Sid Vicious estuvo aquí. Foto de Dennis Morris
Federico Stahl
-escritor, músico y poeta- es un personaje que aparece, desde que fuera creado
en el 2006, en distintas ucronías de Sanchiz como parte de un gran plan en el
que cada una de las narraciones puede ser considerada el fragmento de una obra
total. Al decir del catedrático español Jesús Montoya, que ha estudiado al
autor uruguayo, “su obra está atravesada por la borgiana intuición de senderos
que se bifurcan en universos paralelos, que se abren en cada uno de sus relatos
y se cierran a su término.” “Todo ello protagonizado por Federico Stahl, una
suerte de alter-ego del autor que muta levemente en cada una”. Esta faraónica
creación, aun en proceso, y que no tiene precedentes en nuestra literatura,
incluye hasta el momento las siguientes novelas: 0.1 lineal (Editorial
Anidia, 2008, España), Perséfone (Estuario editora, 2009), Vampiros
porteños, sombras solitarias
(Editorial Meninas Cartoneras, 2010, España), Nadie
recuerda a Mlejnas
(Editorial Reina Negra, 2011, Bs. As.), La vista
desde el puente
(Estuario editora, 2011, Uruguay) y Trashpunk
(Ediciones CEC, 2012, Argentina); además los libros de relatos: Del otro
lado
(La Propia Cartonera, 2010, Uruguay), Algunos de los otros
(Premios Fondos Concursables 2009-Trilce, 2010, Uruguay) y Los otros libros (La
Propia Cartonera, 2012).

Bañera
burbujeante
En «Los
Viajes», un ingeniero, que reside en un precario departamento del Palacio
Salvo (un sitio rodeado por un halo de misterio, y sobre el que circulan
siniestras historias de monstruos lovecraftianos), construye una máquina dotada
de inteligencia artificial. Con el fin de comunicarse con ella, convence a
Federico Stahl para participar de un experimento que incluye un tanque de
aislamiento sensorial instalado en una bañera, drogas de diseño y un bizarro
sistema de realidad virtual generado por viejas computadoras conectadas a la
red. Como resultado, el sujeto del experimento tiene visiones epifánicas que lo
llevan a considerar el sentido de su papel en el universo, o mejor dicho del
multiverso, ya que existen muchos Federico Stalh en mundos alternativos. Las
drogas que le proporciona la máquina lo hacen afirmar cosas como: “todo estaba
en mí, y yo estaba en todos. A cada momento y en todas partes”. Esa IA, que
alcanza su conciencia propagándose por internet, le ayuda a comprender la
reconciliación de los opuestos y obtener un conocimiento de sí mismo que no
puede expresar con palabras. 
Tras
el experimento, el protagonista narrador abandona el Palacio Salvo y mientras
camina por la ciudad, comienza a notar que los colores del ocaso se derraman de
un modo inusual sobre el paisaje, hasta el punto de desdibujar la ciudad de
Montevideo. Así, Stahl se traslada a un universo-burbuja (que se identifica con
un balneario llamado Punta de piedra), en el que no envejece, vive sin
dificultades económicas, y puede convivir con amigos o amores que en el mundo “real”
habían fallecido. Sin embargo, no tarda en sentir la falsedad de este paraíso
artificial, y comienza a buscar una salida. Los cuestionamientos se suceden sin
pausa, hasta el punto de no poder discernir si efectivamente se encuentra en
esa playa, o si por el contrario, todavía continúa conectado a una máquina de
realidad virtual. En su infatigable intento por regresar al mundo real (si es
que tal cosa efectivamente existe), llega a la conclusión de que Punta de Piedra
es un punto de confluencia entre distintas realidades. Con la ayuda de un
tratado y un diario dejados por otras versiones de Federico Stahl, intentará
escapar de este sitio poblado de fantasmas del pasado o de su propia mente.
Detalle de foto de Bob Carlos Clarke
Alquimia y multiversos
«Los
Viajes» es una nouvelle muy bien escrita, imaginativa y sobre todo
riquísima en cuanto a significados. Para comprenderlo, basta con esbozar
algunas de las posibles lecturas.
Como
novela de ciencia ficción podríamos inscribirla dentro del ciberpunk, con su
cóctel de antihéroes, y realidad virtual, pero también debemos considerar a los
universos paralelos, las realidades alternativas interconectadas y las
ucronías. Hay una extraordinaria descripción de los procesos mentales que se
hacen visibles gracias a la pericia del autor, y los aspectos cientificistas
van muy bien de la mano con consideraciones de tipo teosófico y filosófico.
Así, por ejemplo, las reflexiones que realiza el creador de la mencionada
computadora inteligente son muy ilustrativas. Para el viejo, la inteligencia es
un proceso que describe como “la posibilidad de iterar, de dar saltos
cuánticos, es decir, entre dimensiones”. También postula que la inteligencia es
colectiva y no individual como se suele creer. “Todos somos nodos de una red, o
momentos de una conciencia escindida y volcada en todos en subcompartimientos”.
“El universo es una gigantesca mente, de la cual todos somos neuronas”. “Y esa
“sobremente” es una computadora cuántica que procesa lo que llamamos realidad”
“Los antiguos la reverenciaron como Dios”.
El
propio pueblito de pescadores en el que se desarrolla casi toda la acción está
cargado de símbolos y de significados que redimensionan la anécdota. Punta de
Piedra ocupa un área circular del que no se puede huir, porque cuando uno llega
a un límite termina regresando al principio como si se desplazara por una cinta
de Moebius. El círculo, al decir de Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de
símbolos, suele corresponderse con un “retorno a la unidad tras la
multiplicidad”, lo que en este caso es muy significativo, tratándose de un
lugar que funciona como punto de confluencia de distintos universos y versiones
del protagonista. Mide 5 kilómetros de diámetro, es un gigantesco arenal, y al
noroeste limita con el mar y al noreste con un barranco infranqueable. El
número 5 (de nuevo Cirlot) es el símbolo del hombre, lo que nos indica que es
un espacio a la medida del individuo que lo habita. Las dunas, la arena, etc.,
representan el desierto mítico que debe recorrer antes de alcanzar su objetivo.
El barranco (único frontera natural según se señala) representa el límite de
sus posibilidades humanas: más allá no puede ir, saber o conocer, por eso la
altura del barranco es de 300 metros (múltiplo de 3, símbolo de la
divinidad). 
El
propio nombre “Punta de Piedra” tampoco puede ser tomado a la ligera. La piedra
es un símbolo del ser y de la cohesión, y la piedra filosofal representa la
unión de los contrarios, es símbolo de la totalidad. Según Evola, no hay
diferencia entre el descubrimiento de la piedra filosofal y el nacimiento
eterno. Recordemos de paso que en este lugar el personaje no envejece, y que la
importancia de la alquimia es inherente a la propia anécdota. De hecho, el
Tratado de las puertas y los pasajes-que debería proporcionarle un medio de
escape- es descrito como un libro de “alquimia de otro mundo”. Los alquimistas,
explica el autor del tratado, “habían sido los sobrevivientes medievales de una
orden antiquísima cuyos miembros recorrían el mundo en busca de ciertos
secretos (…) rastreando los elementos necesarios para crear una máquina que
disolviera la simulación y devolviera a los humanos a la realidad”.

