Roberto González Fernandez. N de Nilo. 1997

Ignacio Colina
es el seudónimo de un escritor de Buenos Aires que mantiene su anonimato a
rajatabla y cumple con esa figura del escritor que, de cuando en
cuando, surge en las letras hispanas y desde su escondite ejerce de justiciero, un poco como si fuera el Zorro sólo que sin antifaz y espada. Sus armas son otras.
Evidentemente, se puede argumentar que desde la clandestinidad se juega con
ventaja, lo cual es cierto. Pero también en un mundillo tan cerrado y pequeño
como es la república de las letras en el ámbito hispanoamericano permite decir lo
que muchos piensan y no se animan a decir en público. Según
los datos que ha publicado en las redes sociales, Colina estudió filosofía y
letras en la Universidad Nacional de Tucumán. Lo que queda claro es que se
pasea por las redes sociales, sabe mucho de libros, sus afirmaciones pueden ser
tan excesivas como inteligentes, y lee más de lo que escribe. Pero tras mucho
pensarlo, y siendo este un blog abierto a los cuatro mares (¿o son cinco?) le
hacemos unas preguntas para que nos hable de libros y de él, que ya sabemos que
la vanidad es la sal de las letras.
¿De qué manera
recordás tus primeros acercamientos la literatura, cuándo te sentiste atraído
por ella?
Mis primeros
acercamientos fueron durante la niñez. Mi padre había trabado amistad con un
empresario naviero polaco que, sin saber uno por qué, comenzó a traerle libros,
clásicos, del Viejo Mundo.
Ahí es donde mi
padre comienza a interiorizarme sobre los grandes clásicos de autores como los
Homéridas, la triada trágica Helénica por antonomasia, el gran Virgilio.
Al mismo
tiempo también se inicia en mi hogar paterno un proceso de politización
importante donde ganaron lugar los textos de corte más filosófico: desde
Nicolás Copernico, pasando por los Paisajes infernales, David Hume, Nicolás de
Cusa, Marcus Borel, Rudolph Steiner, Julius Evola o Karl Jung.
Aclaro que los
alemanes cuando entienden, lo entienden todo. Como verá, ecléctica biblioteca
de filosofía, pero que de algún modo, después de un largo tiempo, la pienso
como una forma terrible de la literatura fantástica.
Mi padre, un
comunista devenido en peronista de Perón, a muy temprana edad también me inició
en el recorrido de obras de contenido político. De aquellos años recuerdo con
mucho cariño las discusiones sobre el accionar del Gringo Tosco, por ejemplo.
También mi
abuela, que en su juventud había trabajado como traductora para un sello
extinto de Buenos Aires, operó en mi formación.
Ella, Lleana
Andonov, me insertó de lleno en la obra de escritores búlgaros como Cernorizec
Hrabar, Constantino de Preslav o Juan el Exarca, autor de la deliciosa
Shestodnev.
¿Qué autores
te deslumbraron y por qué?
En mi respuesta
anterior di algunos nombres. Creo que todavía me deslumbran, y menciono como de
lectura obligatoria, a la obra de hombres como Dante Alighieri, Wolfgang
Goethe, Franz Kafka, William Faulkner o Welson Berrais, además de, claro, Edgar
Allan Poe. Todos excepto el último, de un terrible regionalismo y
particularismo europeo, pero no menos interesantes
¿Qué me
deslumbra de estos escritores? Sin dudas, su originalidad. La potencia creativa
para iluminar senderos desconocidos. Hablamos de inventores. Pensemos qué había
antes. Sin dudas que cambiaron la historia, ¿no?

Cris O´Really. Árbol con libros.

