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Marcel Schwob |
que este mismo blog publicó el 30 de diciembre de 2011, sobre el
escritor Marcel Schwob, en el que Luis de León hace un excelente
análisis de la literatura de este ilustre francés y, en especial, de su libro Vidas
imaginarias.
francés y traerlo de nuevo hasta aquí, ya que pienso que a muchos nos
interesará saber un poco más de la vida de este singularísimo escritor, volviendo
con su memoria, con unos someros apuntes de su vida y trayectoria literaria.
batín, sentado frente a una mesa iluminada por dos lamparitas, vestida con unos
faldones de damasco. Un atril sobre ella, cuadernos y plumas, unas tazas, un
pequeño samovar humeante. Tras su figura sentada, inclinado sobre la mesa,
escribiendo con una caligrafía ajustada y simétrica, anaqueles de libros
cubriendo las paredes, y unos cortinajes
de terciopelo verdeceledón separando el estudio de la alcoba, que ahora aparece
oscura. Varios gatos; sobre el diván, en la ventana, en la misma mesa junto a
un globo terráqueo. A sus pies un perro japonés que le regaló Robert de
Montesquieu, el dandi entre los dandis (el barón de Charlus en la novela de
Proust).
sonriente, elegante, con un semblante más que inteligente, de mirada precisa y
poseedor de una voz dulce y melodiosa, como también sabemos que la tenía.
Contaré algunas cosas de él.
era André Marcel Mayer, fue el tercer vástago de una familia judía de
rabinos, médicos y periodistas con orígenes egipcios y alsacianos que nacería
en agosto de 1867, muy cerca de París, en Chaville. La familia vivía en Nantes,
de cuyo diario Le Phare de la Loire era editor y propietario su padre Isaac
Georges Schwob. Este, compañero de estudios de Flaubert y Théophile
Gautier, conoció al mismísimo Baudelaire; el ambiente no podía ser
más propicio para el prodigioso Marcel, que haría de las lenguas y de la
literatura su principal ocupación desde muchacho, convirtiéndose en un
estudioso que entregaría su vida a las letras, a todas las letras, haciéndose
traductor, filólogo, periodista… y todo ello de manera sobresaliente y sorprendente,
pues así fue su obra literaria, sorprendente y riquísima, a pesar de su
lamentable brevedad.
sobre la novela de Julio Verne Un capitán de quince años. Verne
era amigo de su padre, juntos escribieron un vodevil, que no llegaron a
estrenar. Con catorce años viaja a París, donde le espera su tío Léon Cahun,
hermano de su madre, director de la Biblioteca Mazarino en el Instituto de
Francia, un cargo principal en la cultura francesa, de un país amante como
ninguno de la literatura. Marcel residirá en el mismo Instituto, rodeado de
libros. Lo matriculan en el Liceo Louis-le-Grand donde mostró unas
extraordinarias dotes políglotas, tanto con las lenguas vivas como con las
muertas. Dominaba el latín y el griego, estudiará el sánscrito y las distintas
paleografías, matriculándose en la Escuela de Altos Estudios Sociales. Hablaba
el alemán gracias a sus preceptores, leyendo temprano a sus clásicos
románticos, y del inglés adquirió tal dominio que, desde jovencito, pudo dedicarse
a traducir a sus favoritos. Primero a Robert Louis Stevenson, con el que
fraguó una buena amistad tras escribir el prefacio para una de sus novelas, El
dinamitero; más tarde tradujo a Daniel Defoe, su Moll Flanders,
para finalmente hacerlo al mismísimo Shakespeare. Se enamoró de la
literatura inglesa, del decadente Swinburne, de Georges Meredith,
y cómo no, de Poe y de Thomas de Quincey (adoración de este
último que suscribe quien esto escribe). Durante toda su vida haría frecuentes
viajes a Gran Bretaña y las islas del Canal.
estudió el Talmud, lo que le favoreció su soberbio don para las lenguas,
y fue en la filología adonde primero dirigió sus pasos. Los versos de François
Villon (1431-1463) y de Rabelais (1494-1553) le llevaron al estudio
de los argots del siglo XV, a la investigación del francés que hablaban
delincuentes y marginados del bajo medievo, alcanzando tal nivel erudito, que
con apenas veintidós años es invitado a ser miembro de la Sociedad Lingüística.
falsos peregrinos a Santiago de Compostela, comerciantes de conchas y trileros,
reconvertidos, dos siglos más tarde, en partidas de bandidos que provocaron
virulentas revueltas en la Borgoña. Como filólogo recuperó a Villon, el
primer poeta francés, el poeta de las calles de París. Villon y Stevenson
serían sus ídolos y objetos de dedicación para siempre.
