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Campos Elíseos. Zucca, 1941 |
Una famosa actriz francesa de los años cuarenta, Danielle Darroux, preguntada por su vida durante la Ocupación, confesó que salía todas las noches a bailar con su amante, el diplomático y equívoco playboy dominicano Porfirio Rubirosa tras cenar en Maxim’s o en el Ritz. ¿Que si había alemanes de uniforme?, respondió a la pregunta del periodista. Ni lo sé ni me importa. Fue una época de locura. Una locura que en el caso de esta pareja duró hasta finales de 1942, año en el que se marcharon de un París cada día más peligroso, como pudo comprobar tiempo después César González Ruano.
Fernando Castillo nos cuenta en su magnífico París-Modiano que González Ruano fue detenido y encarcelado con un pasaporte en blanco de una república suramericana y todo parece indicar que se lo había facilitado Rubirosa para compartir beneficios. Rubirosa, exmarido de la hija del dictador Trujillo y conocido de Ruano era un hombre de aficiones caras, como los coches de carreras, los caballos o el polo.
El tráfico de pasaportes se practicó en toda Europa a beneficio de víctimas y verdugos adinerados durante los siete años que duró la guerra. Muchos diplomáticos de los países neutrales dispuestos a ganarse un sobresueldo lo practicaron con entusiasmo, mientras la mayoría de los parisinos tenía bastante con no pasar demasiado frío y sobrellevar el racionamiento. Pero en las palabras de esa actriz francesa hay una gran verdad: los cuatro años que duró la Ocupación alemana de París fue una época enloquecida que cambió la vida de mucha gente, para bien de unos pocos y mal de muchos.
Como señala con acierto Fernando Castillo en París-Modiano, las primeras novelas de Patrick Modiano, las de la trilogía de la Ocupación, causaron un gran escándalo en Francia, pues iban en contra del discurso oficial de Charles de Gaulle de que ningún francés intervino en la persecución de los judíos o resistentes. Modiano fue a contracorriente porque solo habla de franceses y nunca de alemanes, justo lo contrario de los miles de libros y películas que señalan un único culpable, ya que la resistencia contra el ocupante fue uno de los pilares de la República francesa surgida tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, al igual que en el resto de la Europa ocupada, salvo Polonia y Yugoslavia, la resistencia solo fue masiva a partir de 1944, cuando estaba claro que Alemania
tenía perdida la guerra y de un momento a otro se iba a producir el desembarco
aliado.
Pero el interés del libro de Fernando Castillo no es solo el de descubrir al lector español una época bastante desconocida, sino de revelar las claves biográficas del escritor Patrick Modiano. En algún modo, París-Modiano es la continuación de su libro anterior, Noche y Niebla, en el que recorría
los pasadizos que unieron a diversos personajes durante el París de la Ocupación, como el padre de Modiano, el judío de origen sefardí Albert, González Ruano, el policía español Pedro Urraca y una serie de judíos colaboracionistas, como Andrés Gabison o Mandel Szkolnikov.
Ahora en París-Modiano, Fernando Castillo amplía su mirada y nos cuenta una realidad que resulta fascinante por su ambigüedad y doblez moral en una ciudad, París, en la que se desarrolla el universo literario de Modiano, repleto de sombras y enigmas.
Para entender esa época, más allá de toda retórica política, hay que saber que en Francia
existió siempre un fuerte “antisemitismo popular”. No conviene olvidar que el antisemitismo
moderno nació en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX, como señala el historiador israelí Zeev Sternhell en su libro El nacimiento de la ideología fascista. Solo así se puede entender que el
semanario antisemita “Je suis partu” llegase a vender 300.000 ejemplares en 1944, o que la famosa redada del velódromo de invierno contra los judíos fuese llevada a cabo por las fuerzas de
seguridad francesas sin que participase ningún alemán, aunque la orden salió de estos últimos. De este caldo de cultivo surgieron también la infinidad de denuncias anónimas en contra de supuestos o reales vecinos judíos.
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Cartel de la película «Le Corbeau» que trataba sobre las denuncias anónimas. |
Además, la derrota francesa de 1940 incrementó en el imaginario colectivo la fortaleza ajena y debilidad propia, y reforzó la seducción que siempre han ejercido el poder y la fuerza. Este fenómeno se refleja bien en algunos textos de escritores colaboracionistas, como Solsticio de junio, de Montherlant.