Detalle de ilustración de Mel Odom
El
mar, que integra el espacio geográfico, aparece en su función regeneradora, ya
que devuelve a la vida a la novia de Federico. Agustina, que había muerto años
atrás, es regresada por el mar, y con una rosa (que no se marchita) en su mano
derecha. Esa rosa (símbolo del logro absoluto en alquimia) será clave para
intentar el regreso al “mundo real”. 
Otra
de las posibilidades es considerar las peripecias de Federico para abandonar un
mundo en el que está seguro y tiene sus necesidades satisfechas, como un intento
de cumplir con una fase de crecimiento. En ese sentido, podríamos hablar de un
rito de pasaje o viaje iniciático, lo que nos permitiría considerar también una
lectura antropológica.
Todo es ilusión
Como
se advierte, estamos en presencia de una obra que admite muchas lecturas, desde
la ciencia ficción, la física, la filosofía, la psicología (gestalt incluida),
la alquimia… Y aun hay más. Podríamos intentar un abordaje del artista como
creador, por ejemplo, o una relectura de algunos temas de Borges o de Dick (a
los que se menciona puntualmente), y también, porque no, una lectura acaso más
obvia, que interprete Los Viajes como una extrapolación del hombre
contemporáneo, que se sumerge en un ilusión permanente donde el tópico
realidad-apariencia adquiere tonos de incertidumbre metafísica. 
En
definitiva, lo más importante es que estamos frente a una obra total,
probablemente una de las novelas más ambiciosas de los últimos años, que
cautiva la imaginación de los lectores y se erige como un desafío para los
exégetas.


Los Viajes, 
Ramiro Sanchiz, 
110 páginas, 
Melón editora, 
Buenos Aires, 2012.