La noche del 25 de febrero de 1953, el finlandés Ensio Tiira, un joven veinteañero alistado en la Legión Extranjera francesa, se deslizó con una cuerda por uno de los flancos de la nave de transporte Skanbryn, que en esos momentos se dirigía hacia Saigón, y se encontraba en el estrecho de Malaca. 

Con él estaba otro legionario, un sueco apellidado Ericsson, quien había planeado la fuga. La pareja se sentó en un bote salvavidas, o mejor, en una especie de balsa, que habían botado previamente en el mar, y se alejaron tan pronto como pudieron de la nave con la ayuda de los dos pequeños remos que tenían a bordo. Habían guardado en la balsa comida para tres días, más o menos. Su plan consistía en pisar tierra, en unas pocas horas, en la costa norte de Sumatra.

Sin embargo, la corriente era más fuerte que la fuerza de sus remos y los empujó hacia el océano Indico. Pronto agotaron los alimentos y el agua, y empezó una lenta agonía, hora tras hora, en la amplia extensión del mar, bajo un cruel sol tropical. Una agonía terrible, en el que se entrelazaba el tormento de la sed con el de la piel quemada, junto al hambre y la esperanza de avistar un barco que los rescatase, pero sólo divisaron uno a un par de millas que no les vio. 

También debían hacer frente a los asaltos de los tiburones, que olfateaban el olor a cadáver, un peligro no menos terrorífico que las alucinaciones y la locura de estos dos desgraciados náufragos que sobreviven gracias al agua de la lluvia de las tormentas tropicales y algún cangrejo marino devorado entre náuseas y vómitos. A los diecisiete días, Ericsson muere. A los treinta y dos Tiira es recogido por el buque mercante inglés Alendi Hille cuando ya estaba agonizando, y sólo tenía fuerza para golpear el remo contra un lado de la balsa para llamar la atención de sus salvadores.

Esta apasionante aventura la contó Tiira en su libro «La balsa de la desesperación» con un estilo simple y directo, que posee la huella de las más absoluta verdad desde la primera hasta la última página. Todas las otras historias de náufragos a la deriva que conocemos son una broma en comparación con este testimonio sobre los propios sufrimientos de un joven que nunca había escrito una línea. Incluso la historia del naufragio de Arthur Gordon Pym, el héroe de E.A. Poe, carece de los terroríficos detalles de esta narración como la manía persecutoria del desafortunado Ericsson, que cegado por el resplandor del sol y con la garganta reseca por la sed, acusa a su compañero de desventura de querer arrojarlo al mar. O algo tan horrible como la gaviota que, unos días después de la muerte de Ericsson, se posa en la balsa para saltar luego sobre el cadáver arrojado al mar.

 

Pero una vez «digerida», por así decirlo, la impresión que causa la historia en sí, el lector se apresura a hacerse una pregunta. Y la pregunta es la siguiente: ¿Por qué de los dos hombres, uno, Ericsson, muere y otro, Tiira, sobrevive? ¿Cuál fue el factor determinante para resistir más y salvarse?La primera respuesta, por supuesto, sería la de basarse en las condiciones físicas. Uno puede pensar que Ericsson, tan fuerte y acostumbrado a un largo entrenamiento en la Legión, tenía una mejor constitución que Tiira, mucho menos endurecido, por ejemplo, para soportar el suplicio del sol en el mar. Pero esta explicación no es suficiente. En la lectura de la historia es bastante obvio que la razón del fracaso de Ericsson y la supervivencia de Tiira reside en el temperamento, y no en la constitución física. Ericsson era más fuerte y duro que Tiira, delgado y menudo. Sin embargo, es el primero que sucumbe, y esto es porque hay una diferencia entre los dos bastante notable en cuanto a la voluntad de vivir. En el libro, Tiira no ataca a su amigo en beneficio propio. Él se limita a describir las etapas de su resistencia en la larga agonía. Pero sin pensarlo ni quererlo nos proporciona la clave de su supervivencia que es de raíz sicológica y no fisiológica.

 

 