La primera colaboración fue la política, llevada a cabo por los numerosos partidos políticos fascistas existentes en Francia en 1939. Ellos fueron los que lo pagaron más caro, en algunos casos merecidamente pero en otros sin que hubiese una verdadera justicia. Otra colaboración importante fue la “amorosa” denominada “la vía horizontal”, pues fueron muchas las mujeres francesas que
tuvieron una relación con un alemán empezando por Coco Chanel o la actriz más famosa del momento, Arletty, autora de la célebre frase que dijo cuando fue juzgada por colaboración: Mi corazón es francés pero mi culo es internacional. En cualquier caso, estas dos mujeres tuvieron más suerte que las centenares que fueron rapadas y en muchos casos violadas por haber
mantenido relaciones íntimas con el ocupante.
A esta riada se sumó la colaboración artística y periodística. Los primeros porque un artista siempre busca un mecenas y los segundos porque los periodistas, como los policías y las putas, por poner tres profesiones que empiezan por la misma letra aunque se puede extender a todas, trabajan para
quien les paga. En cualquier caso impresiona la lista de cineastas, cantantes, pintores y escritores que siguieron trabajando sin ser molestados, desde Sartre, que representó dos obras de teatro, hasta Picasso, como lo atestigua la visita que le hizo el escritor alemán Ernst Jünger, entonces capitán del
ejército alemán, y que reflejó en sus diarios. Si se revisa la prensa de la época, nos veremos sorprendidos por la cantidad de espectáculos y películas que se estrenaron, pues Francia, como el resto de los países occidentales ocupados, tuvo el régimen más suave con gobiernos títeres, en este caso presidido por el mariscal Pétain, en la mitad sur del país.
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Arletty en la película de Marcel Carné, «Hotel du Nôrd» (1938) |
Luego hubo también una importante colaboración económica de gente ansiosa de hacer negocios con el ocupante. Los alemanes compraban de todo con una voracidad insaciable a través
de múltiples organismos, ya fuese la organización Todt como las denominadas oficinas de compra, y que propiciaron un saqueo generalizado de bienes franceses, tanto de obras de arte, como perfumes, materiales industriales… Creadas desde el primer momento estaban dirigidas por gentes del servicio de espionaje alemán.
Incluso el jefe de la Orquesta Roja, la organización de espionaje soviético implantada en casi toda Europa Occidental y dirigida por el judío polaco Leopold Trepper, actuaba bajo una cobertura comercial, la Simex, que vendía desde coñac hasta alfombras a las tropas de ocupación alemanas. A
su alrededor pululaban como moscas hambrientas empresas fantasmas, como la sociedad italo-continental del judío y agente del espionaje militar alemán André Gabison y en cuya órbita colaboró el padre de Modiano.
Quienes se movían en torno a estas oficinas no eran fascistas ni nazis, sino mas bien gente cuya
patria era el dinero fácil y rápido, y entre los que destacaron otros judíos procedentes del este: el exchatarrerro de origen rumano Joseph Joanovici y el judío de origen ruso Mandel Szkolnikov, que consiguió un imperio inmobiliario en la Costa Azul gracias a sus tráficos con los alemanes. Refugiado en España junto a su amante al final de la guerra, resultó muerto tras un intento fallido de secuestro por agentes de los servicios secretos franceses, como cuenta Castillo en Noche y Niebla.
Junto a las oficinas de compra, el otro factor clave está relacionado con la solución final, pues las leyes raciales que traían consigo las botas alemanas conllevaban no solo la estrella de David en el abrigo sino también la confiscación de los bienes, empezando por las casas, muchas de las cuales
estaban abandonadas por sus dueños que habían huido hace tiempo. En 1942 existían 38.000 viviendas judías abandonadas en París, según los registros alemanes, y que fueron vaciadas de todos sus enseres para repartirse entre la población alemana que se había quedado sin hogar por los bombardeos aliados.
Debido a la necesidad de recursos humanos y materiales para comerciar con las oficinas de compras, pues era necesario conseguir desde información de una casa abandonada por sus dueños judíos y llegar antes que nadie para vaciarla, hasta saber quién vendía algo barato y revenderlo a los alemanes, surgió una pléyade de bandas de gángsters que, como en la Chicago de los años de la prohibición,
se dedicaban a todo tipo de tráficos. Gracias a su colaboración con la Gestapo, que los empleaba para los trabajos sucios, entraron en “el negocio” como una forma más de lograr información, enriquecerse y crecer.
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Henri Lafont |
Estas bandas de hampones, conocidos como los gestapaches (de Gestapo y el nombre dado a la bohemia anarquizante de comienzos de siglo, los apaches), estaban formadas por delincuentes, expolicías, mafiosos, estafadores, deportistas y hampones de toda laya y nacionalidad. Bien parecidos, hipersexuales u homosexuales, como el pícaro judío y escritor Maurice Sachs, al servicio del SD y que aprovecha los saqueos para robar libros, tienen nombres sonoros como Guy de Marcheret, Riglos de Pacheco o Philippe de Bellune.