¿Tenés  escritores contemporáneos que te gustan?  ¿Por qué los elegís y quiénes son?
Seguro apunta
a la literatura local. Bueno, he de confesar que me gusta mucho lo que hacen
estos señores: Martín Kohan, Ignacio Molina, Rey Larva, Iván Moisseff, Naty
Menstrual, Sergio Fombona, Nicolás Correa, Rolando Revagliatti, Sandra Ávila,
Andrés Castañé, Julio Iscariote, Azucena Galettini, Patricio Pron, Gonzalo
Romano Gálvez, Diego Grillo Trubba, Cecilia Szperling, Diego Trelles Paz, Pablo
Gianera
.
Los elijo
porque trabajan. Es insólito, pero ahora hay que privilegiar el trabajo y luego
vemos si hay o no talento. Eso lo dirá el tiempo, que es tan tirano como el
gobierno de Cleómbroto I en esa Esparta que sucumbió ante Tebas.
No queda otra
que esperar.
No sé si le
conté que, por lazo familiar, fui muy amigo del maestro Adolfo Bioy Casares.
¿Sabe qué decía él de la literatura del 90 para acá? “¿Libros nuevos? ¿Para
qué? Con lo interesante que viene el diario ahora. No me hagás perder el tiempo
que para eso ya estuvo Silvina…”.
Yo me reía y
le decía que era un malpensado, un exagerado. Él siempre agregaba lo mismo, y
mire que yo sacaba el tema de la literatura local una y otra vez. Bioy me
decía: “¿Querés que te recomiende un libro nuevo? Fijáte, ahí me trajeron la
guía de teléfonos de este año”.
Era un pillo
genial.
¿Cómo es el
desarrollo de tu escritura? ¿Trabajás en borrador y luego vas agregando o
terminás el manuscrito y dejás las correcciones para otra etapa?
Rara vez
corrijo. Trato de escribir el manuscrito sin demasiadas vueltas. Los borradores
implican disponer de mucho tiempo. Yo no tengo esa ventaja. Al único al que no
le escatimo tiempo es a mi hijo Timmy.

¿Qué similitud
tiene Ignacio Colina con la construcción de sus personajes?
Nunca hice ese
análisis, sería pretender que la literatura dependa de un análisis psicológico,
pero rara vez el autor se encuentra completamente separado de su obra.
También debo
reconocer que nunca pensé que iba a transformarme en una celebridad.
Una cosa es el
reconocimiento que fui cosechando sobre todo en América Latina y otra esto que
pasa acá, en Argentina, sobre todo a través de canales como las redes sociales.
Prácticamente
mi escritura quedó relegada respecto de mi nombre. Es un poco fuerte. Que
escriban sobre uno, como leo últimamente en muchos medios, impacta.
Es curioso,
pero es un caso de una persona a la que el entorno transformó en personaje.
Quién sabe si
esa metamorfosis no será mi mejor obra.
¿Qué es la
literatura?
Un arte que en
la Argentina se extinguió a mediados de la década del 90.

Roberto González Fernandez. W en Rainbow (detalle) 1997

¿Cómo ves la
narrativa corta actual?

Si se refiere
a la local, muy mal. Me salió un verso. Hay una pobreza discursiva y temática
importante. Prácticamente se repiten los mismos tópicos en la última década y
el grueso de los nuevos autores refleja una carencia en su formación que
realmente preocupa.
Gente que
escribe sin leer. O que, de leer, lee mal. Nuevos autores que se leen entre sí
en un círculo muy pobre. Porque si usted no va a la fuente, no conoce el
recorrido ni los errores que la literatura ha ido superando, entonces reinventa
mal un universo ya pulido. Lo mancha.
Escritores
mediocres que se retroalimentan de pares. Es un diálogo de enfermos del que
nada bueno puede salir. También falta cultura general. Por más bueno que haya
sido, no alcanza con leer a Cortázar, jóvenes. Les parecerá tonto, pero saber
cómo era el Paraguay de Roa Bastos también aporta herramientas para posteriores
textos.
¿Qué es lo más
lindo de ser un escritor reconocido?
No tener que
volver a pagar por ningún libro, prácticamente. También, que te invitan a
viajes y conferencias y te dejan alojarte en buenos hoteles. La gente reniega
del confort pero es una de las grandes inversiones del capitalismo.
También me
acerca a muchas mujeres, que son un de las principales razones de mi
supervivencia en este planeta.
El sexo me
mantiene tan vivo como la literatura.
¿Qué estás
escribiendo ahora?
No suelo
hablar de lo que estoy desarrollando, pero sí puedo anticiparte que trabajo en
un proyecto multicultural que combinará teatro, musical y cine. Me estoy
tomando un respiro de la literatura. Los últimos libros, sinceramente, me
dejaron exhausto.
También está
el tema de la salud mi hijo, que necesariamente requiere de mucha energía de mi
parte.
¿Sobre qué
tema te gustaría enfocar en tu próximo libro?
No lo he
pensado todavía. Creo que habrá algo de devastación moral en la Argentina
matizado con el quiebre del modelo democrático local. Estimo que lo trabajaré
en clave de poesía en verso. Hay una destrucción ininterrumpida de
instituciones que merece contarse. Para esto tengo pensado radicarme en otro
país. Escribir sobre Argentina hoy, estando en Argentina, me parece muy
peligroso.

Césare Barzacchi. Puesto callejero, 1941