todo joven de inteligencia inquieta, amaba la aventura y fue Stevenson el modelo
de su elección, su escritor preferido. Lo descubre con diecisiete años con la
lectura de La isla del tesoro en un viaje a la Costa Azul. Stevenson
propone que la vida mezcle literatura, arte y aventura. Es una combinación
perfecta para el joven erudito, que pasa sus días en la Biblioteca Mazarino,
realizando intensas investigaciones en temas de la Antigüedad, y que, fuera de
estas mesas y pupitres, pocas aventuras tiene.
filológicos, cuya licenciatura obtiene con veinte años, empezará a publicar
artículos y relatos en los más importantes periódicos parisinos, en el Mercure
de France, en L´Echo de Paris, que dirige Catulle Mendès, y
del que le encargan la dirección del suplemento literario. Su carrera resulta
espectacular, obteniendo un reconocimiento inmediato por sus iguales, la crema
de la sociedad literaria. Desde muy joven, se ve rodeado de los grandes de las
letras francesas. Quienes serán nobel Anatole France y André Gide;
Colette, novelista de gran recorrido, máxima estrella de la escena
literaria, son sus frecuentes amigos.
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Marcel Schwob |
el suicidio de un tiro en el corazón de su íntimo colega en sus estudios
medievalistas, decide alejarse de ellos e iniciar las traducciones de la obra
de autores que le interesan. Traducirá a su favorito Stevenson y corrige el Salomé
de Oscar Wilde, que este otro divino irlandés escribió en francés. (En
los tristes finales días de Wilde en la ciudad del Sena, Schwob confortó al
espectral Melmoth en que se había convertido el autor del De Profundis,
tras la debacle sufrida entre juicios y amores, tras salir de la cárcel de
Reading. Wilde le había dedicado su poema en prosa La esfinge).
argot francés, Schwob hace entrega al público de sus primeras series de
cuentos, extravagantes relatos cortos de un gusto literario excepcional,
historias cuya mezcla de erudición y misterio las hace absolutamente
fascinantes. Publica Corazón doble y El rey de la máscara de oro
(primero de él que yo leí fascinado en mi primera juventud). En Corazón
doble, a través de treinta y cuatro relatos, el autor se debate entre los
sentimientos del terror y la bondad humanos en un especialísimo equilibrio
sensible.
que cultiva la amistad de próceres que lo consideran como una luminaria. Son
sus compañeros del Liceo León Daudet y Paul Valery, preboste que
le dedica un ensayo sobre Leonardo da Vinci, lo mismo que el rey
iconoclasta Alfred Jarry, que le dice a Schwob que es el hombre que lo
sabe todo, dedicándole su Ubu Roi. Los Goncourt, Jules Renard,
Octave Mirbeau, toda la Francia literaria son su círculo.
complica tras enamorarse locamente de una joven de un barrio obrero que trabaja
ocasionalmente de prostituta, una jovencita triste, enferma de tuberculosis
pero fumadora compulsiva, que le escribe poemas con lápices de colores. Louise
era su nombre y él la llamará Petite Vise. Schwob, en el ambiente de su
protagonista Villon, se enamoraba de una chica de la calle, del arrabal. Quien
vivía en el Panteón de los ilustres, en el Parnaso, en el cielo de las letras,
se enamora de una jovencita mísera que solo le traerá tristeza, enfermedad y
muerte. Desde que la conoció una tarde lluviosa de otoño, se hizo su amante y
la cuidó hasta que muriese en 1893 víctima de la tisis. Tras su muerte, Marcel
se deprime extremadamente y también enferma. Se detectan los primeros síntomas
de una enfermedad que nunca pudieron diagnosticar. Comienza a consumir éter y a
fumar opio, algo común en su ambiente. Enloquece un tanto ocupándose del
cuidado de las muñecas que su amante tenía, mientras escribe una de sus joyas
literarias, el Libro de Monelle, inspirado por su amor enterrado.
dama de las letras que se entrega a su persona. Será su mejor amiga y
confidente, quien le consuela de la depresión por la muerte de Louise, y quien
le presente a su nuevo amor, la gloria de la dramaturgia Marguerite Moreno,
franco-argentina que fue protagonista de más de medio siglo del teatro francés.
pensar seriamente en suicidarse, se unirá a lo más granado de las mujeres de la
época, de la literatura y del teatro. Tiene veintisiete años y vive en 2 rue
de l´Université enterrado entre libros.
