Miguel Peña. Mujer leyendo

 

Melody Geraldine, nació en Buenos Aires (1987). Acaba de publicar su primer libro, titulado «vencidos» Estudió letras, cine. Realizó cursos de filosofía, fotografía y teatro. La multifacética joven nos cuenta sobre su libro.

¿Podrías contarnos acerca de tu libro «Vencidos»?
Vencidos es el primer libro que publico. Es un libro de relatos cortos donde el tema central de alguna manera vendría a ser el uso de la libertad. La confrontación de una serie de personajes con su ya premeditado destino. Momentos, retratos de momentos en los que estos personajes eligen ya no elegir más, dejarse llevar, atrapar, hundir en sus circunstancias. Podría decirse que este sería el hilo conductor, el asunto con mayor presencia en el libro.
¿Por qué la elección del título?
Bueno justamente por esto mismo, por el asunto central del libro. Pensé en aquello que todos estos personajes tenían en común sobre todas las cosas, y me pareció que esta palabra los definía bastante bien. Están vencidos, ya sea por obedecer a mandatos familiares, sociales, o por la misma muerte, han sido derrotados o han claudicado. Están vencidos.
¿Cuánto tiempo te llevó armarlo desde que empezaste a escribir hasta que se editó?
Desde que empecé a escribirlo hasta que lo edité habrán pasado ocho meses.
Miguel Peña. El cazador transformado.

 

¿Dónde estudiaste?
¿Dónde estudié? Mmm… ¿Tiene relevancia realmente? Pasé un par de años por la carrera de letras en la Universidad del Salvador, y otro poco por una escuela de cine. Realicé también cursos de filosofía, fotografía, teatro y escritura en muchos establecimientos a lo largo de mi vida. Hoy me considero autodidacta en casi todo, salvo por mi clases de corrección de estilo y literatura con Gabriel Landoni.
¿Cómo fue tu primer relato?
¿Mi primer relato en la vida? La verdad no recuerdo.
¿A qué edad empezaste a escribir?
Habrá sido alrededor de los doce o trece años.
¿Qué significado tiene la literatura para vos?
La literatura para mi es un modo de ver la vida. Un modo de vivir, un modo de asomarse apenas a comprender la realidad y trascenderla, aun sabiendo que no podemos comprenderla ni trascenderla. Una especie de quimera como lo es la vida, pero una de las quimeras más bellas con las que jugamos a pretender que esta vida no es: tan solo quimera. Una de las más ricas y estéticas extensiones del ser.
¿Cuál fue el último libro que leíste?
«La ciudad de la niebla» de Pío Baroja.
Miguel Peña. Pareja cósmica.

 

¿Podrías decirme algunos autores que más te cautivaron y por qué?
Sin pretensión de ordenarlos: Abelardo Castillo, Julio Cortázar, Milan Kundera, Fernando Pessoa, Chejov. ¿Porqué? Porque son Castillo, Kundera, Pessoa, Chejov, Cortázar. Lo que haya para decir de ellos ya está dicho en sus libros y seguramente mucho mejor expresado de lo que lo podría hacer yo.
¿Volviendo a los relatos del libro «vencidos» cuál de todos es el que más sobresale?
No sé, los quiero a todos, y como ninguno de mis relatos tiene título debería contestarte: el primero y el sexto.
¿Qué te diferencia de otros escritores?
No lo sé, quizás pueda ser que en estos tiempos, comparada con otros escritores de mi generación, resulte muy densa, en cuanto al tono, estilo, temas. Quizá, creo, no lo digo con certeza, se acostumbre a escribir últimamente de manera más…mmm liviana. Y quiero aclarar, que ni una ni otra forma de escribir me parece mejor o peor, sólo marco lo que podría diferenciarme.
¿De haber elegido otra profesión cual piensas que hubieses elegido?
¿Otra profesión? No sé, haría películas, pero ya las voy a hacer, tengo planeado filmar documentales sobre la vida cotidiana, estilo Agnés Varda. En cuanto consiga el dinero para comprarme una cámara.
¿A la hora de escribir que cosas de la vida te inspirar?
Supongo que todo. El gesto de alguien, una frase, una discusión, una canción.
Miguel Peña. Un río en el bosque mágico.

 

¿Te gustaría escribir un libro con otro escritor/a? ¿Con quién?
No, no creo que se pueda escribir de a dos.
¿Cómo es tu agenda para este año?

Difundir mi libro vencidos, recién editado. Seguir trabajando, estudiando, escribiendo. Hacer algún viaje a algún lugar a la deriva.

¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
Sí, estoy escribiendo una nueva serie de relatos, donde el tema central podría ser lo que queda de nosotros en el tiempo.
¿Como ves la nueva ola de escritores que están en los blogs últimamente?
La verdad no leo muchos blogs, me falta cultura bloggera, pero sí me cuesta encontrar escritores jóvenes de mi agrado.
¿Alguna anécdota que haya sido gratificante como escritora?
La verdad me resulta raro que me digas «como escritora» (risas), no te sabría contar ninguna anécdota, considero que recién inicio este camino de la escritura.
¿Qué libro leerías por segunda vez?
Muchísimos, mmm, cualquiera de los autores que te mencioné antes.

 

Melody Geraldine
http://www.ivoox.com/entrevista-melody-geraldine-publicacion-de-audios-mp3_rf_795820_1.html

 

 

Texto VI del libro “Vencidos” de Melody Geraldine
La cabellera larga debajo de la almohada, la piel clara, los ojos abiertos. Ella no puede dormir desnuda como él. Él está tranquilo, ausente, lejos del drama, con los ojos cerrados. Mauro duerme como un niño alborotado que al fin descansa, duerme lejos del mundo mientras ella no para de pensar, mientras piensa y no piensa nada, ella, ella que lleva la paz adentro hundida desde siempre y apenas piensa, ve cómo llegan imágenes sin sentido o recuerda o mira los hombros de él, allí envueltos en la sábana: ese cuerpo de fantasma. Trunco allí donde la mirada abierta de Daniela no se detiene, allí en los pies que se rebelan y sobresalen de la sábana que va y viene. Porque el cuerpo que ya no es fantasma, acalorado, se desprende de todo ese falso vestido, y ahora, en el lugar de los hombros está su boca, la boca de Mauro balbuceando saliva, como un niño que vuelve a ser alborotado. Daniela gira y el ruido de la cama lo despierta. Los ojos abiertos se encuentran. Qué te pasa mi amor no te podés dormir. No. Él la acaricia, vuelve a ser niño, ella besa la mano, la caricia de niño, y duerme. O no. Otra vez las imágenes difusas de aquel sueño que no es sueño, la boca abierta de Mauro, la noche desde su llamado cósmico, el silencio en la habitación ungido de aquel grito cósmico, el sueño que no es sueño es imagen difusa y es paz en el bosque, la respiración de Mauro como suave brisa en el bosque, un cielo de verde follaje y las caricias de un niño, allá tan lejos en otra vigilia, en otra vida. Suena el teléfono y Daniela abre los ojos. Mauro ausente, con su boca abierta, en algún bosque. Ella sabe, mientras se levanta y camina hasta la mesa, mientras cuida que los ojos de Mauro permanezcan cerrados, que allí se encontrará con la voz, la voz de las entrañas que no es paz, la misma melancolía de siempre, apenas un ruido que irrumpe como grito en el desierto y lo mancha todo. Su madre calla del otro lado. Respira como si respirara el viento del fin del mundo, silencio, y habla. Se siente sola -dice- sin ella en casa se siente sola, no puede dormir, no quiere vivir. Y la artrosis, la espalda, el frío de la noche. La humedad que hay en esa casa, el abandono. Abandonada por todos, la precursora del fin simula un brevísimo llanto, y luego la artrosis, la humedad, el pasado y el pasado. Y la mirada abierta de Daniela viaja hasta la cama, esa cama tan cerca y a la vez tan lejos, al lecho del amor y el desencuentro, al brazo de Mauro buscando un cuerpo que ya no encuentra, y el cuerpo perdido allí junto al teléfono, suspirando un presente, una vida, que siempre es pasado.
Daniela se recuerda junto a la mesa, la taza de café de esa misma tarde, las noticias que escuchaba su madre por la radio, algún comentario de irse a vivir con Mauro, la luz amarilla, la pintura corroída en el cielo raso, el silencio contenido de su madre ahora vibrando húmedo desde el otro lado. Desde el otro lado de la vida. La mirada egoísta de su madre como respuesta al nombre de Mauro, un egoísmo sutil, disfrazado de miseria y vejez incipiente, y el corazón de Daniela, sí, el corazón, sufriendo el dolor de reconocer al fin, en esa mirada, en ese momento -la radio de fondo y las noticias repetidas, la humedad, el sillón de su madre, su madre allí silenciada- que hay gente en este mundo que acaso busca la soledad, busca el infortunio, la desgracia y el rechazo, sólo para justificar el llanto, el dolor por el dolor mismo, como si fuera una virtud. El sentido de nuestras vidas allí en unas lágrimas justificado. Y ella sintió pena por su madre, y siente pena ahora por esa nostalgia que vibra en el teléfono, sin consuelo, sin fin, y aleja de sus oídos, esa voz que repite historias, las mismas historias de siempre, y mira los pies en la sábana, el libro en el suelo, el pelo de Mauro.
