SANDRA
ÁVILA



Todos los fríos van al Zar cuenta un día en la vida de un
hombre, un lumpen, que trabaja en la puerta de un estacionamiento medido agitando
una bandera blanca, atrayendo clientes. La ausencia de puntuación favorece que
el texto funcione como un fárrago que semeja la dinámica del pensamiento o del
sueño; las cadenas de la memoria. El intento reside en que los significantes
actúen como pivotes o puertas comunicantes entre ideas disímiles o levemente
emparentadas.

Dos voces se privilegian: la del
narrador y la del personaje, otras aparecen en los recuerdos del protagonista.
Como la dinámica del lenguaje de ambos apelan a recursos similares, juegos de
palabras, calambures, alusiones, citas, errores, fallidos, etc., por lo que se logra
producir en la lectura una fluidez que genera múltiples asociaciones con los
mecanismos íntimos del lector, y donde se aventura cierto experimento con la
ambigüedad del texto entre narrador y personaje. Además hay un intento de matrimonio
entre lo culto y lo vulgar, lo sublimado y lo escatológico, incluso lo
perverso, que se corporiza en la relación entre el personaje principal, el
banderillero, y un amigo muerto a quien recuerda mientras soporta su tarea
diaria y mal pagada. Un Sancho Panza que rememora a un Quijote malogrado, pero
en el siglo XXI.
Se me ocurrió la idea porque
buscaba escribir algo rápido para un concurso de novelas breves. En pleno
entusiasmo ante las infinitas posibilidades de la página en blanco, me crucé,
caminando por el centro de la ciudad, con uno de esos personajes, agitando un
trapo blanco en la puerta de un estacionamiento. Ya lo conocía. Lo había visto
antes pidiendo dinero por la calle, con la excusa de que le faltaban monedas
para el transporte público. Traté de imaginar qué pensaría un personaje así
durante todo un día.
Como hasta el momento sólo había
escrito cuentos o relatos de moderada extensión, me pareció un paso interesante
hacia obras de más largo aliento. De todos modos no fue rápida su escritura
como pensé en un principio. Los juegos de palabras me llevaban a corregir una y
otra vez para precisar bien los sentidos disparados, y las dos voces
alternándose conllevaron la dificultad de poder lograr el punto justo entre la ambigüedad
del discurso, o sea cierto carácter especulativo de la voz resultante, y la
clara delimitación necesaria entre una y otra.
Alejandro Pereyra
Como en mi producción anterior, un
libro de cuentos titulado El Peor De Los
Desiertos
, le di en Todos los fríos
van al Zar
, mucha importancia a las premisas formales. En aquel, alguna de
ellas era no repetir ninguna palabra, en unos de los relatos; o dejar que los
juegos de palabras vayan determinando la trama, en otro; o la traducción
“poética” de la primera parte de un cuento, en una segunda, como espejándose en
otro lenguaje, en uno más. Restricciones que favorecen la emergencia de lo que
se pretende decir, antes de saberlo bien. En Todos los fríos van al Zar se trata de la ausencia de puntuación y
de que más o menos en la mitad del texto repito un párrafo y de allí en más se
dispara la voz del personaje, su monólogo interior, algo salvaje y
desprejuiciado.
Escuchaba el otro día en un
programa de tv al poeta Hugo Mujica,
presentando su libro, Dioniso, Eros
creador y mística pagana
, hablar de lo que está hecho y de lo que está
haciéndose (Godard ha instalado más de una vez en sus películas la idea “un
film haciéndose”) él decía que hemos perdido el asombro, que estamos siempre
posados sobre lo hecho, lo instituido, lo aceptado, lo estático, y que la vida
es, o debería ser, constante asombro. Yo no sé si en la vida es así, pero estoy
seguro de que es irrefutable en el arte esta afirmación. Sobre todo en la
literatura y el cine. Digo, para encarar una palabra que ya es de retaguardia
en la posmodernidad —si es que seguimos en ella— y se trata de la palabra vanguardia
Yo no creo que este libro
sea vanguardista, pero tampoco creo que afinque sus posibilidades en lo
estático, en lo aceptado, en lo esperable, menos en el buen gusto. Es un texto
incómodo. O no. Depende de la consideración del buen y el mal gusto que se
tenga. Y ahí sí que es atinente la idea de Mujica; creo que es un libro que se
desentiende de las ideas anquilosadas de lo que es el buen y el mal gusto.
Fluye. Me divertí mucho escribiéndolo, corrigiéndolo también, aventurándome,
aprendiendo a escribir una novela escribiéndola, dejando que algo se conforme
entre el mundo y yo, no pretendiendo novedad, sino siendo.

Alejandro
Pereyra
nació en Rosario, Argentina. Emergente de la Escuela
Provincial de Cine y Televisión, ha participado como Director de Fotografía en
varias realizaciones a nivel local y nacional. También incursionó en la crítica
cinematográfica para ciclos de debate sobre films de Buñuel, Antonioni, entre
otros, junto al crítico Emilio Toibero y publicado análisis sobre films de
Raymundo Gleyzer y Fernando Solanas en www.otrocampo.com  Su novela breve Todos Los Fríos Van AL Zar fue publicada este año, 2016, por la editorial
El Pasquín y anteriormente publicó el libro de cuentos El Peor De Los Desiertos, publicado por Baltasara Editora (2012).