amante y los problemas intestinales detectados le llevarán a ser intervenido en
1896. Cuatro veces sería operado sin encontrarse solución a su problema, y con
el resultado de quedar inválido en órganos viriles, lo que amargó sus años
finales, aunque no perjudicaría su matrimonio con la famosa actriz que le amó y
cuidó como pudo. Se traslada a Valvins muy cerca de la casa de Stephan
Mallarmé, otra gloria del Parnaso, donde encuentra más confort y corteja
con su futura esposa que le recita los versos de Baudelaire.
salud, Schwob vive su mejor momento literario, y se ha enamorado de nuevo de
esta actriz que también lo está de él. Sale triunfante de su depresión. Tiene
una amante sensacional, unos libros que fascinan a los lectores, un
reconocimiento intelectual unánime, y una posición incontestable. Paul
Claudel, Remy de Gourmont, el locazo Jean Lorrain, todos
elogian las distintas entregas que va realizando de sus cuentos, y que culminan
con la publicación de Vidas Imaginarias, su obra más loada. En esta
serie de cuentos introduce personajes históricos en situaciones ficticias, unos
son personajes de la antigüedad, otros del medievo, y hay piratas y asesinos
coetáneos.
los relatos de este autor, encontramos verdaderos diamantes literarios. Sus
cuentos son extraordinarios en la propia acepción de extraordinario. Es la
pluma de un esteta opiómano, con conocimiento erudito, mirada de niño y mente
sabia fermentada en el estudio de la Antigüedad. Un iluminado decadente que
vivía encerrado en su salón biblioteca, rodeado de gatos, entre los humos de
Oriente y los incunables mistéricos de los que nos trasmitió sus ecos, leyendas
y mitos, ofreciéndonos unos palimpsestos excéntricos y bellísimos, una
literatura divina.
calificación, en el ámbito del Simbolismo de la Belle Époque, Schwob va
más allá. Como diría Edmond de Goncourt, es un evocador mágico de una
Antigüedad que conoce exhaustivamente, que su literatura era la de Heliogábalo
evocando viejos mundos macabros y perversos. Su amigo Anatole France
afirmó que Schwob era literariamente un Príncipe del Terror.
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La Porte des rêves, Marcel Schwob. Georges de Feure |
literarios franceses, Paul Léautaud, calificaba los libros de nuestro
personaje como perfectos, y a él, la mejor biblioteca andante. En estos mismos
años Schwob traduce Moll Flanders, de Defoe, y Hamlet, de
Shakespeare a petición de Sarah Bernhardt, que lo estrenará más tarde.
Siempre al máximo nivel de trabajo, ni la enfermedad ni la morfina le impiden
publicar nuevas series de cuentos tan maravillosos como los que viene
ofreciendo a su público. Serán La cruzada de los niños, una crónica
sobre la peregrinación de unos niños a Tierra Santa en el siglo XIII, que acabó
en masacre y desastre; Spicielago, La puerta de los sueños y
otras obras diversas.
conocido a través de Colette, en 1894, pasado un año de la muerte de Louise, y
ambos se prendaron. Marguerite, actriz de tremenda personalidad, caía rendida
en los brazos de un erudito poeta tristísimo, que además de estar muy enfermo,
pasaba sus días entregado al estudio, a la morfina y a sus gatos. Ella era una
de las primeras damas de la escena y musa de importantes poetas como Mallarmé,
actriz de la Comédie-Française y de la compañía de Sarah Bernhardt. Fue La
loca de Chaillot. Amante, como muchas, de Catulle Mendès, se
había de casar con el más brillante de los escritores del momento, el más
brillante y callado, y por lo demás, tullido. La boda no se celebró hasta
septiembre de 1900, en Londres. En su luna de miel visitaron las islas del
Canal, y en Paris se instalaron en 11 rue Saint-Louis-en l´Île, el
corazón histórico de la ciudad.
Marcel se embarca para visitar la tumba de su ídolo Stevenson en las islas
Samoa, en el Pacífico Sur, en medio de ninguna parte. Stevenson había muerto de
una apoplejía en 1894, tras años de tuberculosis y alcoholismo. Marcel quería
vivir la aventura de navegar hasta los mares del Sur y reconocer la memoria de
su idolatrado literato visitando el paraíso fatal. Contrata a Ting-Tse-Ying,
un chino que sería su asistente y del que nunca se separaría.