Mientras tanto, la primera cosa que llama la atención de Ericsson es su propensión a lo fantástico. Él, ya antes de la fuga, fantasea sobre la llegada a las costas de Sumatra y la ciudad de Koetaradja, que sólo conocía por los mapas, como si ya hubiera estado allí. Más adelante, él sueña con gran viveza de encontrarse con un buque sueco. No le es suficiente un buque cualquiera, lo quiere, para colmo de suerte, de su país. Posteriormente, cuando la esperanza de llegar a las costas de Sumatra resulta imposible, quiere izar una vela de fortuna hecha con su camisa para lograr nada menos que alcanzar la ruta que seguían los barcos que iban de Colombo a Singapur. El habla de esta ruta como si la viese, y el azotar de la camisa agitada por el viento le parece un presagio seguro de salvación. Esta propensión a la fantasía es compensada con depresiones súbitas, que le restan energías y predisponen a abandonarse y no resistir más. La terrible navegación en la balsa apenas ha comenzado y nosotros nos damos cuenta de que él será el primero en caer. Su misma propensión en los primeros días, al canto, o sea a la evasión sentimental y fantástica de la tremenda realidad que gravitaba encima de su compañero y él, revela algo como una debilidad íntima que muy pronto se manifiesta con sus dolientes comentarios: «No aguanto mas Ensio, no aguanto más».En cambio al narrador, Tiira, se comprende pronto que es más sólido que su compañero. Tiene menos fantasía y por lo tanto es menos propenso a la euforia y la depresión. Los pequeñas cuestiones prácticas (es una forma de hablar, ya que de ellas depende la supervivencia) lo ocupan enseguida: la reparación de la red de tiras de cáñamo del fondo de la balsa, o el recoger la mayor cantidad posible de agua de la lluvia y tareas similares, le absorven hora tras hora, y le ayuda a sobrevivir. Su carácter esta todo en el empeño de sobrevivir y así en la último momento de su calvario, cuando ya ha sido descubierto por el Alendi Hill, aunque se encuentra en una estado de debilidad total, e incluso es incapaz de cooperar en las tareas de salvamento, toda su preocupación consiste en no perder los zapatos y llevar consigo su preciosa botella de agua. Y así se hace subir a bordo, calzado y con la botella debajo de la camisa…

Los escandinavos tiene una rica historia en navegación y naufragios. Los vikingos de hace mil años no hicieron otra cosa que navegar, naufragar y, a veces, conseguir salvarse. Pero nosotros dudamos mucho que en todas las sagas que tienen como teatro el Océano Atlántico, haya alguna tan envolvente y dramática como la del sueco Ericsson y el finlandés Tiira a la deriva en su balsa en medio de la extensión de la brillante océano Indico.

 

Nella notte del 25 febbraio 1953, il finlandese Ensio Tiira, un giovannotto poco più che ventenne, ingaggiato nella Legione Straniera, si filò con una corda, fuori delle murate della nave di trasporto Skanbryn, navigante verso Saigon, e in quel momento alla imbocatura dello stretto di Malacca. Era con lui un altro legionario, e questo svedese: certo Ericsson, il quale era stato il ideatore della evasione. I due presero posto su un canotto di salvataggio o, meglio, su una specie di zattera, da loro precedentemente calata in mare, e si allontanarono piu presto che poterono dalla nave, coi due piccoli remi. Avevamo con se viveri sufficienti, si e no, per tre giorni. La loro speranza era quella di poter prendere terra, di li a poche ore, sulla costa settentrionale di Sumatra.
Invece, la corrente dello stretto fu molto più forte dei loro remi; e li portò al largo, nell’ Oceano Indiano. E consumati quei pocchi viveri, cominciò per loro una agonia centellinata ora per ora, sulla distesa abbacinnante del mare, sotto un crudele sole tropicale. Una agonia atroce, in cui il tormento della sete si intreccia con quello delle ustioni e delle piaghe sula pelle; in cui i sussulti di speranza, per qualche nave che passa a un paio di miglia della zattera (e poi non li vede) si alternano a cupi abbandoni; in cui gli atacchi degli scuali che seguono l’imbarcazione come se vi sentissero fin dal primo momento odore di cadavere, sono meno terrificanti degli assalti della monomania e della follia ai cervelli dei due sventurati naufraghi; in cui il soccorso offerto dall’ acqua piovana dei temporali tropicali, o di qualche granchio marino succhiato tra i conati dinausea è soltanto una dilazione alla fine sempre piu vicina. Al diciasettesimo giorno, l’ Ericsson soccombette. Al trenduesimo, il Tiira fue raccolto dalla nave mercantile inglese Alendi Hile mentre era agli estremi, e aveva soltanto la forza di battere u remo control ilbordo del canotto, per invocare aiuto.
Il racconto che il Tiira fa della sua avventura nel volumen «La zattera della disperazione» publicato di recente da Longanesi è semplice, schietto, e porta l’ impronta della più assoluta veridicità dalla prima pagina all’ ultima. Tutti gli altri racconti di naufraghi alla deriva che conosciamo sono acqua fresca in confronto a questa testimonianza resa sulle propie sofferenze da un giovannotto che non ha mai pubblicato una riga. Perfino il racconto del naufragio di Gordon Pym, l’eroe di Poe, a bordo del brigantino che corre alla fortuna del mare, non ha certi particolari tremendi di questo; non ha nulla, per esempio, che conmuova tanto quanto gi accessi di mania di persecuzone dello sventurato Ericsson, che accecato dal riverbero, con la gola stretta dalla morsa della sete, accusa il suo compagno di sventura di volerlo buttare in mare; o nulla che faccia tanto inorridire come il gabbiano che,a qualche giorno dalla morte di Ericsson, quando il cadvare sperge già sul mare lódore della descomposizione, si posa sull bordo della zattera, e zampetta verso il cadavere.