Incluso los que sobrevivieron dieron que hablar luego de la guerra. Así Pierrot el loco se convirtió en un célebre atracador en el París de los primeros años de la posguerra y Augusto Ricord fue uno de los organizadores de la French Connection, dedicada al tráfico de heroína desde Francia a Estados Unidos. Conectados con los mafiosos de la colaboración económica, bien como socios, ayudantes o subordinados, Modiano los recoge en su obra con una hábil mezcla de realidad y ficción pues dan mucho juego literario, ya que cada personaje lleva una novela no escrita de su vida.
La banda más conocida fue la de La Carlinga, capitaneada por un delincuente, Henri Lafont, y un expolicía, Pierre Bonny, que mientras daban fiestas en la casa que había requisado en la calle Lauriston, sus hombres torturaban en los sótanos. Entre sus filas se incluían también mujeres, denominadas las condesas de la Gestapo, como las bautizó en un libro del mismo título el americano Ciryl Eder. Se trataba de una serie de falsas aristócratas, actrices de segunda fila y aventureras de armas tomar con nombres de heroínas de películas de serie B, como la falsa princesa Marousi,
una lesbiana de origen griego, o la aventurera vasco-francesa Marga d´Andurain.
Todos los gerifaltes de los distintos tipos de colaboración, que son los nuevos dueños de París, junto al gran mundo de siempre venido a menos, y los alemanes frecuentaban los mismos lugares, ya fuesen restaurantes o locales nocturnos. Es así como aparece en escena el padre de Modiano, que gracias a sus contactos y negocios de poca monta de antes de la guerra, conoce a gente de las diversas bandas y colabora con ellos. Albert Modiano es un personaje de segunda fila que a veces fue detenido por la policía francesa de asuntos judíos y usó sus amistades gangsteriles para lograr la libertad, según nos cuenta su hijo.
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Resistentes saboteando las vías de un tren |
Resulta evidente que la figura paterna es la coartada de la literatura de la Ocupación de Modiano. Una narrativa más de ambiente que de tramas o personajes, en la que Modiano se refleja en su padre y de esa mirada surgen dos historias: una, la verdadera vida de Albert, y otra, la vida de Albert contada por su hijo. El padre de Modiano representa las contradicciones de una época que va de la Ocupación hasta los años sesenta. Pero en esa búsqueda de una identidad a través de la memoria que realiza Modiano su padre aparece de una forma contradictoria e imprecisa.
En el fondo, la suya es una justificación de los habitantes de París frente al ocupante a través de la actitud de sus padres: el judío Albert y la madre, una actriz belga que trabaja en películas producidas por la propaganda alemana. Por eso Modiano hace del padre un modelo de colaboración que fue el más generalizado, el del superviviente. Lo que nunca sabremos es hasta qué punto es real o ficción, pues no aparece ninguna mención a él en los juicios seguidos contra los colaboracionistas tras la liberación, momento en que su protector más directo, Eddie Pagnon, el chofer del jefe de la temida banda de gestapistas franceses La Carlinga, es fusilado.
En su libro París-Modiano Fernando Castillo profundiza con su escritura en espiral hacia un centro que no es otro que la miseria moral que trae consigo la guerra. El París de la Ocupación es el territorio donde los vencidos procuran sobrevivir a cualquier precio como tantos personajes de la obra de
Modiano, y que no excluye a las víctimas como Dora Bruder, la joven judía desaparecida y muerta en Auschwitz, al igual que el resto de su familia y título de una de las mejores obras de Modiano.
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Distribución de sopa en el bulevar Rochechouart y carteles de los espectáculos. Roger Schall, 1942 |
Castillo ha escrito sobre aquel tiempo de una forma que se puede leer como una buena novela y que nos trae los ecos de múltiples voces. Al final podemos hacernos la pregunta que el barón de Rothschild hizo a su mayordomo cuando regresó a su casa parisina tras vivir exiliado en Londres y contarle este que su palacio fue sede de múltiples fiestas. ¿Quiénes eran los que acudían a esas fiestas? Los mismos de siempre, respondió el mayordomo. Pues si quieren saber quiénes fueron los que frecuentaron esas fiestas lean París-Modiano como un eco de una sociedad variopinta y cruel, pero entretenida, mientras escuchan a Charles Trenet cantar una melodía de gran éxito en
aquellos días aciagos: ¿Qué queda de nuestros amores? El cantante recuerda con melancolía que solo le queda una vieja foto de juventud. Con este libro Fernando Castillo ha hecho una de las mejores fotos de un mundo que hemos intentado explicar en estas líneas.
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