casarse, emprende el viaje que le llevará más allá de las antípodas, acompañado
de Ting, verdadero Passpartout. Marguerite no lo hará, pues inició una
gira representando Fedra de Racine. Marcel navegará hasta Oceanía
y luego a Samoa, pero la travesía no sería fácil y ya enfermo, enfermó más. En
Djibouti unas fiebres reumáticas; en Ceilán, una neumonía. Muy perjudicados
ambos, Ting y él, sin hallar la tumba del inglés, tras varios malentendidos con
aventureros en la zona, y sin encontrar una recepción adecuada entre los
nativos, precipitadamente, regresan a Francia en el “Manapori”, embarcación que
les devolvería a París, salvos pero no sanos. Como cuaderno de bitácora, en
forma de cartas a su esposa Marguerite, nos narró este funesto viaje, que no
debiera haber realizado, y que tampoco es su mejor libro.
intervenido quirúrgicamente en distintas ocasiones, sin poder paliar el mal, lo
que le arroja a un consumo inmoderado de morfina, estupefaciente que tanto le
relegaría a su fabuloso mundo literario, como le dio fuerzas para poder seguir
viviendo con los obstáculos del dolor y la minusvalía. Su salud está muy quebrada
y no encuentran solución a ello. Él asume su condición de enfermo y a su esposa
no parece importarle. En cualquier caso, la vida de casados no debió ser fácil.
A él se le fue agriando el carácter y el que fuera un hombre social y
encantador, se convirtió en un misántropo negativo que se fue alejando de todo
el mundo, eligiendo la amarga soledad de la enfermedad. Cirugías, el viaje a
Samoa, más viajes por Inglaterra, España, Portugal, Suiza e Italia, y un
intenso trabajo literario en todos los órdenes de los que se ocupa, habían
minado aún más su salud, postrándole en el diván de su fumoir rodeado de
sus libros, con el corazón y la pluma en la Antigüedad.
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Robert Louis Stevenson |
del Macbeth de Shakespeare, así como un nuevo encargo de Sarah
Bernhardt, la traducción de la obra de Francis Crawford Francesca da
Rimini. En estos tiempos aciagos, aislado de sus amigos y agriado su
carácter, piensa de nuevo en el suicidio, pero la llamada de La Sorbona para un
ciclo de conferencias sobre jerga y argot medievales le anima. François
Villon le da fuerzas. A pesar de estar extenuado por la enfermedad, y bajo
la contradicción que los opiáceos provocan, sus servidumbres y ayudas, publica La
lámpara de Psique, en la que reúne una colección de poemas inspirados en la
Antigüedad, Mimes es su título, unos diálogos filosóficos entre vivos y
muertos. Bajo seudónimo edita el título Moeurs des diurnales, una sátira
del periodismo, de sus protagonistas y de su ambiente (al que tenía especial
fobia), y que firmará como Loyson Bridet; y finalmente, un estudio que
titula El parnaso satírico del siglo XIV, que publicará el mismo año de
su muerte. (Además nos dejó escritos que conoceríamos póstumos, títulos tan
sugerentes como son El libro de mi memoria, que titularía en italiano, o
Los diálogos de la Utopía).
fuerza y sus crónicas y cuadernos de correspondencia que se han ido
recuperando. Lo último en nuestro país es el titulado El deseo de lo único,
con una compilación de textos críticos.
treinta y siete años. Los trópicos no le sentaron bien a quien no debiera haber
salido de su estudio parisino y haber seguido regalándonos sus joyas
literarias. Sus últimos años parece que fueron callados y dolorosos, amargos
para un hombre dotado de magia en el verbo, un genio amable y encantador, según
nos dicen los que le conocieron. Lo afirmaba Colette: su conversación era
superior a su elegante prosa.
lo que para unos pudo ser una dispepsia grave, otros dicen que fue una
neumonía. Lo cierto es que moría en lo mejor de su madurez con todos los planes
de quien estaba destinado a seguir los mejores senderos de la existencia
literaria. Una muerte que nadie quería. Marcel Schwob, uno de los autores más
reconocidos de su tiempo, tras su fallecimiento fue olvidado, pasó a ser
considerado un cuentista extravagante, oscuro, marginal. Sin embargo, en la
lectura que realizamos en nuestros tiempos, se eleva como un luminoso candil al
que seguir por los caminos de una narrativa en que la erudición y la ficción se
han combinado magníficamente.
conocemos, brindemos por él. Los que no lo hayan leído, no tarden en buscar
cualquier cuento de cualquiera de los libros de este autor (es sencillo en la
red). Después de su lectura querrán brindar también, seguro que sí, y me
agradecerán que se lo haya presentado. Mientras, elevo mi copa por Marcel
Schwob y hago un chin chin por su fiel criado Ting.