementos de esa realidad, según su criterio subjetivo. En la novela, la materia real vinculada a la realidad no es necesaria. Uno puede inventarse perfectamente una historia con personajes imaginados, situada en un espacio-tiempo ajeno por completo a la experiencia vital del autor. La novela, en última instancia, siempre es una reflexión interior.
¿Qué es lo que te impulsa a escribir?
La inquietud y el deseo de comunicar. Quizá la escritura no sea más que el deseo de hacerse oír en un mundo discordante y embarullado, con un discurso cada vez más uniforme y manipulado por los grandes poderes de la tierra. En lo que a mi respecta, la escritura es como una atmósfera natural, necesito escribir y me siento peor cuando no lo hago.
¿Quieres añadir algo?
Lo haré en próximas novelas. Gracias por todo.
* CNI. Centro Nacional de Inteligencia. (Los servicios de inteligencia españoles).