Daniela busca un pantalón en el bolso, una camiseta, y se viste sigilosa para no despertarlo. Tal vez si fueran marido y mujer su madre entraría en razón y dejaría de presionarla tanto. O quizá podría convencer a Mauro de mudarse juntos a algún lugar cerca de su casa. No sabe, no sabe, no sabe qué hacer ahí ya vestida sentada en el borde de la cama. Mira esos pies desnudos, las películas esparcidas por el suelo, ese libro, esa cama. Mucho más que un sueño.  Acaricia las mejillas de ese hombre-niño lejos de todo. Le da un beso y él apenas despierta, la mira, con sus pesados párpados de noche negra en la paz del desierto -aquel desierto que pudieron compartir- la mira y pregunta o no pregunta, susurra y ya sabe, no tienen que decir nada, se besan, se despiden. Ella sale de la habitación, atraviesa el pasillo, el salón. Cierra la puerta de entrada sabiendo que él no va a recordar. Porque él nunca recuerda lo que pasa entre sueños, sus párpados llevan el peso de la noche negra, en la paz del desierto. Ese desierto que ella añora, la paz hundida adentro y la paz con él. Nostalgia de lo que apenas vislumbra y siempre es pasado.
Daniela piensa, una vez en la calle, camino a la estación, en su madre. En la responsabilidad de cuidarla, de estar con ella después de todo lo que ella le dio, todo el cariño y el amor, y el amor que hoy ella siente por su madre, el amor encontrado que a veces no es amor y es otra cosa, algo sin nombre que no reconoce. Y mira las pocas almas que transitan la estación, la noche, y esperan. Ella también espera, y el ruido viene, otra vez el ruido interrumpe imágenes, alguna palabra suelta en la mente, y el tren llega a interrumpir, definitivo, las almas. A llevárselos a todos a algún lugar. Al siniestro destino que llevamos adentro.
Y mira a las pocas personas allí sentadas, cada una conectada a su máquina, a sus teléfonos y a su música, mensajes que no dicen nada. La luz blanca, azulada del vagón. Y la belleza, la belleza que ella encuentra, a pesar de todo, ahí envuelta en esa música, la música que viene de su propio aparato y la transporta lejos, la eleva. Tan alto y tan adentro de ese mismo vagón en el que ella está ahí sentada y no piensa en Mauro, no piensa en nada, sólo mira y regresa y sobrevuela. Y la música la sostiene sobre un gran colchón de sueños que no terminan. Pero luego debe bajar, la realidad se aproxima ahí en la estación. Y ahora camina y no siente, no piensa en nada y no escucha nada, y llega a su casa, entra, y no espera nada.
Pero apenas su madre escucha el sonido de las llaves, va hasta la puerta, seguramente cambia la expresión de su rostro, tensa la mirada, arquea la espalda hacia delante. Y se mojan brevemente sus ojos cuando recuerda la invocación de la muerte. Porque su hija vino a salvarla de la soledad y la muerte. Su hija el ángel que parió en otra vida.
Daniela saluda a su madre, le da un beso, una caricia en el pelo. No te preocupes mamá, ya estoy acá con vos, no estás sola, yo te quiero. Aunque no importa cuántas veces Daniela repita en su boca el amor, porque su madre, al menos desde que ella recuerda, desde que su padre se fue, su madre siempre, siempre, está sola. Otra caricia y te quiero mucho mamá, mientras va hasta la cocina, se sirve un vaso con agua, se despide, y lo más triste, es que realmentela quiere. Y se quieren. Y tal vez cada una sea lo que más quiere la otra en este mundo, y sin embargo…
Daniela ahora está sola, su madre al fin se fue a dormir. Y ella está sola. Sola en su cuarto, se desviste, se recuesta. Trata de invocar la paz que lleva adentro cada vez más hundida. Paz lejana. Del desierto que ahora es ella. Ella, ella en la cama revuelta, donde el sueño no llega y la tristeza no claudica. No aquí en la tierra de los vencidos donde el destino es el único destino y la vida llega marcada desde otro tiempo. Y la libertad no existe.
Su impotencia, que es tristeza, queda ahogada en la garganta como un nudo. Y su cuerpo se mueve entre las sábanas, en la penumbra del cuarto. Como un fantasma desesperado que nadie vio. Y no, ella no puede desatar sola esos nudos ancestrales. Por eso se levanta y camina hasta el teléfono, y marca algo que ya estaba marcado. Mauro atiende y escucha: la nostalgia húmeda que suena del otro lado de la vida, como si viniera del pasado.