 

Per l’altro, appena «digerita», per cosi dire, l’ impressione profonda del racconto in sé, il lettore non tarda a porsi una domanda. E la domanda è questa: «Perché, di quei due uomini, uno, l’ Ericsson, soccombete, è l’ altro, il Tiira, sopravisse? Che cosa ci fe, e queale fu il elemento determinante, per cui questi potè resistere di più al’ agonia e salvarsi?».

La prima risposta che, ovviamente, viene fatto di dare a queste domande attinge alle condizioni fisiche. Si può pensare che l’ Ericsson, per quanto robusto e collaudato dal lungo allenamento nella Legione, avesse una costituzione meno temprata del Tiira, per esempio, a sopportare il suplizio del sole sul mare. Ma questa spiegazione non basta. Leggendo il racconto si sente subito che la ragione del cedimento dell’ Ericsson, e della sopravivenza del Tiira risiede nel temperamento, e non nella costituzione fisica. Lo Ericsson, ficamente, era anzi piu forte e robusto del Tiira, giovanotto minuto. Eppure quello soccombe, e questo si salva, perchè tra i due c’è una diffrenza notevolisima di forza vitale, di volontá di vivere. Il Tiira, raccontando, non pensa certamente a fornire test a carico del propio amico e a vantaggio propio. Egli si limita a descrivere le fasi della loro resistenza alla lunga agonia. Ma, senza pensarci, e senza volerlo, egli ci fornisce le spigazione vera che è di caratere sicologico più assai che fisiologico.
Intanto la prima cosa che colpisce nello Ericsson, è la sua propensione fantastica. Egli, prima di effettuare la fuga, vaggheggia l’approdo sulle coste di Sumatra, la accoglienza nella cittè di Koetaradja, da lui veduta solo sulla carta, come se vi fosse gia arrivato. Più tardi, egli sogna con una vivezza affascinante di potersi imbattere in una nave svedese; non gli basta una nave qualunque, la vuole propio, per colmo di fortuna, del suo paese. Più tardi ancora, quando la speranza di toccare Sumatra è sfumata, egli vuole issare una vela di fortuna, costituita da un camiciotto, per raggiungere nientemeno che la rotta delle navi da Columbus a Singapore; questa rotta, egli ne parla como se la vedesse; e il battito del camiciotto squassato dal vento gli pare presagio sicuro di salvezza. Questa propensione fanstatica e poi da lui scontata con abbattimenti profondi, che logorano le sue energie e lo predispongono ad abbandonarsi a non resistire più. La terribile navigazioni a bordo della zattera è appena cominciata, che noi, dalla prima sua battuta, ci accorgiamo che egli sarè il primo a cedere. La stessa sua propensione, nei primi giorni, al canto, ciè alla evasione sentimentale e fantastica dalla realtà tremenda che gravava sempre più adosso a lui e al compagno, rivela qualcosa come una debolezza intima e presto si palesa nei suoi dolenti: «Non ce la faccio più ansio; non ce la faccio propio più.
Quanto al raccontatore, cioè al Tiira, si fa presto a capire ch’ egli è molto più solido del compagno. Egli ha molto meno fantasia, e quindi è meno propenso alle esaltazioni e alle depressioni. Le piccole questioni pratiche lo prensono subito; la riparazione della rete di striscie di canapa che costituisc il fondo del canotto, o gli spedienti per raccogliere la maggiore quantitè di acqua piovana e simili, lo assorbono tutto, ora per ora; e ciè lo aiuta a durare. Il suo carattere è tutto nell’ impegno con cui, all’ ultimissima ora della sua odissea, quando giè è stato avvistato dalla Alendi Hill, egli, pure nello stato di debolezza strema e di semi deliquio in cui si trova, ed incapace quasi di cooperare al propio salvamento, è tutto preso della preocupazione di calzare le propie scarpe, di prendere con sé la sua preziosa bottiglia di acqua; e si fa issare così a bordo, con le scarpe ai piedi e la bottiglia sotto la camicia…
 

La storia del scandinavi e ricchissima di avventure di navigazioni e di naufraghi. I vikinghi di mille anni fa, altro che questo non fecero: navigare, naufragare, qualche volta salvarsi. Ma noi dubitiamo molto che in tutte le saghe che anno di solito per teatro l’ oceano Atlantico, ce ne sia alcuna come la storia dello svedese Ericsson e del finalndese Tiira alla deriva nella loro zattera, in mezzo alla balenante distesa dell’oceano Indico